Primer aniversario de la arrolladora victoria de Ronald Reagan frente a Jimmy Carter
El primer martes de noviembre es, tradicionalmente, jornada electoral en Estados Unidos. Lo fue ayer para alcaldías de varias grandes ciudades, algunos gobernadores y otros cargos municipales o federales de menor importancia. Lo fue hace un año, el 4 de noviembre, para la elección presidencial, que concluyó con el anuncio de la arrolladora victoria del republicano Ronald Reagan contra el presidente demócrata Jimmy Carter.
Reagan venció por 483 votos electorales contra sólo 49 para Carter, obteniendo un margen histórico que permitió una entrada memorable del nuevo presidente en la Casa Blanca, el 20 de enero de 1981. Desde entonces la política norteamericana dio un giro, tanto en el plano interno como en las relaciones internacionales.Nuevo programa económico, con recortes de gasto público y disminución de impuestos directos, ataques virulentos contra la Unión Soviética, apoyo casi incondicional a la Junta Militar de El Salvador, acercamiento a las dictaduras latinoamericanas, cambio de rumbo paulatino hacia las tesis árabes, que incluyen a la OLP en todo arreglo del conflicto en Oriente Próximo, relativa deterioración de las relaciones con los aliados europeos, tales son las principales características al año de la entrada en la escena política estadounidense del presidente Ronald Reagan.
Pero los aniversarios electorales en Estados Unidos sirven también de examen sobre la marcha de la valoración pública para el partido en el poder. Reagan ha apoyado personalmente las campañas de los nuevos gobernadores en los Estados de Virginia y Nueva Jersey -cuyos resultados oficiales se conocerán en la jornada de hoy-, implicando su prestigio de presidente en el veredicto de las urnas en estos dos importantes Estados de la Unión.
Y, sobre todo, Reagan y sus estrategas piensan ya en el primer martes de noviembre de 1982, cuando los electores votarán para la renovación del Senado -actualmente con mayoría republicana-, verdadero termómetro político, a mitad de camino entre cada elección presidencial. Reagan sabe ue el resultado de noviembre de 1982, entre cuyos aspirantes a senador por California figura la hija del presidente, Maureen Reagan, dará la medida exacta de su popularidad y posterior posibilidad de reelección en 1984.
Entre tanto, al año de su entrada clamorosa en Washington, Ronald Reagan se ha revelado como un verdadero mago de la política, al convencer en varias ocasiones in extremis a un Congreso reticente a aprobar sus programas de recortes sociales y, sobre todo, la reciente venta de armas por valor de 8.500 millones de dólares, a Arabia Saudí.
Reagan ha continuado su acoso verbal contra los soviéticos, sin que ello impida la próxima apertura de negociaciones de desarme en Ginebra, el 30 de este mes. Ha pasado con relativa facilidad las pruebas de política exterior, en sus encuentros multilaterales de la cumbre de Ottawa y, hace dos semanas, de la cumbre de Cancún, entre países ricos y países pobres.
Reagan intenta torear las patentes divisiones entre su equipo de política exterior -donde los conocimientos de Reagan dicen que son escasos- cada vez que saltan a la palestra las diferencias entre el secretario de Estado, Alexander Haig, y el jefe del Consejo de Seguridad, Richard Allen, en unas polémicas donde el poderoso consejero presidencial, Edwin Meese, y el no menos fuerte secretario de Defensa, Caspar Weinberger, también tienen mucho que opinar.
Pero, a juicio de los observadores y comentaristas políticos norteamericanos, el futuro político de Ronald Reagan será juzgado por los americanos bajo las mismas premisas por las que fue triunfalmente elegido: la recuperación económica de EE UU. La inflación, el paro y el crédito son las principales preocupaciones de los estadounidenses. No las relaciones con la URSS, los euromisiles o El Salvador. Y en ese terreno, el económico, las cosas no marchan muy bien para el presidente.
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