Un superviviente de la tragedia del K2 en 2008 manipula varias fotos de cima para atribuirse los 14 ‘ochomiles’
El italiano Marco Confortola alteró digitalmente varias imágenes para atribuirse el Lhotse o el Makalu mientras capea las críticas de mitos como Reinhold Messner


Elizabeth Hawley, una mujer de edad avanzada, aspecto frágil, y voz suave, supo mantener a raya la mentira durante décadas en los asuntos relacionados con los 14 ‘ochomiles’ del planeta. Ésta corresponsal británica de prensa en Nepal intimidaba a los mentirosos con un gesto tan sencillo como elocuente: les miraba a los ojos elevando su mirada por encima de las gafas que siempre llevaba puestas. Esa mirada, que era un dardo, provocaba sudores fríos, evocaba temores mayores que las grietas, las avalanchas o las tormentas en la montaña. Sin Hawley, fallecida en 2018, saltarse la realidad es más fácil para muchos himalayistas. El último en prescindir de la ética y la elegancia de la verdad es el italiano Marco Confortola, en el centro de un huracán mediático del que nadie sabe cómo podrá escapar.
Hawley no pisó jamás una montaña, pero los sherpas sí. Y estos hablan mucho entre sí, siempre se han contado los chismes de sus clientes creando un torrente de información que, como un río, siempre desembocaba en Hawley. Cuando el chófer de ésta mujer menuda aparcaba su escarabajo azul claro a las puertas del hotel de un alpinista, se bajaba sabiendo la verdad, convencida de que estaba a punto de cazar a un tramposo. Y, con éste poder, podía plantear las preguntas que su interlocutor no sabría responder, sencillamente porque no había estado en lo más alto de la montaña que defendía haber escalado. Si Hawley validaba entonces las ascensiones, durante años recogió su testigo el equipo de Eberhard Jurgalski, con su web, 8.000ers.com, pero ahora las ascensiones a ‘ochomiles’ por sus vías clásicas ni siquiera interesan al sitio, cansado de tanto mentiroso. Cabe recordar que Jurgalski y su equipo invirtieron diez años en documentar las cimas de los ‘catorceochomilistas’ para revelar, como un bombazo, que la inmensa mayoría no había alcanzado el punto más elevado de todas las cimas… casi siempre por un error de apreciación visual en cimas difíciles de interpretar como las del Annapurna o el Manaslu.
Con todo, las chapuzas de Marco Confortola han soliviantado a alpinistas como Simone Moro, primero en tirar de la manta, a Silvio Mondinelli (el italiano tiene los 14) y al mismísimo Reinhold Messner.
Para demostrar que pisó la cima del Lhotse (8.516 m), Confortola, 54 años, guía de alta montaña UIAGM y miembro de los equipos de rescate en montaña de su país, empleó una fotografía cedida en su día por el asturiano Jorge Egocheaga. Allí donde aparecía un primer plano del español, Confortola colocó su rostro: un fotomontaje. El photoshop al rescate de un alpinista desesperado… ¿desesperado por qué? Sencillamente por acabar con la larga y penosa tarea de escalar los 14 ‘ochomiles’, por alcanzar cierta fama, por renegociar contratos con sus patrocinadores, por no admitir que la montaña tuvo la última palabra, porque vivimos en un mundo ‘fake’ en el que todos debemos triunfar en la vida hagamos lo que hagamos… o al menos parecerlo. En su caso, lo que empezó alimentado por la pasión ha derivado en un final de esperpento. En el Annapurna, en 2006, Mondinelli estuvo en la cima y pudo comprobar que su compatriota daba media vuelta varios cientos de metros antes de alcanzarla, tal y como explicó a la web del Club Alpino Italiano. Mondinelli calló entonces para no caer en agrias disputas. A cada cual su mentira, debió pensar. Pero ahora se niega a mantener el silencio.
Simone Moro fue el primero en hablar alto y claro, denunciando sin piedad a Confortola cuando éste anunció, el pasado 21 de julio, que acababa de cerrar en el Gasherbrum I (8.080 m) su periplo en los 14 tras 21 años de esfuerzos. “No es una cuestión personal, ni nada por el estilo: es tan solo un asunto de ética en la montaña y de respeto hacia todos los que han escalado de verdad las montañas más elevadas del planeta”, aclaró Moro. Sus propósitos fueron recogidos en el diario italiano La Repubblica y aumentados por el mismísimo Reinhold Messner, quien no dudó en tildar de “turista” a Confortola. Messner fue el primer hombre en escalar los 14 ‘ochomiles’ del planeta, lista que hoy en día cuenta con 48 integrantes. Messner siempre tuvo cuidado de demostrar con imágenes sus hazañas: incluso cuando escaló el Everest en solitario adaptó su piolet para poder atornillar una cámara y obtener una foto con el autodisparador en la cima. La credibilidad es el mayor tesoro de un alpinista, es la línea que separa los sueños y los deseos más osados de la falsedad. “Un alpinista de verdad tiene la obligación de demostrar que ha logrado lo que dice que ha logrado”, sentencia Messner. Antes, en ausencia de testigos, solo servían las fotos. Hoy en día, los GPS, los trackers, los relojes, los teléfonos vía satélite pueden servir para demostrar una cima.
La defensa de Confortola resulta sumamente endeble, infantil casi: “Me tienen envidia los que me critican”, aseguró en La Stampa. “Muchos profesionales hubiesen deseado que muriese en el K2 en 2008”, en alusión al terrible accidente que se desató en el cuello de botella, cerca de la cima, y que acabó con la vida de once montañeros cuando parte del serac que dominaba la ruta se vino abajo desprendiendo enormes bloques de hielo. Confortola sobrevivió aunque sufrió congelaciones y la amputación de varios dedos de sus pies. El italiano tampoco ha podido demostrar su cumbre en el Kangchenjunga (8.586 m), ni en el Nanga Parbat (8.125 m), mientras que parece claro que también manipuló digitalmente sus fotos de cima en el Dhaulagiri (8.167 m) y el Makalu (8.463 m), ‘robadas’ de otros alpinistas.
El alpinismo no es una actividad deportiva regulada, con árbitros, cámaras, luz y taquígrafos. Es una actividad libre, personal, salvo cuando se usa para obtener patrocinios, ingresos o fama. Su carácter sin reglas precisas no quita para que observe ciertos acuerdos, el más claro de ellos el respeto a la verdad, un pacto no escrito. Mentir equivale a hacer trampas. Exagerar equivale a hacer trampas. La historia del alpinismo rebosa de casos en los que hombres y mujeres regresaron una y otra vez a la misma pared, a la misma montaña, hasta lograr su propósito de escalarla. Jamás se les ocurrió inventar o modificar la realidad: no les importaba las opiniones ajenas. No querían traicionarse, engañarse. Pero la mentira forma parte de la historia del montañismo. Como el ego que deriva en estupidez y que impide reconocer un fracaso como un simple contratiempo o un límite. El alpinismo tiene un problema tanto con la mentira como con las vaguedades y las exageraciones, males que le privan de su credibilidad, un cáncer que algunos actores no temen denunciar sin miramientos
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