Los desnudos inéditos de una risueña Concha Piquer dibujados por Benedito, discípulo de Sorolla
El Museo de la Ciudad de Valencia exhibe por primera vez los esbozos que el pintor realizó de la cantante cuando tenía 20 años


Contaba Concha Piquer a Manuel Vicent que, tras triunfar siendo apenas una adolescente en los escenarios de Nueva York, su madre, Ramona, tuvo que volver a Valencia y se quedó sola en la ciudad de los rascacielos. Corrían los años veinte del pasado siglo. “En Nueva York me quedé sola, y para sentirme más cerca de mi gente, de mi tierra, leía novelas de Blasco Ibáñez, a quien conocí un día comiendo. Al poco tiempo estaba yo tan triste, a mis 18 años, que le dije a Schubert que quería ir a ver a mi madre”, relataba la cantante (1906-1990) en la entrevista publicada por EL PAÍS en 1981 y firmada por el periodista y escritor que, 40 años más tarde, novelaría la asombrosa vida de la coplista en Retrato de una mujer moderna (editorial Alfaguara).
La cantante volvió a España y se instaló en Madrid. Luego fue “a ver a la Virgen de los Desamparados”, patrona de Valencia, ciudad donde nació en el seno de una familia muy humilde, y después ya le “dio pereza volver a Nueva York”. En Madrid vivó como la gran estrella que era y muy pronto requirió a Manuel Benedito (1875-1963), uno de los pintores más reconocidos del momento ―especialmente entre las clases adineradas y la aristocracia―, para que le pintara un retrato.

El artista y la modelo trabaron una buena relación, de confianza y complicidad, y el retrato al uso dio paso también a dibujos de desnudos, esbozos, estudios y bocetos de la cantante que entonces tenía 20 años. Por primera vez, una selección de cuatro de esos desnudos inéditos se exhiben, integrados en la exposición Manuel Benedito. El pintor y los modelos, que se ha inaugurado en el Museo de la Ciudad de Valencia con motivo del 150 aniversario del nacimiento del pintor valenciano, uno de los principales discípulos de Joaquín Sorolla.
“Concha Piquer acude por iniciativa propia al estudio del pintor para que le haga un retrato. Y se produce entre el artista y la modelo una relación de complicidad, de comodidad. Se sienten bien juntos y eso lleva a que se planteen situaciones de creación distintas a la que les había convocado a los dos. De modo que del posado para su retrato, uno de los más conocidos y que se muestra también en la exposición, se pasa al posado para los desnudos. Y se nota en ellos esa comodidad: la expresión de ella es risueña, está feliz, está cómoda”, explica Pascual Masiá, comisario de la muestra, que se puede ver en la pinacoteca municipal hasta el 29 de abril.
El comisario destaca la belleza y la calidad de los dibujos, procedentes de la Fundación Manuel Benedito, que posee más composiciones sobre Piquer, estudios previos y bocetos preparativos. Eligió esos cuatro porque, además, se adaptan perfectamente al hilo conductor de la muestra que gira en torno al pintor y sus modelos.

“El desnudo es parte fundamental de la historia del arte. Ella aparece recostada en una posición clásica en este tipo de composiciones. Los cuatro dibujos no se habían visto antes. Sabía que se iban a convertir en la anécdota de la exposición, que iban a captar la atención de los medios, pero son buenos y merece la pena sacarlos a la luz”, explica el experto, en conversación telefónica con este periódico.
Cuando Benedito pinta a Concha Piquer tenía 51 años y una carrera ya hecha, con una clientela importante. Siguió los consejos de su maestro y se trasladó a Madrid, tras despuntar en su ciudad natal. Sorolla estaba pintando en El Cabanyal a finales de 1894 y le propuso que se fuera con él a Madrid, adonde acudía a su estudio hasta que abrió el suyo propio. Luego fue becado en Roma, viajó por Holanda y Francia y se empapó de la pintura que veía, separándose de su maestro y encontrando su propio camino. No obstante, siempre mantuvo una relación afectuosa con el pintor de la luz, del que fue uno de sus dos albaceas y el primer presidente del patronato del Museo Sorolla, recuerda el comisario.
Respecto a la relación entre los dos artistas, Javier Barón, jefe de Colección de Pintura del siglo XIX del Museo Nacional del Prado, explica en el catálogo de la exposición, organizada por el Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana: “Al principio están muy próximos y es lógico, al haber sido alumno de Sorolla. Está muy pegado a él, pero a partir de 1900 ya empieza a separarse. La carga de materia de Benedito no la hace Sorolla y hay también un sentido decorativista, de ocupación total de la superficie del cuadro en su obra que le separa de Sorolla. Se acerca más al mundo internacional, a veces al francés Lucien Simon”.

La exposición del Museo de la Ciudad reivindica la figura de Benedito a través de las 65 obras —50 pinturas y 15 dibujos— que la componen, entre ellas, el espléndido retrato de la bailarina Cléo de Mérode o la parte superior del gran díptico Canto VII de la Divina Comedia. El Infierno de Dante, que sale por primera vez de la fundación del artista y que se encontraba en el estudio del artista.
El pintor fue un hombre monárquico y conservador que logró éxito y fortuna. Por circunstancias familiares tuvo que hacerse cargo de la educación de tres sobrinas, hijas de su hermana, a las que también pintó. Una de ellas, Concha Muedra Benedito, fue una reconocida catedrática de Historia Universal Antigua y Media de la Universidad Central y colaboradora de Claudio Sánchez-Albornoz. Fue depurada tras la Guerra Civil y se exilió en México, donde ejerció también como investigadora en el Colegio de México. En 1979, con la democracia, el Ministerio de Cultura español la readmitió en el Cuerpo Facultativo de Archiveros del que había sido expulsada por la dictadura franquista.
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