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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

Optimismo en arquitectura

El premio Aga Kahn se hace eco de arquitecturas socialmente transformadoras que marcan un cambio de paradigma en la crítica arquitectónica

Detalles del interior del poblado de la Comunidad West Wusitu en Mongolia, China.
Anatxu Zabalbeascoa

El reto del Premio de Arquitectura Aga Kahn desde sus orígenes, hace 48 años, ha sido asociar el progreso de la humanidad con su bienestar. Para eso, ha resultado esencial indagar en una arquitectura no eurocéntrica, plural, capaz de trabajar con materiales y tradiciones locales. Capaz de romper la uniformización del Estilo Internacional que caracteriza los rascacielos de medio mundo para dejar hablar a los lugares. No se trata solo de una cuestión de identidad. El objetivo del galardón es asociar la arquitectura a materiales, escales y climas con tanto conocimiento del lugar como lógica y, por supuesto, estética.

Así, rehabilitar tanto como reciclar, recuperar, tanto como innovar, actualizar la tradición tanto como atreverse a romperla, el premio contempla la arquitectura como esperanza, “como amalgama de lo que somos ―una sociedad plural con anhelo de mayor resiliencia”― es lo que el iraní Farrokh Derakhshani, director del Premio Aga Khan, ha definido como la arquitectura del futuro.

Conviene recordar que lo revolucionario puede ser humilde, que puede aportar un cambio de prioridades y que podría evitar descuidar a los más desfavorecidos. Eso es lo que hacen muchos de los proyectos galardonados este mes con el Premio Aga Kahn. Veamos algunos.

En China, el Centro Comunitario para la comunidad musulmana Hui en Hohhot (Mongolia) es a la vez un lugar integrado y renovado y un espacio público y rompedor. La Gran Mezquita del siglo XVII atestigua el arraigo de esta comunidad en esa ciudad. Sin embargo, las afueras de la urbe estaban desasistidas de infraestructuras comunitarias, y religiosas, y muchos habitantes terminaban por trasladarse a la ciudad. Para subsanar la situación, un plan de ayuda rural transformó varios edificios vernáculos en residencias para artistas. El arquitecto Zhang Pengju llevó las conversaciones con los residentes del pueblo para facilitar la convivencia con los nuevos edificios y los nuevos vecinos. En siete meses, y con un presupuesto muy modesto, gracias a la utilización de ladrillos y a la colaboración de los vecinos, el nuevo centro estaba listo. Eso ha destacado el jurado: la arquitectura como vehículo de transformación económica y social. Como elemento integrador entre oficios, religiones e intereses. Se trata de actualizar el pasado sin quedar sepultado por él.

Comunidad West Wusitu en Mongolia, China.

Más allá de acoger artistas, el centro contiene un restaurante, un café y calles interiores abiertas a los ciudadanos. Un patio circular acoge representaciones y permite a cualquiera presenciarlas desde la terraza-cubierta. El centro ha actuado como motor en la reactivación cultural de la ciudad.

Otro de los premios decididos por un jurado integrado por arquitectos —como la irlandesa Yvonne Farrell, el keniata Kabage Karanja, el chileno David Basulto o el singapurense Wong Mun Summ— fue la para la rehabilitación del centro de Esna, una localidad egipcia cercana al Nilo, 60 kilómetros al sur de Luxor. Aquí se trató casi más de sustituir los materiales deteriorados por piezas nuevas que de alterar el orden urbano o arquitectónico.

En Irán, el proyecto de residencias Majara en la isla de Hormuz plantea alternativas a la industria de la hostelería. Y, en el centro de Teherán, la estación de metro de Jahad se ha convertido en una plaza. Muchos espacios públicos desaparecieron con la irrupción de los coches. Por eso la construcción del metro, puesta en marcha en 1999, se convirtió en una oportunidad para unir las estaciones a la voluntad de recuperar espacios públicos. El metro de Teherán es hoy, con 159 paradas, el más extendido de Oriente Medio. Y esta estación, ideada por Ka Architecture, el Studio de Mohammad Khavarian es un gran ejemplo de actualización de la tradición. Veamos por qué.

Estación de Metro Jahad en Teherán.

El edificio-espacio hace gala de las bóvedas tradicionales de la arquitectura iraní. Se trata de arcos que resultan a la vez acogedores y monumentales. También permiten el paso de la luz indirecta y mantienen los espacios aireados. A partir de una estructura modular de acero se instalaron ladrillos hechos a mano. El resultado es cuidadoso y rotundo. Modesto y magnífico. La estación, en todos sus niveles, funciona como una plaza cubierta. El jurado habló de un diálogo entre tradición y futuro, entre el lugar, la historia y la vida de la gente.

Gradas en el interior de la Estación Jahad en Teherán, levantada con ladrillos artesanales.

Pero hay más ejemplos. En Islamabad, Pakistán, un hombre, el profesor Rushda Tariq Qureshi, decidió hacer una donación para construir una escuela de sastrería con la intención de formar a los chavales más desorientados. Tras diez años funcionando en talleres prestados consiguieron un edificio propio en Ghauri Town, un suburbio a 10 kilómetros de Islamabad. La escuela es un lugar de formación humanitaria, y como tal se anuncia. Su arquitecto, Mohammad Ssifulllah Siddiqui, levantó una estructura de hormigón resistente a seísmos para acoger talleres, un jardín, una cocina, espacios para alquilar y… mucha ventilación. Las fachadas están cubiertas con celosías metálicas coloreadas que remiten al low cost y a la alta imaginación.

Estructura KhudiBari diseñada por Marina Tabasssum y levantada en Modhu Chhara Hub en Ukhiya, Bangladesh.

También de imaginación habla el Khudi Bari de Marina Tabassum, una estructura muy sencilla de construir que obedece tanto a la lógica de los terrenos inundables que parece que siempre estuvo allí. Al tener una parte alta y estar ventilada el inmueble sobrevive a inundaciones y es así capaz de salvar vidas. Todo eso puede hacer la arquitectura además de organizar nuestros días y alegrarnos los ojos.

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