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Cristina Oñoro, escritora: “Si yo fuera varón me pondría las pilas”

La filósofa y doctora en Teoría de la Literatura ha rastreado la vida de Jane Austen en el 250 aniversario de su nacimiento. La lectura en solitario, dice, fue un proceso revolucionario

Si usted, lector de este periódico, lo es también de novelas, sabe que leer sirve para vivir vidas ajenas y es por ello que debe conocer a Cristina Oñoro, una mujer que nos sirve en bandeja las de inmensas autoras y pensadoras que pasaron algo desapercibidas en la historia. Esta filósofa nacida en 1979 en Madrid, doctora en Teoría de la Literatura y profesora de la Universidad Complutense, ha publicado Jane (Lumen), una bellísima biografía de Jane Austen, una autora cada vez más valorada que hoy cumple 250 años.

Pregunta. Escribe sobre vidas de autoras. ¿Alguna le da envidia?

Respuesta. Sí, algunas me dan envidia por haber vivido vidas revolucionarias que han servido de inspiración y referente. Mary Wollstonecraft, Simone Veil o Jane Austen, por ejemplo.

P. Pero murió muy pronto. ¡No creo que envidie que muriera a los 41 años!

R. Austen murió joven, sí, pero tuvo una vida muy feliz para los estándares de aquella época. Vivió rodeada de unos padres y una hermana que la querían mucho, pudo publicar, tener lectores y conocerlos. Una vida que hemos aprendido a resignificar.

P. Esa hermana quemó sus cartas. ¿Cómo reconstruiremos las vidas de hoy si ya no nos escribimos cartas?

R. Los investigadores del futuro tendrán unas investigaciones menos novelescas que las nuestras, porque se verán obligados a rastrear en redes sociales y los audios desaparecerán, como toda una memoria íntima. La carta es una poderosa forma de acercarnos al pasado que va a desaparecer. En mis investigaciones me ha emocionado mucho entrar en la intimidad de esos desconocidos.

P. ¿Alguna le ha impresionado más?

R. Hay una que no me atreví a publicar por pudor. El reverendo Gulick contaba cómo había fallecido su hijo, había lágrimas en la carta y una margarita del cementerio de los ingleses de Santander. No la quise ni reproducir. Los investigadores nos metemos en las vidas ajenas y por ello entendí que Casandra, la hermana de Jane Austen, quemara las suyas tras su muerte.

P. La memoria de hoy estará en las redes. ¿No estamos creando un mundo insoportable por el exceso de egos?

R. Completamente. Algunas escritoras hacían esa puesta en escena en sus cartas, como Charlotte Brontë. Pero hoy se ha llevado al extremo, no hay lugar para la intimidad, para el relato sincero que encuentras en las correspondencias.

P. ¿En qué porcentaje lee a mujeres y hombres?

R. Al terminar el doctorado me di cuenta de que había leído a pocas mujeres y desde hace 20 años leo a muchas, un 60% o 70% de mis lecturas, para equilibrar los años del pasado. Y porque me gusta. A las autoras he llegado por mi cuenta, no por la educación formal. Eso sí, entre mis favoritos sigue Enrique Vila-Matas, al que dediqué mi tesis, Henry James, que comparte mi devoción por Jane Austen, y muchos clásicos.

P. Jane Austen recurre a la autoedición porque no la quieren publicar. ¿Hoy es problema o es solución?

R. Hay que defender el proceso de publicación con los profesionales que están detrás de un libro y que mejoran la obra, y eso no existe en la autoedición. Yo admiro a los escritores de fondo que construyen una carrera libro a libro y valoro a las editoriales que los apoyan.

P. Es profesora de Teoría de la Literatura. Teorícenos un poco. ¿En qué ha cambiado la literatura en 20 años?

R. Hay una explosión de géneros nuevos: la autoficción, la bioficción, la bioficción feminista como la que hace Siri Hustdvedt en El mundo deslumbrante, la no ficción… Me gusta mucho el ensayo lírico de la irlandesa Doireann Ní Ghríofa, que escribe una mezcla de biografía novelada, memoria personal y ensayo lírico, o Valeria Luiselli. Los recursos de la novela posmoderna como la metaficción, la polifonía, la ironía o el humor se han puesto al servicio de historias más humanas. Y eso lo han hecho escritoras.

P. ¿Hay una burbuja de literatura de mujer?

R. Lo que hay es un deseo de leer obras de mujeres y una conexión con el empuje de ola feminista, pero todavía no llega al 50%. Hay gente que cree que solo se publica a mujeres, pero estamos bastante lejos aún.

P. ¿Leemos más las mujeres que los hombres?

R. Sí. Siempre hemos leído más. Las mujeres y la ficción han tenido una larga historia de amor desde que nació el género y aún no se consideraba arte. Porque la ficción implica una lectura participativa para imaginar otras vidas, para ponerte en el lugar de otros, para usar la literatura como aprendizaje y como forma de conocimiento humano y eso ha encajado muy bien en la vida de las mujeres, que en el pasado tenían una experiencia más limitada. Cuando empezaron a leer solas y en silencio se abrió un mundo, fue el principio de una revolución que nos trae hasta aquí: la del pensamiento crítico. Y hoy lo que veo en mis clases y mis grupos de lectura es que las mujeres no se quieren perder nada. Estamos saldando cuentas con el pasado y, como dice Ian McEwan, si ellas dejaran de leer se acabaría la novela.

P. Usted dirige clubes de lectura y la inmensa mayoría también son mujeres. ¿Dónde están los hombres?

R. No lo sé, pero si yo fuera varón me pondría las pilas porque veo en las mujeres muchas ganas de aprender, de pasión, de proyecto. Lo veo en las jóvenes en la facultad, en sus resultados, en mi propia hija y sus amigas adolescentes, en las señoras mayores, que a partir de los 60 están en una vida nueva. Tengo muchas lectoras en los clubes que están viajando, leyendo, enamorándose, disfrutando de la vida. También tengo alumnos muy buenos y las nuevas generaciones me llenan de esperanza, me hablan en femenino, quieren leer autoras y han entendido.

P. ¿También nota esa ola ultraderechista entre los alumnos jóvenes?

R. En el ámbito académico de la Complutense no. A Literatura general y comparada nos viene la flor y nata, los más leídos.

P. ¿Es una carrera incompatible con ser de ultraderecha?

P. En las carreras de humanidades de las universidades públicas el talante es progresista. Los estudiantes tienen unos valores donde no caben esas actitudes. El peligro es vivir en una burbuja y no darnos cuenta de la amenaza muy real de retroceso.

P. De jovencita se colaba en las tiendas a probarse vestidos de novia.

R. Sí [ríe], siempre he sido muy teatrera y entrar a probarme un traje de novia con 17 o 18 años me parecía divertidísimo. Me gustaba imaginar historias para explicar a la dependienta por qué me casaba tan joven. Me gustaba el riesgo de la vida imaginaria. Y luego me llevaba los catálogos, que me parecían muy bonitos.

P. ¿Qué es lo mejor que ha aprendido de Jane Austen?

R. Que hay que juzgar a las personas no por lo que dicen, sino por lo que hacen. Sus protagonistas son mujeres jóvenes que tienen que encontrar su lugar en el mundo sin las herramientas de los hombres. Sus libros, lejos de lo que la gente cree, no son novelitas románticas, sino tratados profundos sobre la naturaleza humana.

P. ¿Un preludio de feminismo?

R. Sin duda. Ella defiende la educación de las mujeres como seres racionales igual que los hombres. Está diciendo que tienen conciencia, hablan consigo mismas y eso es muy moderno. Y aboga por un matrimonio entre iguales, por amor. Es una autora ilustrada.

P. Ese matrimonio ella no lo consiguió.

R. Consiguió algo mejor, una unión con su hermana que se convierte en referente de cualquier tipo de unión, en ideal de la amistad. La clave de una vida feliz.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.
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