Niños indios de tres años que compiten: precocidad peligrosa
Que el ajedrez sea, junto a la música y las matemáticas, la actividad que produce más niños prodigio puede ser una fuente de grandes alegrías


Este texto es una entrega de Maravillosa jugada, la newsletter de EL PAÍS, coordinada por Leontxo García. Apúntate aquí para recibirla.
Nunca imaginé que iba a dar una noticia sobre jugadores de tres años compitiendo en torneos. Ni siquiera cuando, en lo que va de siglo, el goteo de niños prodigio se convirtió en catarata, por el entrenamiento con computadoras de potencia descomunal. Pero ya hay varios; lo hemos contado en las ediciones en español y en inglés, y muchos lectores han expresado su asombro en las redes. El asunto genera preguntas importantes que van mucho más allá del ajedrez. Creo que las respuestas que puedo dar les parecerán muy interesantes.
Empecemos por lo más básico. ¿Se puede jugar al ajedrez a los tres años? Casi nunca, porque la inteligencia abstracta, imprescindible para ello, no suele empezar a desarrollarse hasta los cinco o seis en niños con inteligencia superior a la media (y se consolida entre los once y los dieciséis). La excepción son los superdotados y niños de altas capacidades para funciones específicas. No es aventurado deducir -aunque sólo dispongo de la información publicada- que Sarwagya Singh Kushwaha (así se llama el angelito en cuestión) pertenece a esa pequeñísima minoría. Por eso se ha convertido en el ajedrecista más joven de la historia registrado en la lista de la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), a los tres años, siete meses y veinte días, batiendo la marca de otro cuasi bebé indio, Anish Sarkar, quien lo consiguió a los tres años, ocho meses y 19 días. Hay al menos un niño más de cuatro años, la surafricana Palesa Pfukwa. Para entrar en el escalafón han tenido que ganar a tres o más rivales que ya estaban en él.
Quienes me leen o escuchan con frecuencia ya saben que la respuesta a la pregunta que inicia el párrafo anterior sería muy distinta si “jugar” se aplica al ajedrez como herramienta educativa, combinado con música y danza en un tablero gigante de suelo, o con marionetas u otros recursos auxiliares. Esto no tiene nada que ver con jugar partidas, sino con trabajar objetivos pedagógicos apropiados para niños de uno a seis años.
Antes de los dos sólo tiene sentido que se familiaricen con los colores blanco y negro. A los dos, seriación y clasificación (poner piezas en orden o dividirlas por grupos). A los tres (cuando ya caminan), lateralidad y psicomotricidad). Desde los cuatro, atención, memoria, concentración, geometría elemental (diagonal, horizontal, vertical…), respeto por las normas y por el compañero, control del primer impulso, etc. El índice de satisfacción de las maestras (lo digo en femenino porque en esta etapa educativa casi siempre son mujeres) que han utilizado así el ajedrez suele ser superior al 90% (por ejemplo, en Cataluña). Y de este modo, cuando esos niños empiezan a desarrollar la inteligencia abstracta y ya conocen las reglas del juego, están listos para que el ajedrez educativo también funcione con ellos en Primaria (mezclado con inteligencia emocional o en clase de matemáticas, lengua, idioma extranjero, historia, tecnología, etc.).
Aclarado lo esencial, y antes de abordar la derivada que más me preocupa (la actitud del padre de la criatura), es importante aclarar una de las circunstancias del contexto: ¿es casualidad que este niño y su antecesor en la marca de precocidad extrema sean indios? No, es totalmente normal, y no tanto porque la India sea el país con más habitantes desde 2023 (ya supera los 1.450 millones) sino, sobre todo, porque el ajedrez, muy minoritario hasta finales del siglo pasado, se ha convertido en una pasión nacional -sólo por debajo del críquet y a la altura o por encima del hockey sobre hierba, el bádminton, el fútbol o el tenis- gracias a la idolatría masiva generada por el pentacampeón del mundo Viswanathan Anand.
En lo que va de siglo he hablado con no pocos padres y madres indios que han hecho enormes sacrificios y cambiado su vida radicalmente (casa, ciudad, trabajo, nivel de ingresos…) para potenciar al máximo el talento de su hijo o hija para el ajedrez. Son muy conscientes de que sólo un porcentaje ínfimo de ellos logrará la gloria, pero aún así porfían: “Si sale mal, volveremos atrás. No será el fin del mundo”, es la respuesta que suelen darme, desde una actitud mucho menos probable si fueran europeos o estadounidenses, por ejemplo. Es frecuente que ese tipo de niños dejen de ir a la escuela antes de terminar la enseñanza primaria, o que vayan sólo de vez en cuando, entre torneo y torneo.
Eso sí, la parte alta de ese enorme iceberg es de una brillantez cegadora. Tres de los diez mejores del mundo en este momento son indios (Erigaisi, Praggnanandhaa y Gukesh), de 22, 20 y 19 años, respectivamente; Anand, a los 55, es el 13º (otra proeza histórica). En mujeres, cuatro de las veinte primeras del mundo son indias (Koneru, Divya, Rameshbabu y Dronavalli). Bodhana Sivanandan, de 10 años, inglesa de padres indios, gana medallas en sub-8 y sub-10 y firma hazañas desde que los siete. Un año más tiene la india Anilkumar Charvi, quien acaba de asombrar en el Festival Bali de Benidorm (Alicante) y es la 2ª más joven de la historia -tras la legendaria Judit Polgar- en superar los 2.300 puntos Elo. A los organizadores españoles de torneos abiertos ya no les sorprende que India sea el segundo país que aporta más participantes (después de España); alguno ha llegado a pensar en fletar un vuelo chárter desde Delhi o Bombay.
Ahora ya tienen ustedes toda la información de contexto necesaria para analizar lo que dijo el padre, Siddarth, del niño de tres años, Sarwagya Singh Kushwaha, que da pie a estos párrafos: “Queremos que sea gran maestro [la categoría más alta en ajedrez]”, manifestó a la agencia Reuters. Ojalá mi juicio fuera equivocado, pero mucho me temo que esa frase indica obsesión: el padre no ve el ajedrez como el estímulo educativo ideal para un niño de mente superdotada -si así fuera, tendría mi aplauso-, sino como una vía para que toda la familia sea rica y famosa. Él puede desear lo que estime oportuno, pero debería ser el niño quien un día decida a qué quiere dedicar su vida. Por tanto, los progenitores deberían abstenerse de afirmaciones públicas tan rotundas, que su hijo leerá cuando tenga uso de razón, con la presión que ello supone.
Que el ajedrez sea, junto a la música y las matemáticas, la actividad que produce más niños prodigio puede ser una fuente de grandes alegrías para sus padres. Porque tener un hijo o hija superdotados es, en principio, un privilegio. Pero también puede ser un tormento para toda la familia si los padres no comprenden que los niños en general, y esos muy en particular, son un material humano muy delicado.
Lo que nos lleva a la posible responsabilidad de la FIDE y las federaciones continentales, nacionales, regionales, etc. Teniendo en cuenta que hay campeonatos mundiales, continentales y nacionales sub 8, ¿deberían fijar una edad mínima para competir (como hace, por ejemplo, el Gobierno Vasco, que lo impide hasta los 12 salvo en casos muy excepcionales)? ¿O la responsabilidad debe recaer en padres y entrenadores? Por una vez, permítanme que deje las preguntas en el aire porque admitir la precocidad extrema frecuente en el ajedrez y poner al mismo tiempo límites de edad a la competición es algo difícil de compaginar.
FE DE ERRORES.- La Fundación CajaCanarias tiene la misma sede física que CaixaBank en Canarias, pero no es cierto que tenga vinculación empresarial con CaixaBank, como afirmé erróneamente en mi boletín del jueves pasado.
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