El Baskonia tropieza ante el CSKA
El conjunto vitoriano concede un parcial de 10-0 en los últimos dos minutos y tira por tierra sus opciones de dar la sorpresa en Moscú

Hay días para los dioses y días para los diablos. Aunque hay dioses que son diablos y viceversa. Y había muchos dioses en el Megasport, pero con las alas cortadas. Dioses cansados, con los milagros cayéndose de las yemas de los dedos. La primera canasta de Larkin, el dios baskonista, llegó a falta de un minuto para concluir el tercer cuarto. Lo demás fueron errores, confusión desperfectos, decisiones equivocadas. Pero los dioses tienen el poder de la resurrección. Y lo que en Teodosic es rutina, en Larkin es sorpresa, corte de los milagros, nevada en verano. De De Colo hubo solo nubes blancas, cargado de personales. Y al final, la corte celestial puso a cada uno en su sitio. A Teodosic en el cielo, por hacer ni más ni menos que lo que sabe hacer, encestar, asistir, intimidar, hablar con los árbitros, elegir, resucitar. A De Colo en el purgatorio, olvidado a veces, reconocible otra, y a Larkin en el infierno, por sus continuos yerros, sus malas decisiones, aunque en dos minutos fue capaz de hacer transfusiones a su equipo, en el último cuarto, anunciando una ficticia resurrección. Fue una aparición, nada más.
Imposible para Baskonia ganar sin Larkin. Mucho menos aún ganar como el buen ladrón, devolviendo todo lo que roba con decisiones erróneas en los momentos culminantes del robo. Parecía, por momentos, que al Baskonia se le caía el botín al suelo en plena huida. Y mucho menos aún, sin dominar más de medio partido el rebote ofensivo. En tales condiciones solo el acierto pleno puede garantizarte el paraíso. Pero el paraíso lo buscó Beaubois, más ninguneado aún en los momentos culminantes. Y Shengelia, un titán bajo el aro, no siempre acertado, siempre competitivo.
Y aún así, con todo en contra y con Teodosic ejerciendo su papel divino, fue capaz el Baskonia de disputarle al campeón el primer duelo, el que más duele, el que más hiere. El CSKA es un ejemplo colectivo, por más que tenga en De Colo, Teodosic y Hines una especie de Santísima Trinidad. En pleno asalto, sin embargo, el primer cuarto se saldó con una distancia asumible para el Baskonia (26-19) gracias al acierto de Beaubois para sostener al equipo. Después Sito Alonso empezó a mezclar en un afán desmedido por confundir al CSKA hasta alcanzar solo cuatro puntos de desventaja en el descanso (44-40). Sí, el CSKA se confundió. Veía defensores y atacantes nuevos a cada momento, aunque prevalecía su físico, su agresiva defensa, con algún consentimiento arbitral (dolor de oreja, se llama la figura). Y el Baskonia pareció hundirse en el tercer cuarto, por la fe de Teodosic y la eficacia de Augistine, el jugador silencioso, el eficaz carpintero. Y por la condición de buen ladrón del conjunto baskonista que cada vez que podía clavar un clavo se daba en el dedo. Diez puntos al final de ese cuarto parecía la frontera insalvable que buscaba el CSKA.
Pero apareció Larkin con dos triples que al Baskonia le hicieron pensar en la conversión el diablo en dios. Y un dos más uno le pusieron por delante en el marcador, con el CSKA dilucidando qué pasaba, qué hacer, cómo jugar. Y eligió a la pareja Teodosic-Augustine para mezclar el arte con la ingeniería y disolver el cemento de Baskonia, que seguía devolviendo una a una cada posibilidad de destruir la casa del CSKA. Cuando Teodosic empató a 88, el Baskonia solo supo tropezar y anotar una casta a cambio de 10 puntos de CSKA para el 98-90 final. Hay días en los que los milagros hacen huelga.
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