

Nico González no es la solución al drama del Manchester City
Pep Guardiola sustituye al supuesto sustituto de Rodri, fichado por 60 millones en enero, tras otro partido sombrío cerrado con derrota 1-0 ante el Forest


Pep Guadiola llevaba un rato frotándose la cabeza, este sábado en el City Ground de Nottingham, cuando los peores indicios afloraron en el punto más sensible de su equipo. A la media hora de partido Nico González se hizo con un balón en el mediocampo y cuando intentó girarse exhibió la clase de inestabilidad que paraliza a los futbolistas demasiado pesados y rígidos para desenvolverse en 360 grados a 20 metros de su área, ahí donde una pérdida no equivale a un mero contratiempo, sino a sufrir media oportunidad de gol en contra. La reacción del jugador español, fichado en enero por 60 millones de euros para ocupar el puesto baldío que dejó Rodri, fue desesperada y aparatosa. Hizo falta a su oponente y el árbitro le mostró la tarjeta amarilla. Fue la constatación del penoso estado en el que se encuentra el Manchester City sin que los 250 millones de euros que se acaba de gastar en el último mercado le sirvan para subsanar carencias. El resultado final, 1-0 a favor del Forest, lo expone a perder la cuarta plaza de la Premier, último vagón del acceso a Champions. Lo asedian Chelsea, Fulham, Newcastle, Bournemouth y Aston Villa, y, lo peor, lo embarga la desesperanza.


El City ha traspasado el umbral de la mala racha. Hace semanas que el vigente cuádruple campeón de la Premier dejó de estar en crisis, víctima de la desnaturalización y la pérdida de identidad que le confería su juego enérgico y dinámico, hoy completamente degradado. Ahora padece una epidemia de dudas, desconfianza y melancolía que contagia incluso a los jugadores que habían sostenido la precaria estructura remanente. Bernardo Silva, Gvardiol, Rúben Dias y Haaland, pilares del grupo que logró meterse entre los cuatro primeros de la liga, también dan síntomas de perder la fe. Guardiola afronta otro fenómeno insólito en su carrera de entrenador. Hasta febrero debía resolver por primera vez el dilema que presentaba una dinastía en declive. Ahora también es responsable de convencer a una plantilla que se muestra mayoritariamente deprimida. Si Rodri reapareciera hoy en su máxima expresión, ¿podría levantar este peso muerto?
La pasada jornada, después de ganarle al Tottenham por 0-1 en un partido en el que el City tuvo el 45% de la posesión y sufrió cuatro remates a bocajarro, Guardiola declaró que veía señales de mejora en el juego de su equipo. Las palabras dejaron perplejos a muchos directivos y entrenadores del fútbol inglés que creyeron ver lo contrario en White Hart Lane, donde el marcador sonrió al City sin que el equipo abandonara la oscura línea trazada en el Emirates, el Bernabéu o el Parque de los Príncipes. La derrota ante el Forest devolvió las cosas al cauce decadente. El City, antaño una máquina de generar ocasiones, apenas tiró cinco veces, pero nunca con claridad. La ocasión más aproximada fue un disparo de Foden en la primera parte. Se supone que Foden es un especialista en el remate desde la frontal del área pero esta vez definió como si le abrumara una insoportable languidez. La pelota, que iba fuera, pegó en la rodilla de un defensa antes de irse por la línea de fondo.
Un cambio de orientación de Gibbs White hacia Callum Hudson Odoi en el minuto 83 pilló a la defensa del City malparada. Gvardiol, obnubilado, no cerró el tiro al primer palo y Ederson, que le acababa de hacer una parada inverosímil, no protegió la brecha. “Fue un partido ajustado”, dijo Guardiola al pasar por la sala de prensa; “al final nos metieron un gol en una transición. Por lo demás, controlamos muy bien sus amenazas. Pero cuando llegamos al último tercio no identificamos bien los movimientos, y pasamos el balón demasiado lento de derecha a izquierda”.
El 1-0 cerró un duelo dominado por el City únicamente en el terreno de las apariencias. El equipo tenía la pelota, pero la tenía mal. La circulación era lenta, a los controles sucedían largas pausas, o inocuas conducciones, casi nunca por los carriles centrales, casi siempre por afuera, sin intimidar. La falta de ritmo solo sirvió para brindar comodidad a Murillo y Milenkovic, los centrales locales, progresivamente tranquilos frente a unos adversarios incapaces de activar a Haaland.
De Bruyne, la última esperanza
La baja de Rodri puso de manifiesto en septiembre algo que nadie sabe mejor que Guardiola. El mediocentro, también llamado pivote, es el diapasón del equipo. El encargado de afinar emociones, imponer el ritmo, dar seguridad a sus defensas y orientar a los atacantes imprimiendo la agresividad imprescindible para resolver problemas. La melancolía que amenaza con corroer la moral del City comenzó en ese punto y Guardiola descubrió que ninguno de los candidatos a pivote que tenía en la caja de herramientas realmente le servía: ni Nunes, magnífico lateral; ni Rico Lewis, un membrillo; ni Kovacic, mediapunta frustrado que solo sabe pensar soluciones una vez que asegura el control de la pelota, cosa que le preocupa sobremanera. Resulta paradójico que Guardiola, mediocentro de época, no lograra dar con la tecla de su mediocentro de auxilio en caso de que le faltara Rodri. Tan raro como que su fichaje de emergencia fuese Nico González, otro mediapunta frustrado, sin mucha experiencia y con muy poco instinto de protección de sus centrales. Fue Xavi Hernández quien le desestimó en su día para el puesto de pivote. Ahora, cada partido que pasa añade elementos de cargo contra la idea de que este llegador de zancada aparente sirva para hacer lo que hacía Rodri. Por si acaso, Guardiola le sustituyó por Kovacic en el minuto 62, antes de que el árbitro le mostrara la segunda amarilla.
Sin un mediocentro que lo oriente el City se hundió sin freno en su pozo de melancolía. No lo ayudó la disposición táctica de Bernardo Silva y De Bruyne, maestros del juego pero demasiado disparados hacia el área contraria y demasiado lejos de sus centrales, porque cada vez que Dias y Khusanov levantaban la mirada en busca de un cómplice, Nico andaba sospechosamente cubierto. Fue significativo el papel de De Bruyne, que entró en la segunda parte en plan salvador porque arriba no desequilibraba nadie, ni el postergado Doku, ni el intermitente Savinho, ni mucho menos Marmoush, el penúltimo fichaje, cuya mayor gesta hasta el momento fue lanzar una falta al travesaño en el Bernabéu, eso sí, cuando el City perdía 3-0.
El City perdió dulcemente adormecido con su nuevo ritmo pausado, sin que los jugadores fueran capaces de reaccionar a los gritos del entrenador desde la banda pidiendo velocidad de balón. Ya es tarde. La metamorfosis del equipo más vibrante de Europa en el último lustro sigue adelante con su extraño proceso metafísico. Pep Guardiola, el Sam Peckimpah del fútbol de acción y aventuras, se ha convertido en Krzysztof Kieślowski. La Trilogía de los Colores aburre a las ovejas.
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