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María Pérez, la diosa de la marcha, consigue espléndidamente su tercer título mundial

La atleta granadina se impuso con más de tres minutos de ventaja sobre su amiga, la italiana Antonella Palmisano, en los 35 kilómetros que abrieron el Mundial de Tokio

La campeona mundial María Pérez sostiene en sus brazos a la segunda, Antonella Palmisano.
Carlos Arribas

Sola entre todos compite María Pérez, que acelera entre hombres y mujeres, pone el piloto automático feliz y se olvida del mundo marchando potente y rítmica, casi con una sonrisa en la boca empapada por la humedad de Tokio recién amanecido.

Va más rápida que ninguna y hasta se divierte acosando con su ritmo durante un par de vueltas al brasileño Caio Bonfim, el segundo clasificado entre los hombres. Ventajas del 35, que se disputa en pelotón mixto, lo que permite relativizar la diferencia entre sexos. El ganador entre los hombres, el canadiense Evan Dunfee, ha empleado 2h 28m 29s en cubrir la distancia, a un ritmo de 4m 15s el kilómetro, mientras que la granadina de Orce consigue su tercer título Mundial dos años después de los dos de Budapest tardando poco de 10 minutos más (2h 39m 1s, a 4m 32s el kilómetro), un crono que le habría hecho terminar la 21ª en la clasificación masculina, lo que a ella no le importa. “Y también desdoblé a dos nipones, ¿eh?”, dice. “Pero cuando compito no pienso en ellos. Solo pienso en llegar. “Voy siempre a mi bola, pero siempre pienso que no hay nadie mejor que yo, ¿no?”, dice. “Y no me importa decirlo antes, como hoy, que una ha dicho, quizás no participe tal, y yo le digo, me da igual, os voy a ganar a todas”.

Solo piensa en ganar, lo que hace con más facilidad que nunca después de marcharse con su íntima Antonella Palmisano pasado el kilómetro 20 del grupo en el que marchaba más mal que bien, aguantando pisotones de la china Peng Li que formaba consorcio a su lado con la ecuatoriana Milena Torres una vez descolgada para siempre la otra favorita, la peruana Kimberly García, campeona mundial del 22. Se van juntas Pérez y Palmisano, casi del brazo, dos amigas de paseo; la italiana de Taranto, en la Lucania antigua del Jónico, haciendo ondear en su coleta la flor hermosa y pintona que le fabrica su mamá, la misma que lució cuando ganó el oro olímpico en Tokio 2021; Pérez, del áspero y duro Orce, de 29 años, cinco más joven que su compañera, marcando el camino y, poco a poco, distanciándose. Te espero en la llegada, le dice, pues se siente pletórica, necesita acelerar el ritmo, mostrar su bondad, sentirse admirada. Sola entre todos. Abriendo camino. Oye que hasta los espectadores japoneses que llenan el circuito trazado alrededor del estadio olímpico corean su nombre. Lo entiende. Lo disfruta. “Yo donde voy soy siempre bien recibida”, dice la joven que de niña trabajó en el campo, y también, para completar, sirviendo más tarde copas en los pubs del pueblo. “Eso quiere decir que algo bueno estoy haciendo, que soy un buen ejemplo para la sociedad en mi disciplina. Y eso es lo que me voy a llevar siempre”.

Antes de llegar a Tokio, donde borró el recuerdo olímpico de cuatro años antes, cuando terminó cuarta, María Pérez ya había ganado todo lo que se podía ganar: campeona de Europa, dos veces campeona mundial, campeona olímpica. Llegaba feliz y en paz consigo misma. Dispuesta a una carrera tranquila. Pero no sería la que es, la campeona supercompetitiva que sacrifica toda su vida por el trabajo que le hace ser mejor, si no pensara en su interior que le faltaba algo. “Soy una María diferente porque lo tengo ya todo, pero sigo poniéndome nerviosa. Mira que he estado todos los días muy tranquila, pero anoche me tuve que tomar dos melatoninas, y sentía ya la sensación de ansiedad de Budapest, y eso es lo que hace que todavía me enganche”, dice. “Quizás es porque sentía que solo me faltaba en la colección un éxito entrando en un estadio olímpico [en Berlín, donde el Europeo, en Budapest y en París, la marcha se celebró en el centro de la ciudad, lejos del estadio]. Yo tenía 18 años cuando vi a Miguel Ángel López ganar el Mundial del 15 entrando en el estadio olímpico de Pekín, y dije, joder, ojalá algún día pueda conseguir lo que ha hecho él… Los sueños a veces se cumplen”.

Entra sola en el estadio olímpico, sale del oscuro túnel al resplandor de la luz nublada, afortunadamente, de Tokio, y no hay nadie delante ni detrás. Son 300m de vuelta de honor, jugando con la bandera de España que agarra con las dos manos al cruzar la meta. Después la suelta y no celebra. Solo espera. Cinco minutos más tarde ve entrar en el estadio a su amiga Palmisano. Se dirige a la línea de meta y cuando la ve enfilar la última recta la saluda inclinándose ceremoniosamente, a la japonesa, y cuando la cruza la abraza, y la intenta elevar en el aire. “Ay, déjame, que estoy muerta”, le suplica la italiana, que se derrumba en el suelo, donde se queda sentada. María se inclina y casi amorosamente le desata los cordones de las zapatillas, y se levanta corriendo a por una botella de agua que comparte con su amiga. Recuerdan las promesas que se hicieron cuando compartieron cuatro semanas de entrenamiento en Livigno, en los Alpes, el pasado junio. Palmisano le dijo que solo competía motivada por ella, por el ejemplo de María, y por el deseo de llevar la flor tejida por su madre, y la granadina le confesó que gracias a ella, a entrenarse con ella y con su marido y entrenador, Lorenzo Dessi, había mejorado. “Soy la atleta que soy gracias a ella y a la manera como me han enseñado ella y su equipo a preparar las cosas”, dice Pérez. “Y es muy importante compartir los grande momentos con las personas importantes”. Comparten y se felicitan. Se habían prometido compartir el podio en Tokio. Lo han conseguido. María Pérez vuelve a estar en paz. “Alcanzar este estado es complicado”, dice. “Y cuando lo encuentras solo te queda disfrutar”.

Las otras dos españolas, Raquel González (sexta) y Cristina Montesinos (séptima) alcanzaron puesto de finalistas, lo que les garantiza una beca el próximo año, así como el gallego Daniel Chamosa, sexto y mejor español en el año de su debut en un Mundial a los 28. Hermano de la muy talentosa marchadora Antía, dos años más joven, que participará en los 20 kilómetros, Daniel Chamosa ha superado enfermedades penosas (dos neumotórax) y una insidiosa lesión de isquio antes de llamar con fuerza a la puerta de la elite. “Hasta hora solo venía a los Mundiales como espectador, para animar a mi hermana. Ahora ya soy protagonista”, dice el marchador de Pontevedra que sacrifica vivir en su Galicia, el mar, la brisa, los bosques, para vivir y entrenarse en la dura y árida Guadix con Jacinto Garzón, en el grupo justamente de María Pérez.

Miguel Ángel López, machacado por una humedad que le asfixiaba, fue 12º.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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