Gabachos

Ahora resulta que los habitantes de Francia no se llaman franceses, sino gabachos. Vibramos una vez más los españoles de chifladura patriotera, que es añeja tentación. Travestidos de Agustinas de Aragón y de su embriagador perfume a pólvora, nos empecinamos en demostrar la justeza de un viejo axioma histórico, a saber: todo país vecino es un cochino.Arrastramos antiguas rencillas vecinales, por supuesto, una memoria de agravios que propicia y alimenta el desatino. Ahora los franceses cañonean un pesquero indefenso y la furia hispana se desborda. Diario 16 acaba de publicar una encuesta sobre el tema. Hay 100 respuestas, mucha virulencia y una sorpresa: los más izquierdistas parecen ser los más bravíos. "Estoy de los franceses hasta los cojones", responde un actor a quien generalmente admiro. Clarividente frase: cuando nos dejamos arrastrar por el odio visceral, cuando nos engolfamos en ese bajo instinto intelectual que es la belicosidad patriochiquera, estamos reduciendo la razón a una función testicular u ovárica, como si el cerebro se nos hubiera alojado en la entrepierna. Tal parecería que los franceses queman nuestros camiones y hunden nuestros barcos de modo gratuito, sólo por fastidiar, porque nos tienen rabia. Un prodigio de análisis político.
Oh, sí, hay mucho de que apenarse en el ametrallamiento del pesquero. En ese pasmoso ataque, en esa desmesurada prueba, no de fuerza, sino de simple barbarie, que desprestigia a las instituciones francesas, que corroe un poco más el frágil ensueño, patrimonio de todos, de tina Europa más justa, más civilizada y sabia. Cabría preguntarse si un disparate semejante no hubiera costado la cabeza de algún burócrata francés de hallarse Mitterrand en la oposición y no en el mando. O por qué las izquierdas europeas, cuando asumen el poder, parecen ejercer una mayor brutalidad y represión, como si tuvieran que hacerse perdonar el progresismo, como si fueran lo suficientemente imbéciles como para creerse las torpes acusaciones de debilidad con que les chantajea la derecha. Son reflexiones todas ellas dolorosas, desde luego. Por eso es más grato, más confortable y excitante el seguir pensando con el pubis y el gritar enronquecidamente un viva España.
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