La escuela de Viena y la soviética, frente a frente
Director teatral y sinfónico, el chileno Maximiliamo Valdés (Santiago, 1948) ha demostrado en su concierto con la Orquesta Nacional, muchas cualidades. Para comenzar, un instinto, una naturaleza que le ahorrará en su ya brillante carrera muchas dificultades. Para los que conceden alguna importancia -a veces, demasiada- al concierto-espectáculo, Valdés reúne una estampa gallarda y un repertorio gestual elegante y sobrio.Discípulo de Sergiu Celibidache, algunos rasgos confirman el aprendizaje, como la ausencia de retórica interpretativa o la finura de oído; otros en cambio, quedan lejanos del modelo, tal el extremado control y la ancha gama de matices dinámicos, Por eso, el Romeo y Julieta (1936), de Prokofiev, resultó un tanto pobre de plasticidad, aún cuando siguiera una línea de buen músico y no abusara, ni siquiera en los momentos culminantes, de los fortísimos: suerte de gritos, con los que tanto director intenta convencernos, a falta de razones.
Seis piezas: Anton Webern
Orquesta Nacional.Director: M. Valdés. Solista: E. Gruenberg. Obras de Webern, Shostakovitch y Prokofiev. Teatro Real, 29 de enero.
Hacia compañía al best seller de Prokofiev, el concierto en la menor, para violín y orquesta (1948), de Dimitro Shostakovitch que estrenaran Oistrach y Mravinski en 1955, siete años después de su composición. Página de extraña belleza y fuerte carga pesimista, si en general está dominado por valores líricos, tampoco faltan los grotescos, por no aludir a cuanto de maléfico y demoníaco encontraba Oistrakh en el scherzo.
El vienés, afincado en Inglaterra, Erich Grueber (1924) lució una preciosa técnica de arco, gran belleza de sonido, excelente afinación y una calidad comunicatividad que convenció a todos.
El trabajo de Valdés fue de indudable mérito por lo que sus versiones tienen de clarificadoras, tal y como se evidenció en las Seis piezas, opus 6 (19 101928), de Anton Webern, creaciones maestras en lo que más que brevedad supone esfuerzo de condensación. Lástima que la situación al comienzo de programa no es la que mejor conviene, precisamente, a la música sumaria y sustancialmente colorista de Webern. Y bueno será añadir, para terminar, que el color (el timbre) no es en el discípulo de Schonberg cosa añadida o mezcla de tonalidades en la paleta, sino valor estructural y expresivo, a partes iguales.
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