El Barça festeja algo más que un título
Han sido cuatro años de sequía, agravados por un temporal de sucesos institucionales y conflictos deportivos


El Barça jugó como se espera de un campeón en la primera parte del derbi con el Espanyol y celebró la victoria con una inevitable emoción, mal entendida por la gentuza que saltó al campo y obligó a los jugadores a salir disparados hacia el túnel de vestuarios, protegidos en la bocana por los mossos y los guardias de seguridad. No hubo provocación ni nada parecido, sólo el festejo de un equipo no hace tanto ganaba el campeonato con una regularidad casi rutinaria. Nada que ver la felicidad de los jugadores con la famosa imagen de Gerard Piqué en 2019, indicando con los dedos de la mano los títulos —ocho desde 2009— que habían logrado ante lo que interpretaba como un acto de indiferencia de los aficionados.
En el fútbol, la gente pierde la perspectiva de lo importante cuando los éxitos no cesan de rodar. Cada temporada inaugura el mundo y los recuerdos pasan a un compartimento estanco de la memoria, donde solo se agitan cuando las cosas van mal. Han sido cuatro años de sequía, agravados por un temporal de sucesos institucionales y conflictos deportivos, sin duda el periodo más incandescente en la historia del club. Época, por cierto, que está lejos de finalizar. De ahí, la lógica del entusiasmo en la celebración.
En esta Liga, el equipo ha sido impermeable al escándalo Enríquez Negreira, la crisis económica que se abate sobre el club y la inseguridad del futuro, que comenzará con el traslado de los partidos del Camp Nou a Montjuic, un campo que está en las antípodas del gigantesco estadio del Barça. Es casi la mitad de pequeño, su ubicación es incómoda y la pista de atletismo resalta tanto la distancia con el fútbol como la frialdad en el ambiente. Montjuic será todo un desafío.
El Barça necesitaba la clase de éxito que detuviera su hemorragia, sin cerrar antes del Mundial. La eliminación en la primera fase de la Liga de Campeones profundizó en la desconfianza en el equipo y en el fastidio económico del club. Se confirmó otro nuevo descenso en la escala internacional, amenazante para la estabilidad económica y social de la institución, que había utilizado toda clase de estrategias para gastarse 200 millones en fichajes en el mercado de enero (Ferrán Torres) y en el de verano.
El segundo fracaso consecutivo en Europa colocó a Xavi en una posición muy incómoda. En tiempo de tormentas, el fútbol invita a la impaciencia, defecto clamoroso en las últimas temporadas del Barça. En enero de 2020, con el equipo al frente de la Liga y clasificado para octavos de final de la Copa de Europa, Ernesto Valverde fue despedido. Fue inenarrable la sucesión de errores, conflictos y trastornos que sufrió el Barça desde entonces. Después del primer trecho de la temporada, clausurado en noviembre por el Mundial de Qatar, a Xavi le tocó gestionar un equipo que se había acostumbrado a perder y evitar las sospechas sobre su liderazgo en la plantilla.
El Barça no ha deslumbrado, pero Xavi ha recuperado el crédito que necesitaba en la Liga más extraña que se recuerda. A mediados de marzo, se dio por sentado que el Barça sería campeón. Desde entonces sólo le ha faltado ratificar esa certeza con una dosis de buen fútbol. El equipo se abocaba al peligro de credibilidad que supone vencer sin convencer. En Cornellá jugó el primer tiempo con vuelo, criterio y eficacia. Funcionó como un campeón y la alineación que los aficionados recitan de memoria, con una preponderancia de jóvenes que apuntan a figuras. La forjó Xavi en la final de Supercopa con el Real Madrid y el rédito es el título de Liga, bien trabajado, más que merecido y genuinamente festejado.
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