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Los atletas por amor al arte decidirán el campeonato de Europa por selecciones en el que España busca su primer podio

Ona Bonet, Diego Casas y Flaco Delgado representan al núcleo que puede acabar entre los tres primeros este domingo en el madrileño estadio de Vallehermoso

Ona Bonet, en la delantera del futbolín, junto al martillista Kevin Arreaga y el lanzador de peso José Ángel Pinedo, a la izquierda.
Carlos Arribas

Femke Bol, Nadia Battocleti, Yaroslava Mahuchikh, Moha Attaoui, Manolo Karalis, Pedro Pablo Pichardo, Isaac Nader, Malaika Mihambo, Mattia Furlani… Los mejores atletas de Europa, casi 700 representando a 16 países, compiten viernes, sábado y domingo en el estadio de Vallehermoso, en Madrid, en la Copa de Europa por selecciones, que ahora se llama Campeonato de Europa. Un atleta por prueba y un puesto que se traduce en puntos, de 1 a 16, para completar la clasificación final con la suma de todos los puntos en todas las pruebas, que son 37. Como prólogo, este jueves, las pruebas de pértiga ante el Palacio Real de Madrid.

Los atletas valen lo que valen sus puntos. Solo hay podio para los países en un sistema en el que late una gran ironía, nada es lo que parece: no serán los mejores de cada selección los que decidan el orden final, sino que marcarán la diferencia los atletas de los que se espera poco —“sobre todo, no la cagues”, es siempre el consejo final— y que pueden dar mucho. El margen entre lo que se espera de los mejores, el máximo, y lo que finalmente consigan, no es muy amplio: tienen un techo, 16, y un suelo muy cercano, de 14 o 15. Por España son Attaoui, Dani Arce, Águeda Marqués, Marta García, Quique Llopis, Thierry Ndikumwenayo o el relevo 4 x 100 femenino. El objetivo, una medalla. Las cuentas, basadas con el puesto que ocupan las mejores marcas de sus 45 atletas en la lista de las mejores europeas del año, le asignan el quinto lugar, tras Alemania, Italia, Francia y Gran Bretaña.

Los otros, los que no son los líderes, son los que pueden dar el gran salto. Atletas que encarnan aún el espíritu más básico del atletismo: cultivar su talento por el mero placer de verlo florecer. Y su ambición. Como Ona Bonet, la saltadora catalana de 19 años, ligera como una pluma (52 kilos), sonrisa angelical, esbelta como un junco (1,80m de estatura), que está llegando, ya se llega por 1,89m, y sigue creciendo. O el lanzador de disco vallisoletano Diego Casas, armario de 1,98m y 107 kilos de músculo, figura de jugador de balonmano, látigo y salto también, y grandes manos, que busca en su cuerpo, en su estilo, en su danza, la perfección de las estatuas de mármol griegas, la belleza, o el vallista canario de 400m Jesús David Delgado, Flaco, el hombre del ritmo, 13 pasos, 14, el metrónomo. Es su momento.

En el futbolín a Bonet le gusta ser delantera, creativa y sorprendente, como cuando trabaja el barro haciendo cerámica o pinta y libera su alma de artista. Todo le parece “superguay”, el cielo es su límite y los estudios de psicología que empieza en septiembre después de haberse tomado un año sabático, y de descubrimiento. Primero la descubrieron a ella. Tatiana Stepanova, la entrenadora de Yaroslava Mahuchikh, la plusmarquista mundial (2,10m) la vio ejercitarse en el CAR de Sant Cugat y le dijo a su entrenador, Gustavo Adolfo Bécquer: oye, Ona tiene mucho talento. “Fue superguay”, recuerda la atleta de Manresa, hija de fondistas que empezó con el atletismo a los cinco años y con el salto a los 14, cuando ya se comprobó que tenía ligereza y buenos muelles en el tendón de Aquiles. “Estuvimos tres semanas entrenando con ella. Con Gustavo nos adaptamos a su entreno e hicimos lo mismo que ella, mezclados con lo mío, y sorprendentemente fue superguay. Nos vino muy bien. Y también me entrenó Tatiana directamente unos días en Andalucía, y respondí muy bien”.

Poco después ganó el campeonato de España en pista cubierta con 1,84m y en su primera prueba al aire libre, en su Manresa, saltó 1,89m. “Empezamos a trabajar en la velocidad, el franqueo, la inclinación…, y, nada, salió así”, dice Bonet, que parte con la novena marca de las participantes en Madrid, encabezadas por Mahuchikh, lo que le otorga de entrada ocho puntos a la que no le agobian los piropos de los técnicos ni eso del límite es el cielo le parece una cursilada. “A mí me gusta. Me gusta eso, sí”.

Rebajar un segundo su marca en 400m vallas le ha llevado cuatro años de trabajo y entrenamiento en Barcelona con Àlex Codina a Flaco Delgado (1,81 metros; 71 kilos), que a los 26 años ya es recordman de España desde este mayo (48,60s) y llega a Madrid con la tercera mejor marca por centésimas, y son seis por debajo de 49s. Pese a la lentitud con la que se mejora en su especialidad, velocidad limitada por el espacio entre vallas, pasos contados, para el atleta de Las Palmas, ni siquiera el límite es el cielo. “No me pongo límites. Tampoco me como la cabeza. Simplemente sigo entrenando y sigo compitiendo y hasta donde llegue llegaré”, dice con voz y aire relajados, como si hubiera decidido guardar toda su capacidad nerviosa para activarla plenamente solo en las carreras y sacarle el máximo partido. Y también tranquila es su visión de los 400m vallas, la prueba que convirtió en leyenda los 13 pasos entre vallas del increíble Edwin Moses. “Las vallas son un poco así. Te tienes que acostumbrar a una marca, hacerla varias veces y luego bajas un par de decimillas. No te puedes agobiar pensando ‘quiero bajarlo ya, quiero hacer medio segundo menos’. Simplemente: ‘hago lo que tengo que hacer. Si sale, sale”, explica Delgado, y habla de rítmica, de cómo le gusta más Rai Benjamin (segunda mejor marca mundial, 46,17s) con sus 13 pasos entre todas las vallas, que el explosivo Karsten Warholm (plusmarquista mundial, 45,94s) o el brasileño Alison dos Santos, casi dos metros, piernas largas (46,27s) y sus experimentos con el paso de dos o tres vallas a 12 pasos: “Yo hago la rítmica que mejor me va, 13 pasos hasta la sexta y después 14, así no peto y con las dos piernas me siento cómodo. Pero si pudiera hacer todas a 13 sería superguay”.

Quizás porque fue al descampado de Ramona, donde los huracanes de Oklahoma, buscando un viento que llevara su disco de dos kilos hasta los 70 metros y no supo hallarlo, Diego Casas también habla de un ideal de normalidad, lejos de extremos. “Quiero ser un lanzador regular de 66, 67metros en estadio, marca para entrar en finales, antes que una de grandes marcas en situaciones estratosféricas”, dice el discóbolo vallisoletano, de 26 años, poseedor de un mejor registro de 65,54m, el noveno entre los participantes y cuarta mejor marca de la historia en España, a cuatro metros de los 69,50m del plusmarquista, Mario Pestano, y de un cuerpo apolíneo trabajado con Federico Apolloni, técnico italiano al que vista en Roma y con el que entrena, a medias con el madrileño Jorge Gras. “El esfuerzo que exige el disco no está compensado con la remuneración económica que te da. Yo hago disco porque estoy enamorado. Fue amor a primera vista desde el primer vídeo que vi, desde que lanzaba a 30 metros hasta ahora que lanzo 65. Es un deporte que siempre me ha parecido que tiene una belleza estética muy elevada y justo casaba muy bien con las cualidades físicas que tengo”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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