Vian Ortuño
Desde el verano que no almuerzo con Vian Ortuño, o sea que puedo prometerles a ustedes que mi adhesión a su política universitaria no nace un paté raro y exquisito ni de un champán frappé. (Los niños de Serrano de los años cincuenta, de quienes también he hablado hace poco en público, y que no tenían estos problemas universitarios, ni otro problema que no fuera encontrar una bandurria para la rondalla, decían «prometer» por «jurar», con deliberado despropósito y esnobismo).Hoy son otros los niños y otros son los rectores. Vian Ortuño, que ejerce de tal en la Complutense, es un hombre que, con su barba de aqueo y su temple como de viejo institucionista, está haciendo lo que puede por contrarrestar o equilibrar las contradictorias medidas que el ministro de la cosa, mi también querido y admirado amigo Luis Seara, aplica al tema. Comprendo que el decreto de cierre de la universidad, siquiera sea por un día (y tomado colectivamente el acuerdo, no cesáreamente), tiene un pistón represivo que suena mal y queda peor cuando el ministro prohibe la prohibición, o séase, anula el cierre, reabre la cosa:
-Pero nosotros hemos cerrado moralmente -dice Vian Ortuño, que es muy suyo y muy férreo, como todos los hombres que llevan barba de hierro colado.
Aquí lo que hay, por encima/debajo de los errores y aciertos de unos y otros, es una inercia verticalista por la cual las decisiones siguen viniendo de arriba, de un arriba siempre remoto y misterioso, como en Kafka y Cocteau, y cuando constitucionalmente todas las universidades españolas son autónomas, y no sólo la que lleva este nombre, el ministro o quien sea, con un tic heredado (tic contra el cual luchó, seguramente, en dialéctiba estudiantil con los caballos del absolutismo no ilustrado), toma decisiones que no le corresponden y a cada momento priva a la universidad de su autonomía democrática y constitutiva. Lo mismo pasa con otros ministros en otros ramos. Y no hablo sólo de seulstas reciclados, que eso sería obvio, sino, lo que es más curioso para un politólogo, de ministros que se templaron pclíticamente, en su juventud, como antifranquistas. El poder ya no se hereda, en una democracia, pero sus hábitos, signos y tics, quien primero se los apropia, en lógica freudiana, es el que más los había combatido.
Ya que no les dan dinero, a los hombres de la universidad, de la investigación, del estudio, por lo menos que les den una subvención de libertad para manejarse. Esta subvención va implícita, si no en los Presupuestos Generales del Estado, sí en la Constitución. Vian Ortuño tiene una leyenda negra de autoritario entre la izquierda y una leyenda roja de rojo entre la derecha. Con su pelo de viruta de cobre, su cabeza anacrónica y enérgica, su barba feudomitológica y su marcha a tope, a mí me parece un amigo y un profesional que sale a torear todos los dias, que se parte la vista contra la actualidad. Sé qué catedráticos le quieren y quiénes no, y si no soy amigo de fanatismos, soy, en cambio, fanático de la amistad, porque la amistad, como el amor, es una equivocación mágica que siempre acierta:
-El ministerio no ha entendedido lo que pretendíamos -dice Vian.
Hay algo más grave, mi querido y admirado amigo: el ministerio, los ministerios, los ministros no han acabado de entender que democracia es el derecho a equivocarse y la renuncia, por parte de ellos, a ejercer el verticalismo sistemáticamente. No hay mérito en respetar los aciertos del de abajo, sino en respetar sus errores.
Cerrar la universidad, siquiera sea por un día y como apelación al vacío para llamar la atención dé quien corresponda, me resulta, poco estético y ambiguamente ético. Pero Vian Ortuño, con sus contradicciones y audacias, tan bizarro siempre (y que no milita, un respeto), es algo así como nuestro Orestes complutense. O, cuando menos, aquel hombre que se parecía a Orestes.
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