Las heces de Thor: un libro desvela aspectos íntimos de la vida corriente de los vikingos
La estudiosa británica Eleanor Barraclough, que alaba el filme ‘El hombre del norte’, descubre historias ocultas de los antiguos nórdicos


Acostumbrado a espadas, sagas y drakkars, al lector habitual de historia de los vikingos le puede sorprender encontrarse con sus heces. Aunque se trate de unas realmente épicas, dignas de Thor, como las que dejó un vikingo en Jórvik, la actual York, en el siglo IX y que constituyen, con sus 20 x 5 centímetros y sus 227 gramos, la mayor deposición humana individual descubierta jamás. No conocemos el nombre del esforzado vikingo, pero el hallazgo del coprolito (excremento fosilizado) ha permitido saber muchas cosas de su vida y sobre todo de su alimentación y del estado de su tránsito intestinal: malo. Al denominado mayestáticamente Coprolito de Lloyds-Bank —porque fue hallado en la excavación de un solar para la construcción de la sucursal del banco en York en 1972— dedica espacio la historiadora londinense Eleanor Barraclough en su interesantísimo libro El oro de los vikingos (Ático de los libros, 2025), en el que descubre historias ocultas de la era vikinga y trata de aproximar al lector a la vida de la gente corriente de esa época.
El título original de la obra es Embers of the hands, [ascuas de las manos] (una kenning, metáfora o acertijo poético vikingo, para el oro), en referencia a la idea de que muchos objetos vikingos, incluso muy humildes (un palo con runas para ayudar en el parto, una trona de madera para un niño, los entrañables dibujos de otro llamado Onfim en una corteza de abedul, la marca del pie desnudo de un adolescente en el barco de Gokstad, un guante, un patín), contienen todavía el fuego vital de su creación y soplándolos metafóricamente podemos revivirlos. Lo del oro en el título castellano sirve también como aviso de que lo más valioso en la arqueología y la historia no es a menudo lo más rutilante (como lo del vikingo de Jórvik).
Barraclough, una mujer joven de ojos verde musgo que no quiere decir su edad (justifica que proporcionar datos personales la hace vulnerable al acoso de fans de ultraderecha de los vikingos que detestan su aproximación desmitificadora), ríe traviesa en el bar de un hotel de Barcelona. “No, no he puesto lo de la caca de vikingo para provocar; de hecho, en la portada del libro ya figura, entre otros objetos, una estatuilla de bronce del que parece ser el dios de la fecundidad Frey con el pene erguido y puntiagudo”. Las heces, continúa, son en realidad un elemento corriente de la vida y tiene todo el sentido hablar de ellas. Lo habitual, señala, es que los excrementos humanos históricos aparezcan arqueológicamente como un amasijo comunal en el fondo de una antigua letrina. Encontrar una deposición solitaria, recalca, abre una apasionante ventana para conocer a un individuo concreto del pasado.

Este vikingo “no era un humano especialmente sano, las heces se componían sobre todo de carne, pan y cientos de huevos de parásitos, lo que prueba que padecía una incómoda infección intestinal por lombrices”. Barraclough apunta que el individuo no había defecado en varios días. Al hacerlo, no se sabe si espada en mano y gritando “¡Odiiiiiin!“. El proceso ”no debió ser nada cómodo y el alivio, finalmente, notable”. En 1991, el paleoescatólogo (que ya es especialización) Andrew Jones aseguró con involuntario acento montyphytoniano: “Este es el pedazo de excremento más interesante que he visto; a su manera, es más valioso que las joyas de la corona”.

Eleonor Barraclough aprovecha para recordar que la historia del coprolito ha continuado y en 2003 fue noticia de nuevo al caérsele a un profesor de las manos durante una visita escolar al Centro Vikingo de Jorvik donde se exhibe (la única exposición de la que puede decirse sin problema que es una mierda) y romperse en tres pedazos. La experta reflexiona con muy británico sentido del humor que “ni siquiera una deposición fosilizada, endurecida por el paso de más de un milenio, escapa al sino que las Nornas [deidades nórdicas hilanderas del destino] le han tejido”. Y recuerda que el propio Odín sufrió un apretón al escapar de los gigantes tras haberles robado, bebiéndoselo, el hidromiel de la poesía “y dejó escapar un chorro por la parte trasera mientras huía”. Se decía que quien bebía el hidromiel que había brotado de la boca de Odín componía versos hermosos, mientras que el que lo hacía del procedente del otro lado le salían mediocres o rijosos.
El oro de los vikingos, relato de los seres humanos corrientes contado “a través de los pequeños fragmentos que sobrevivieron a los caprichos del azar y del tiempo”, incluye muchas historias inesperadas de las gentes del Norte, las normales, recalca Barraclough, las que quedaron a la sombra de las grandes figuras como Harald Hardrada, Erik el Rojo, Leif Eriksson, Olaf Tryggvason o Sven Barba Partida. La historiadora trae a colación personajes como un cazador de morsas en Groenlandia —el arduo poblamiento de la cual, dice, no fue muy distinto de tratar de colonizar la luna—, un guardaespaldas imperial de la guardia varega (vikinga) en Constantinopla, un pastor nómada de renos que cruzaba la tundra ártica, un britano esclavizado que trabajaba la pobre tierra volcánica de Islandia o las muchas mujeres anónimas que pasaron sus vidas tejiendo la ropa de los navegantes y las velas de los drakkars. “Sin la producción textil que tenía lugar en los hogares no habría habido una era vikinga ni una expansión por las islas del Atlántico Norte”, asegura la especialista. Y subraya: “Si quitamos los tejidos y las mujeres, solo quedan de los vikingos unos hombres desnudos en un bote de remos, y si sacas de la ecuación a los niños que las mujeres parían y cuidaban, en poco tiempo tendrás solamente el bote”.

Barraclough, que publicó anteriormente en Ático Más allá de las tierras del norte (2023), una espléndida investigación sobre los viajes vikingos a partir de las sagas y en el curso de la cual ella misma viajó a lugares extremos como los viejos asentamientos de Groenlandia, recuerda que para confeccionar la vela de 112 metros cuadrados de un drakar, una persona necesitaría 9 años. “Eso nos permite comprender lo duro que trabajaban las mujeres, algo que también atestigua la conservación de textiles nórdicos: prendas recicladas y reparadas (generalmente de wadmal, tejido de lana basto), cosidas, remendadas, vueltas a remendar y reutilizadas”.
Contrariamente al cliché, los vikingos, apunta la historiadora, eran limpios en comparación con lo que se estilaba entonces. Incluso se cambiaban de calcetines y usaban habitualmente el peine (se han encontrado muchos). De hecho, el nombre para el sábado en nórdico antiguo era laugardagr (día del baño), y nombres como el de la reina de la saga de Ragnar Lodbrok (y la serie Vikingos), Áslaug (“Baño divino”) están relacionados con esa actividad. Las valkirias lucían una cabellera espléndida. El abad Aelfric llegó a advertir a los anglosajones del peligro de emular el aseo, el peinado (corto y rapado por detrás, largo por delante) y la moda de los nórdicos, “el escandi-chic”, señala Barraclough.

En cuanto a dos temas de actualidad con respecto a los vikingos, la existencia de mujeres guerreras y la identidad queer, Barraclough, que cita a Neil Price en sus agradecimientos, considera que son dos aspectos de lo mismo. “Tenemos que tratar de no ser anacrónicos, es evidente que encontramos casos de identidad fluida en el mundo vikingo, como el propio dios Loki, transformado en yegua paridora del potro Sleipnir, Thor disfrazado de novia o el mismo Odín, del que muestro en el libro una figurita en la que aparece vestido de mujer. Pero más allá de la esfera divina no estamos tan seguros. Podría haber guerreras, hay que tener cuidado con sacar conclusiones precipitadas, la escudera es una figura que existía, pero quizá no combatía. Lo que sí sabemos es que había expresiones para la sexualidad, las identidades y las prácticas no normativas, como argr, pervertido, o sordinn, penetrado. Y términos que indican que no todo el mundo desempeñaba los roles de género prescritos, como fannfluga, mujer que huye del pene, o fudflogi, hombre que huye de la vagina”.
En cuanto a si las películas y series ayudan o al contrario a difundir la verdad de los vikingos, reflexiona: “Aunque algunas producciones son decepcionantes desde el punto de vista histórico, muchas contribuyen a dar a conocer a los vikingos y al hacerlo con sentido del drama crean gran interés por ellos. Hay que tener manga ancha. Me gustó mucho El hombre del norte, de Robert Eggers, y la secuencia en que le corta la cabeza a un guerrero zombi y la coloca entre las nalgas del muerto para evitar que resucite: realmente se hacía así en las sagas, como en la de Grettir, del siglo XIV”.
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