Ricardo Toja
El nombre de Ricardo Toja Landaluce retrotrae nuestra memoria afectiva a los años cuarenta y nos induce a reconocer, no sin emoción, los esfuerzos de toda una juventud bilbaína tempranamente decidida, contra viento y marea (marea y viento procelosos los que vinieron tras la guerra civil), a emprender, con su propia y prematura iniciación en el campo del arte, una cierta restauración de lo que les legaran, Arteta al frente, los maestros vascos de la preguerra. La exposición que actualmente presenta TOP en Madrid no puede por menos que suscitar el recuerdo de aquellas otras que tuvieron lugar en Bilbao hace tres decenios, en algunas de las cuales participó nuestro hombre cuando casi era un niño.También el nombre de Toja (y con él los de Ibarrola, Eduardo de la Sota, Ariño de Garay, Pérez Díez, Irigoyen, Barceló, Murga, Zalaya, Fidalgo ... ) quiere hablarnos de la parcialidad, e incluso de la injusticia, a que ha venido ateniéndose la cuenta oficial de las vanguardias posbélicas, con exclusivo privilegio de una minoría consagrada y ese olvido sistemático de otros hombres y grupos que no dejaron de aportar su granito de arena, y con antelación comprobable. Tal es el caso de nuestro artista, y el de los que junto a él se citan, y no otra la circunstancia de aquellas empresas y agrupaciones (Sala Studio, Asociación Artística Vizcaína, Artesanía Española...) que alentaron el renacer prematuro, repito, de unos cuantos artistas de Bilbao.
Ricardo Toja
Galería Felipe SantullanoColumela, 15
Ricardo Toja pertenece, por derecho propio y por gracia de su juventud (era el más joven de todos ellos), a aquella incipiente hornada que, en atención a la entidad que divulgó a sus componentes, y al premio con que honró sus afanes, merece verse mencionada como generación-Sala Stvdio; una generación, por otro lado, que halló en el poeta Blas de Otero su elemento aglutinante, y del escultor Jorge Oteiza recibió algo así como el espaldarazo. En ella forjó Toja sus primeras armas y captó la visión inicial de lo moderno. Residió luego en Madrid, donde, a finales de los años cincuenta, ofrecía su primera muestra individual, que había luego de compartir con otras de carácter colectivo en España y en Francia.
Veinte años después de aquella exposición madrileña, Ricardo Toja nos deja ahora versus últimas creaciones: paisajes e interiores cuya modalidad respectiva se acomoda, indistintamente, a una suerte de clima general y a una insensible geometrización de la forma. Se vislumbra en aquél un cierto aire orientalista y obedece ésta al magisterio latente, tal vez, del gran Aurello Arteta. Pintura bien pintada, cuyos adentros y afueras (interior y paisaje) vienen a aclimatarse a un mismo acaecer, respirar y sentir.
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