La denuncia
La chica de La Línea de la Concepción, no se sabe si antes o después de darse el pico, se presentó en comisaría para denunciar que le habían vendido la heroína adulterada. Qué ternura, la chica de La Línea, pionera de un género nuevo de desgracia: la de asomarse a las comisarías para clamar contra la estafa del placer, contra la manipulación de nuestros vicios, que son, al fin y al cabo, la suma y sigue de nuestras soledades.Verá, señor comisario, podremos declamar a partir de ahora, que me han adulterado el amor, me han dejado el corazón vacío y las sábanas sucias; que Persita Puig no tiene soluciones para esto y Heno de Pravia y el aroma de mi hogar no me sirven, señor comisario, ni siquiera la promesa de un trinapiña bien fresquito al atardecer puede quitarme este peso de plomo de las horas baldías.
Le puedo imaginar, al comisario, tomando nota del robo de la sed a manos de intolerables vendedores de salmuera camuflados de huríes; el ceño fruncido, el gesto perplejo, como en los años en que dejaba en los papeles constancia inútil de la pérdida de un pasaporte que habíamos escamoteado para causa mejor. O, quizás, más desconcertado aún, tomándose un café de máquina en cucurucho de cartón, y comentando con el subordinado inmediato: "Qué me dice, Martínez, ahora la gente, encima, quiere ser feliz". Y Martínez, acostumbrado a la ausencia de deseo, no sabrá qué decir.
Y qué de malo puede haber en ello, en querer ser feliz, si no fuera porque de este ansia se nutren nuestros buitres. Que nada te deja tan desnudo, tan inerme, como ese ingenuo deseo, esa insolente impudicia que te hace pedir la mejor heroína, el amor más entero, el vino de abolengo y la siesta sin ruidos.
La chica de La Línea de la Concepción, sin saberlo, ha hecho un hermoso chiste. Y quizás sea éste el único derecho que nadie puede saquearnos: el derecho a reirnos de nuestros propios fraudes. De ahí que me parezca que las comisarías pueden llegar a ser lugares respetables, de los que uno saldría con la satisfacción del deber cumplido, de la confesión completa:
-Confieso que me estafó, señor comisario.
-Sí, pero usted...
-¿Yo, señor comisario? Yo le necesitaba. Yo le creía.
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