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La reinvención de Acerbi, el héroe interista de la semifinal

El veterano central del Inter superó dos veces el cáncer, dejó atrás el alcoholismo y su afición a la noche para convertirse en un pretoriano de Simone Inzaghi

Francesco Acerbi
Juan L. Cudeiro

Marcó el gol y entró en trance, se quitó la camiseta del Inter y otra más que llevaba por debajo. Quizás era hasta lógico que fuese Francesco Acerbi (Milán, 1988) quien encontrase a la desesperada una solución para su equipo, un gol en el último instante del partido contra el Barcelona que llevó la eliminatoria a la prórroga y les recolocó en el camino de la final de Múnich. Acerbi, un veterano defensor de típicos trazos italianos que tiene tras sí una historia nada común.

En toda esa fiereza que sucedió al gol, Acerbi dejó ver los tatuajes que cincelan su torso, señales de una vida baqueteada. En uno de ellos recuerda a Elías, un niño al que conoció en un centro oncológico de Udine, una historia a la que llegó de la mano del padre del pequeño. “Le pregunté si el chico sabía que le quedaban apenas unos meses de vida y me dijo que sí. Me parecía imposible que se pudiese reír y querer como lo hacía”, explicó en una demoledora entrevista de la publicación italiana l’Ultimo Uomo. Acerbi era ya entonces un superviviente de cáncer testicular, dos veces lo dejó atrás. La noticia le llegó al poco de fichar por el Sassuolo en 2013. Ya entonces su vida no estaba bajo control, adicto al alcohol y a la noche según asume para olvidar la muerte de un padre con el que mantenía una relación complicada.

Simone Inzaghi (derecha) celebra con Francesco Acerbi el pase a la final de la Champions tras eliminar al Barcelona.

No jugó en primera división hasta que tuvo 23 años, se estrenó en el Chievo Verona y casi de inmediato le llegó una oferta del Milán. Un sueño porque el ahora interista Acerbi era un joven milanista que solía ir siempre que podía a la Fossa dei Leoni, la grada ultra rojinegra. Pero aquella oportunidad coincidió con la orfandad. “No le di la importancia debida a todo lo que ocurría entonces”, explica con la perspectiva del veterano. “No me comporté como un profesional”, describe. El efervescente Sassuolo del histórico estreno en la Serie A apareció como un bálsamo, pero fue justo entonces cuando llegó el cáncer y reapareció el alcohol. Hasta que un día asegura que se dio cuenta del poder de la mente. Tomaba unas pastillas para aplacar las náuseas que le ocasionaban los ciclos de quimioterapia. O eso pensaba él porque el médico descubrió que en realidad lo que ingería era un laxante. “Y ahí me di cuenta del poder de la mente, de que sentía que las náuseas se iban cuando tomaba un laxante”. Dejó el alcohol. El verano de 2014 lo dedicó al entrenamiento, se alejó de las malas compañías. “Hasta entonces jugaba para mi padre, él ya no estaba y traté de olvidarlo con la bebida. Me di cuenta de que tenía que jugar para hacerme feliz a mí mismo”. Un ataque de pánico en una noche en la que regresaron pasados fantasmas le acabó de redirigir al camino correcto.

“No me respetaba a mí mismo, pero el cáncer fue mi suerte”, explica ahora. Sobre todo la recaída. “Cuando supe que lo tenía pensé de inmediato en todas las oportunidades que había desperdiciado. Si no fuese por eso jamás me habría asentado en la máxima categoría. Por el camino llegó un positivo debido al tratamiento que seguía, un mal trago que se superó en el contraanálisis. Y una progresión profesional que desde hace seis años le han convertido en asiduo en las convocatorias de la selección con la que fue campeón de Europa en 2021 aunque los tres últimos partidos del torneo los vio desde el banquillo. Lo fue durante sus cuatro campañas en el Lazio y ahora en las tres que lleva en el Inter, donde es un pretoriano de Simone Inzaghi, el técnico con el que ya había jugado durante su periplo romano. Al técnico le llovieron las críticas cuando insistió en fichar en el verano de 2022 a un viejo milanista de 34 años para liderar el centro de la zaga del Inter. Dijeron que era un capricho. Ya pocos opinan lo mismo.

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