Las artes marciales preservan de trastornos psiquícos
«Las artes marciales ayudan a descargar adrenalina. Practicándolas, el individuo utiliza la agresividad de forma creativa y las frustraciones diarias se van con un grito o un golpe de pie». Así opinan no sólo los defensores y practicantes de este deporte, sino también los especialistas en psicoterapia que participaron en el 7º Congreso Internacional que sobre dicha especialidad clínica se ha celebrado recientemente en Copenhague (Dinamarca) y los miembros del Centro español de Investigación de Artes Marciales.
El trabajo del Centro de Investigación de Artes Marciales viene desarrollándose desde hace años, aunque haya sido ahora cuando ha comenzado a ser conocido a nivel popular. El fundador y director de este centro, José Luis Paniagua, bioquímico, profesor, autor del libro Artes marciales: el equilibrio cuerpo-mente a través del cuerpo, expone para EL PAIS lo que viene siendo su labor: «Más allá de los cinco sentidos que todos conocemos, el cuerpo es capaz de percibir el mundo y la vida en todo su contexto, tanto a nivel intrapersonal como interpersonal; es capaz de una comunicación profunda sin palabras. «Para quien sabe leer en él, el cuerpo revela no sólo su estructura corporal y el carácter y problemática del ser al que sirve de continente, sino también cómo lo psíquico ha sido modificado y, a la vez, modifica dicho continente», afirma el profesor Paniagua, que acudió a Copenhague junto a María González Garzón, becados por el Consejo Superior de Deportes.En el caso de las artes marciales Karate-do, taekwn-do y taichi-duang, concurre la circunstancia de que son las únicas disciplinas corporales que se basan fundamentalmente en el desbloqueo y utilización de la agresividad de forma creativa, aprovechando esa energía negativa generada por las frustraciones diarias, y que habitualmente revierte sobre nosotros de manera negativa, rompiendo nuestro equilibrio cuerpo-mente-medio exterior.
Perfecto equilibrio
«En la práctica de las artes marciales, el sujeto de nuestra fantasía de agresión se sitúa fuera de uno mismo, se objetiviza simbólicamente en la figura del contrario, al cual miramos continuamente a los ojos. Se aprende así a sentir y ver nuestra propia agresividad a través del cuerpo, a jugar a controlarla», continúa el profesor, el cual, en su trabajo, intenta demostrar que el hombre no es una dualidad de materia y espíritu sin apenas conexión, que el cuerpo y la mente forman una unidad coherente e indivisible en constante interacción y que las artes marciales son la vía idónea hacia la restauración del equilibrio psicosomático, trabajando prioritariamente desde el cuerpo, aunque sin olvidar la mente ni las relaciones interpersonales.«La finalidad última de estas artes es conseguir ese perfecto equilibrio del que venimos hablando mediante una diversa gama de técnicas corporales. Uno puede entrar cansado y fastidiado, pero sale estimulado, tanto física como psíquicamente. La consecución de la finalidad implica una serie de objetivos intermedios, como la toma de conciencia y aceptación del propio cuerpo, saber escuchar interiormente a nuestro cuerpo y cómo trabajan los músculos, reeducar y recordar la capacidad corporal para el juego y el goce implícito en él mismo, avivar el mundo sensitivo y sensual mediante el trabajo de la colurriria vertebral, el bajo abdomen y la pelvis; capacidad de relajación, mejora de los biorritmos, sensación de paz y seguridad en uno mismo...».
La adrenalina acumulada se libera con el grito y la explosión violenta de la técnica, y para ello basta un par de minutos. Mantener dicha técnica más de ese tiempo tiene un efecto negativo que anula la liberación conseguida.
En opinión del profesor Paniagua, energéticamente, toda inhibición y frustración sexual o de otro tipo implica la no realización (de una acción deseada, consciente o inconscientemente. A dicha acción, el organismo había dedicado una determinada dosis de energía; por consiguiente, si ésta no se libera, se acumula y genera agresividad, perturbando el equilibrio cuerpo-mente.
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