Theodor Kallifatides, escritor: “Me cuesta entender que después de la Segunda Guerra Mundial vuelva a haber fanáticos”
El novelista sueco de origen griego, autor de ‘Otra vida por vivir’, regresa a sus 87 años con una nueva obra, ‘Una mujer a quien amar’


Theodor Kallifatides (Molaoi, Grecia, 87 años) es hijo de la tristeza griega, aquel país desolado que conoció de niño, cuando a los cinco años presenció la ejecución de un hombre a manos de los nazis que arrasaron su país y su infancia.
Otra vida por vivir fue su primer libro publicado en España (por Galaxia Gutenberg, que ha venido editando toda su obra). El libro que presenta en Madrid, en el marco del Festival Eñe con la escritora portuguesa Lídia Jorge, es Una mujer a quien amar, en la estela de aquel regreso suyo al griego de su vida.
Vive en Suecia desde que a los 25 años se fue lejos de aquel recuerdo que marcó su vida: el dolor que mandó a tantos al exilio, que marcó su vida desde la infancia y que durante años le vedó la escritura en su propia lengua. Otra vida por vivir (2019) lo recuperó para su idioma.
En un tiempo el fútbol fue su pasión juvenil, y así la rememora. “La primera vez que vi a alguien jugar al fútbol yo debía de tener seis o siete años y los alemanes habían invadido Grecia”. La guerra mundial llegó a su casa, a Grecia, al mundo, cuando él era un muchacho que a los cinco años ya vio en la calle un asesinato organizado por el ejército alemán que arrasó su país y ennegreció el mundo al que él se asomaba.
“A veces los alemanes jugaban al fútbol, incluso contra la gente del pueblo. Yo no jugaba, era pequeño. Pero sí empecé a jugar cuando nos trasladamos a Atenas, con los chicos del barrio, con un balón hecho con trapos. Descubrí que soy zurdo, lo que me dio un puesto en el equipo local. Luego probé suerte con los juveniles del Panathinaikos. Estuve jugando allí hasta los dieciocho años. Se impusieron los estudios, y los dos años y medio de servicio militar”.
En esa época era muy consciente de lo que pasaba en su país. “Pobreza, persecución, miedo y angustia. Las madres, los padres, siempre vivían angustiados por el niño: ‘dónde estará el niño, qué le habrá pasado’… Después de la ocupación alemana vino la guerra civil, la más cruel de todas las guerras”. En las paredes de su escuela había huellas de balas. “Veías las consecuencias de la guerra, los heridos, gente sin piernas, sin brazos, sin ojos, la guerra. Se convertían en mendigos. No había trabajo. Esta gente no podía permitirse la risa. No era posible para ellos ser felices ni un segundo”.

Es paisaje de su memoria. “Lo primero que escribí fue después de ver la ejecución de aquel hombre a manos de los alemanes. Era un hombre inocente, el tonto del pueblo. Lo ejecutaron y obligaron a todo el pueblo a contemplar esa maldad que marcó mi vida para siempre. Mi madre y yo estábamos en casa, yo tenía cinco años, mi padre estaba en la cárcel. No sabíamos dónde estaban mis dos hermanos mayores. Así que mi madre tuvo que llevarme a la ejecución y la vimos juntos. Ese hombre, al caer… sus ojos se encontraron con los míos. Algo pasó cuando llegué a casa esa tarde. No salí a jugar. Escribí algo. Nunca lo he vuelto a leer. Lo guardé. Cuando mi padre salió de la cárcel unos meses después, se lo di. Él no dijo nada, me tocó la cabeza y se lo metió en el bolsillo. Y lo llevó siempre encima”.
―¿Nunca le dijo lo que usted mismo había escrito en ese papel?
―Creo que no pudo. Estaba tan conmovido que no fue capaz de abrir la boca. Esa es mi explicación. Pasado el tiempo, aquello dejó de tener importancia.
Kallifatides cuenta que su padre siempre le apoyó. Esto le dio al joven Kallifatides una peculiar certeza: “Yo no soy escritor porque lo fuera mi padre, ni porque pertenezca a una clase privilegiada… no. Soy escritor porque no podía ser otra cosa. Esto se ha mantenido toda mi vida, aunque haya hecho otras cosas: dar clase en colegios, en universidades, dirigir revistas, aunque no pudiera dedicarme solo a escribir y abandonar todo lo demás hasta los sesenta años. Y tener el apoyo de mi padre y de mi madre ha sido de gran valor para mí. Tener una buena reseña está bien, pero que a tu madre le guste tu libro…”.
Soy escritor porque no podía ser otra cosa. Esto se ha mantenido toda mi vida, aunque haya hecho otras cosas
En Otra vida por vivir, Kallifatides se convirtió en un escritor griego. Una mujer a quien amar lo lleva a regresar a su país… y a Estocolmo. “Son hijos de la misma emoción. Este último es sobre el amor, no el de una relación erótica, sino amorosa, de amor por otro ser humano. Como el que se tiene por una madre. Es un paso enorme en nuestro desarrollo llegar al punto en el que comprendes las cualidades de otro ser humano. Porque las cualidades de una madre las conoces desde que naces. Nunca están frías las manos de una madre”.
En Otra vida por vivir el escritor volvió a su lengua materna. No había roto con el idioma solo por el exilio, sino por la sensación de que su lengua se usaba para contar mentiras, para acusar a su padre de comunista, para condenar a muerte a su hermano por negarse a violar a unas prisioneras de guerra… “Decidí que si algún día escribía lo haría solo para contar la verdad. Es lo que intento como escritor, no reordenar la realidad. ¿Cuál es la verdad sobre estos años, sobre la ocupación alemana, sobre el amor? El lenguaje es la parte principal de nuestro pensamiento. Como decimos en griego: ‘Hay que llamar higo al higo’. Cuando vine a Suecia y cambié de idioma fue por eso: por no estar seguro de poder escribir la verdad en el idioma griego”.
Kallifatides ha escrito más de veinte libros en sueco. Esos libros le cambiaron mucho, pero no sabe exactamente cómo. “He seguido siendo el hijo de un maestro, el hijo de mi madre. Eso soy y eso no ha cambiado. Esa certeza fue lo que me permitió adaptarme rápido al nuevo idioma. Es un lenguaje que amé desde el principio, primero solo por el sonido. Luego como una forma de pensar. En sueco, por ejemplo, si algo no te gusta, puedes no criticarlo, sino decir: ‘de eso no digo nada, así que no he dicho nada’. Eso en griego no funciona. ¡Solo funciona en sueco! Además, vivía en Suecia, mi mujer era sueca, mis hijos eran niños suecos, yo trabajaba con personas suecas en la universidad o en las reseñas literarias… El sueco se apoderó de mí“, explica. ”Y yo veía la escritura como un tipo de trabajo en el que, además, estaba teniendo mucho éxito: dinero, buenas críticas, me publicaban en toda Europa… No tuve razones para volver al griego hasta más tarde en mi vida, cuando me reencontré con la belleza y la riqueza del griego. Aunque eso tiene algo problemático: siempre sientes que el lenguaje es más grande que tú. ¡Y esa no es una buena sensación para un escritor! Pero ya conoces la expresión hic Rhodus, hic saltus: esto es Rodas, aquí es donde saltas. Yo tuve que demostrar que podía saltar en sueco”.
Decidí que si algún día escribía lo haría solo para contar la verdad. Es lo que intento como escritor, no reordenar la realidad.
Kallifatides tiene 87 años y su último libro, Una mujer a quien amar, es sobre el amor (“una especie de armonía callada”) y también la muerte de la persona amada: “Hay que tomar decisiones. Tomar la decisión de no ser amantes. Amarse pero no ser amantes. Yo puedo vivir con eso. Ni siquiera creo que tener una ‘historia de amor’ sea lo mejor que pueda pasar. Se convirtió y así lo escribí, en una fuerte afinidad entre dos personas que se amaban, se respetaban y se apoyaban sin tener una relación sexual. No es tan difícil”.
El mundo le abruma, está roto. Su esperanza civil se rompe y se muestra desesperanzado y perplejo. “Me cuesta entender”, dice, “que después de la Segunda Guerra Mundial vuelva a haber fanáticos, gente dispuesta a ir a la guerra, fabricando armamento para que suceda lo de la obra de Chéjov: si aparece una pistola en el escenario, alguien pronto acabará por dispararla. Sí, son tiempos de tristeza”.
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