Mi comarca
Volver de América a mi país, Cataluña, y a mi ciudad, Barcelona, tras un viaje de inspección literaria, me produce la sensación que en el pasado tenían los tarraconenses cuando, después de un garbeo por otras provincias del Imperio Romano y por Roma, volvían a su parcela de periferia. España es una provincia del Imperio Americano y Cataluña una comarca. Mi ciudad está llena de carteles electorales y en ninguno se hace reconocimiento explícito de la condición subalterna de la política española y catalana. Encantador y conmovedor a la vez el descubrir una vez más el papel del como si en las representaciones teatrales y el agigantamiento artificial de las imágenes caseras. Ahí está, multiplicado hasta el infinito periférico, Jordi Pujol, el mismo que fue recibido en mangas de camisa por el alcalde de Nueva York y que obtuvo la rotunda promesa de ser ayudado en los pleitos pendientes entre Portugal y Cataluña (sic). Y a la zaga, Obiols, repeinado y encorbatado, para simular una propuesta de kennedysino socializante que no asuste a los que dudan entre votar socialismo lo pujolismo.Entrañables personajes de mi comarca que a estas horas ya tienen su peso en votos, con los que continuaré jugando a las cartas o al dominó mientras muere el tiempo histórico en la Plaza Mayor y escuchamos por la radio las expulsiones de Maradona o debatimos la probabilidad de que la bomba atómica que le toque a España la tiren sobre Madrid, grandeza y servidumbre de ser capital del Estado. Según Jordi Pujol, la reconversión industrial en Cataluña ya se ha hecho, y ahora la economía catalana se relanzará, probable mente con la inestimable ayuda del alcalde de Nueva York, llamados los portugueses a orden y liberada la isla de Granada de sus demonios familiares. Todos los perros de Suiza mean en urinarios ideados por un catalán que no fue profeta en Su tierra, pero que des de ahora figura en uno de los primeros puestos del ranking de jóvenes esperanzas de catalanes universales y la butifarra catalana ha sido definida, caso insólito en la historia de la chacinería universal. Lujo gastronómico que no se han permitido ni siquiera los norte americanos con el catsup.
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