Nadal, como en casa
Abre el torneo por ser el campeón, el Palco Real lo copa su familia y vence sin apuros a Rusell (6-4, 6-2 y 6-2)
En la llegada del campeón al torneo, lo de menos es el cómodo resultado (6-4, 6-2 y 6-2 al estadounidense Michael Russell), las formas (buena nota en el debut) y esa zambullida sin paracaídas en busca de una pelota que acaba con Rafael Nadal por los suelos cuando ya el partido muere. Lo que importa es el privilegio de abrir la central de Wimbledon, el torneo más prestigioso del planeta, honor que solo vivió antes un español, Manuel Santana, en 1967. Lo que pesa es ver a la familia sentada en el Palco Real, que se reserva para la nobleza, un guiño de la organización al número uno mundial, tan significado en su amor por la hierba. Y lo que cuenta es esa ovación de la grada en cuanto aparece el mallorquín por la pista: en Londres, el público ha adoptado a Nadal como uno de los suyos, mientras que en París el campeón nunca siente su aliento.
El encuentro terminó entre sonrisas, cuando Russell levantó un punto de partido gracias a la revisión electrónica, que demostró que el tiro del español había sido malo. Antes, el estadounidense ofreció un buen primer set, pleno de piernas y tiros planos, grácil en los cambios de ritmo, y premiado en el marcador: llegó a mandar 2-4 antes de que el mallorquín pusiera las cosas en su sitio con un juego primoroso al resto.
Nadal estuvo estupendo en el juego de fondo y la movilidad, las señas de su tenis. Jugó a placer y disfrutó como un niño de la ocasión de volver a su querido Wimbledon, donde debe vencer para intentar mantener el número uno, puesto que perderá aunque levante la Copa si el serbio Novak Djokovic está en el partido decisivo. Un punto romo en el saque, Nadal, tan serio en Roland Garros, sonríe. El número uno se enfrentará ahora al vencedor del Pablo Andujar-Ryan Sweeting en segunda ronda. Juega, a tenor de lo vivido, como en casa.

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