Casi un buen documental

Rocío, el filme documental de Fernando Ruiz inicialmente discutido, más tarde secuestrado y ahora exhibido con cortes de censura judicial, está casi a punto de ser una película acabada. No lo es porque se queda algo corta en algunos aspectos esenciales del asunto que expone, fundamentalmente en dos.Por un lado, hay cortedad en la indagación dentro de las imágenes, en ocasiones bastante exactas y duras, pero en otras, en cambio, muy imprecisas de sentido y montaje. De esta manera el relato se queda en el umbral de estas imágenes, sin pasar a su apretada trastienda, que es lo que importa y lo que está esperando el espectador que se siente arrastrado por lo que tales imágenes prometen, que es bastante más que lo que dan.

Por otro lado, el guionista y realizador del filme elige como vértebra de su exposición los aspectos encubiertamente políticos de la famosa romería, y estos aspectos, que son reales, no son, en cambio, los únicos que hay en el suceso ni, ateniéndonos a las imágenes que Ruiz baraja, los más relevantes.

Hay en algunas de las imágenes indicios de horror y superrealidad suficientes para que tanto el asunto filmado como el espectador que lo contempla pidan que el filme se sumerja sin flotadores en tales indicios, cosa que el filme sólo hace muy tímidamente. De hecho, algunas secuencias acarician la puerta del infierno sin intentar abrirla, cuando los autores del filme la tienen a tiro de piedra.

El ángulo político que domina la concepción del filme es por sí mismo valioso, pero insuficiente. Deja demasiados cabos sueltos, y por ello debería haber sido tan sólo uno de los varios enfoques confluyentes y no el abrumadoramente dominante, por no decir el único. La romería es ciertamente un hecho político, pero no sólo eso, y esta carencia superficializa fatalmente a una película que podría haber sido bastante más poderosa de lo que es.