Crítica a Savater
El apócrifo Savater -en el artículo publicado en este periódico el pasado 27 de septiembre- exige al futuro Gobierno de izquierda: "Seguridad de no ser impunemente despedido del trabajo -como si el trabajo no fuera ya una impunidad-; seguridad de que en las cárceles y comisarías no se siga torturando -sin cuestionar la verdadera tortura que consiste en la existencia de cárceles y comisarías-; seguridad de la subordinación del poder militar a sus legítimas autoridades civiles -como si hubiera alguna autoridad legítima o no fuera acaso el poder militar la última razón, la autoridad fáctica sobre la que se fundamenta todo poder-; seguridad de que se combata al terrorismo con toda la fuerza política-de la ley y no con la pura ley de la fuerza", ignorando deliberadamente que la fuerza política de toda ley es la pura ley de la fuerza.¡Cómo cambia la gente, Vicente!, ¡de franciscano a jesuita! Pero, vamos, no es el contradecirse lo que más me conmueve, pues ya se sabe que la contradicción es una magnífica fuente de juventud y una inmejorable unidad métrica de vitalidad, sino la apuesta que hace... o, mejor dicho, lo contrario: la apuesta que deja de hacer, su retirada del juego, su filiación a las compañías de seguros lógicamente obsesionadas con la seguridad, de lo que eternamente estará inseguro mientras quede algo de vida y rebeldía.
Está clarísimo: entre el Estado o el caos, Savater se ha apuntado al Estado -el peor de los caos, el institucionalizado-, ha elegido, al discreto carterista. Es decir, ha renunciado a elegir; ha pasado -cito a Savater- "de ser un particular a ser una partícula". /
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