Los viejos maestros
Los viejos maestros padecen un grave problema de identidad con el tiempo en el que viven. Es el caso de Antonioni y Lindsay Anderson, obsesionados por comprender plenamente, pero sin variar los enfoques de antaño. Antonioni, en Identificación de una mujer, narra las vicisitudes de un director cinematográfico que busca con ansiedad el rostro de la mujer que debe inspirar su próxima película. Naturalmente, es un hombre en crisis. Enfrentado a dos caracteres femeninos opuestos, el fracaso coronará sus pretensiones amorosas; la contemplación de la naturaleza será su único refugio. Antonioni explica que los viejos términos del amor son ya irrepetibles, pero carece de la sensibilidad necesaria para comprender los nuevos: malgasta mucho tiempo de proyección para informar del lesbianismo de una de sus mujeres y pierde el resto para concluir que la segunda tendrá un hijo de otro hombre; es decir, matiza su crisis con problemas tan ingenuos que resulta difícil aceptarlos.Un sorprendente esquematismo bodea todo el filme de Antonioni, repleto, por otra parte, de frases tan pretenciosas como chirriantes.
La habilidad que, esporádicamente, muestra Antonioni en algunas secuencias dispersas donde florece el recuerdo de su antiguo talento, es la única base del inglés Lindsay Anderson, que en Britannia hospital quiere también sintetizar la "situación del mundo". Anderson (Sábado noche, Domingo mañana, If .. ) no comprende tampoco muy bien los términos en que en nuestro presente se enfrentan los eternos conflictos de clase. De ahí que elija la risa bufa para hacer una parábola del Reino Unido, en la que todos aparecen como locos: los que mantienen el poder y quienes obedecen, los que experimentan y los conservadores, la familia real y los revolucionarios, los que se aman y trabajan y quienes luchan por sus reivindicaciones laborales. Todos locos. La película, naturalmente, es un delirio, cuya comprensión final se hace difícil. Mientras envejece mal Anderson, y se niega a aceptar su envejecimiento Antonioni, los jóvenes alemanes, precipitadamente aupados por la crítica, defraudan ahora porque no han sabido reemplazar a quienes criticaban. Discutibles o no, Anderson y Antonioni hacían nacer sus películas de su propia verdad, aunque ahora les resulta difícil adaptarse a un mundo que se les escapa.
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