Un Asensio feliz, un Madrid irregular
Los blancos tienen una plantilla profunda y de gran calidad, pero a ratos en los que consiguen mostrar sensación de poderío le siguen otros en los que regalan el dominio del partido


No sabemos a qué atenernos. Estamos ante un fútbol en el que todos los puntos de vista son provisionales. Lean estos artículos con esa prevención. Miramos los partidos buscando patrones para el análisis, pero solo encontramos señales contradictorias, incluso en un mismo equipo. El Real Madrid es el único que ha vuelto como se fue. Pero el problema es que su rasgo dominante sigue siendo el más desconcertante: la irregularidad. Tiene una plantilla profunda y de gran calidad que, como quiere el viejo himno, concilia a veteranos y noveles. Pero a ratos en los que consigue mostrar sensación de poderío le siguen otros en los que regala el dominio del partido. Claro que en el postcovid es un signo de inteligencia administrar el capital físico, pero un error de cálculo puede costar un partido. Y el campeonato entró en un momento en el que un partido puede costar una Liga.
La orquesta de un solo hombre. En el Barça todos tocan al pie, a la espera de que un arrebato de rebeldía de Messi cristalice en genialidad. Ese es el principal argumento de un guion sin desarrollo, nudo ni desenlace. De Messi depende el resultado y el atractivo del partido. Sin él, costaría ver a este Barça. Seguimos esperando a sus grandes fichajes. Creíamos que Frenkie de Jong revolucionaría el medio del campo, no que se limitara a acompañar. Más extraño aún resulta el aporte de Griezmann, cuya entrega es indiscutible, pero mi sensación es que el equipo no lo acoge, sino que apenas lo tolera. Todos le llevan el balón a domicilio a Messi y Messi hace música tocando tres teclas, si las encuentra: la de Jordi Alba llegando desde atrás, la de Ansu Fati esperando en la banda y la de Suárez para asociarse en el frente de ataque. No alcanza para que el Barça suene como una orquesta.
Un afortunado malentendido. El Atlético de Madrid compró un mediocentro y lo está consagrando como delantero; o sea, Marcos Llorente. A Marcos le sobra energía y su juego expansivo pide libertad. Nunca he visto un jugador con tanto interés por correr y eso atenta contra el criterio y el timming de un organizador. Lo que nos ha sorprendido no es la condición de delantero de toda la cancha, que le permite exprimirse física y futbolísticamente, sino la claridad instintiva con la que decide cuándo pisa el área. Hasta ahora ha dado una exhibición en Liverpool y otra en Pamplona, en los dos casos saliendo de refresco y frente a equipos desesperados que regalaban espacios. El tramo de análisis es corto y aún habrá que verlo frente a equipos organizados. Pero el hallazgo está resultando tan espectacular, que a nadie se le ocurrirá pedir la devolución del dinero por semejante malentendido.
Bienvenido de nuevo, Marco. Qué hermosas que son las revanchas. Sobre todo, si son sanas y proporcionadas al sacrificio. Por ejemplo, la de Asensio, a quien la vida le ha enseñado los dientes más de una vez. La última con una lesión de cruzados que, sumado a la larga cuarentena, lo ha tenido 10 meses luchando por su reaparición. Pisar la cancha después de esa travesía es un acontecimiento emocionante. Pero el fútbol, que no se queda corto ni en las malas ni en las buenas, le regaló un gol en la primera pelota que tocó. Un centro a media altura que recibió en medio de una multitud y lo acarició con el pie izquierdo para cambiar el balón de palo y alojarlo en la portería. Todos nos acordamos de su categoría y Asensio se acordó de que la felicidad existe. Luego le dio una asistencia a Benzema que terminó en obra de arte. Todo ocurrió sobre una nube de la que espero que no se baje.
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