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Muere el escritor Stefano Benni, maestro italiano de la sátira y la fantasía tragicómica

Autor de ‘Bar Sport’ y una veintena de novelas, mezclaba lo grotesco y lo melancólico inventándose mundos delirantes

El escritor italiano Stefano Benni.
Íñigo Domínguez

El escritor italiano Stefano Benni, uno de los grandes autores de sátira y literatura humorística de su país, ha fallecido este martes a los 78 años en Bolonia, su ciudad natal, en la residencia de artistas donde vivía. Era un maestro de la sátira por exageración, quizá la única eficaz en un país exagerado, con un ojo finísimo para captar la ironía y el ángulo gracioso insospechado de la vida cotidiana y que al mismo tiempo creaba delirantes mundos inventados. Torrencial, divertidísimo, tenía una creatividad aparentemente inagotable para inventarse personajes, situaciones y despropósitos cómicos, un caos muy italiano en el que millones de lectores se han visto reflejados durante décadas. Es uno de esos autores cuyos libros se suelen ver en las playas italianas, en las manos de un tipo que ríe a carcajadas.

Para hacerse una idea de su impronta en la cultura popular de su país, baste decir que su primer libro, Bar Sport (1976), creó en los setenta el estereotipo nostálgico del bar italiano de provincias como microcosmos donde desfilan todo tipo de parroquianos y vecinos con teorías tan grotescas como sus comportamientos. Estrella indescriptible del libro, la Luisona, una pasta de té exhibida en el aparador desde los años cincuenta, ya objeto decorativo y cementificada, que se come un incauto viajante milanés, al que encuentran luego retorciéndose de dolor al borde de la muerte en los baños de un bar de la autovía. Todavía hoy, ante un debate absurdo o donde cada uno dice la tontería más grande, en Italia se dice que es “una cosa de Bar Sport”. Es decir, Benni ha creado escuela y le han copiado muchísimo.

Nacido en Bolonia en 1947, siempre ha relatado una infancia idílica y algo salvaje en los montes Apeninos, que terminó bruscamente cuando su casa fue derribada para permitir el paso de la autopista del Sole, trauma que le indispuso ligeramente de por vida contra las instituciones. Una vez, siendo niño, se lo encontraron de noche aullando con los perros y sus padres se quedaron tan preocupados que lo llevaron a un psicólogo. Allí sí fue, pero lo cierto es que luego siempre se ha mantenido al margen de todo lo que tenga que ver con un despacho. Empezó en revistas cómicas, también escribió guiones para el cómico Beppe Grillo, entonces en sus inicios, y luego pasó a la prensa con satírica política, en medios como Il Manifesto (el diario comunista), Il Mondo, Panorama y L’Espresso.

Su primer libro, Bar Sport, le hizo dar el salto a la literatura en 1976 y a pensar que sus ocurrencias podían tener más recorrido. Siempre publicó con Feltrinelli y fue decisivo su encuentro con la editora Grazia Cherchi. “Yo era un joven escritor suspendido entre la presunción y la inseguridad, que se contentaba con hacer reír un poco. Ella me empujó, me criticó, me animó, sacó de mi escritura riquezas que no sabía que tenía”, contó años más tarde en una entrevista.

Lo que Benni fue sacando de sí con los años fue una obra versátil, traducida a 30 lenguas pero no muy conocida en España, que llegó hasta la poesía, el teatro y el cine, en la que desarrolló una fantasía sin límites. Excesivo y meticuloso, no se detenía ante nada para recrear de cero un barrio popular o un planeta extraterrestre. A continuación, algunos ejemplos de sus novelas más conocidas. Terra! (¡Tierra!, 1983) es un relato apocalíptico de ciencia ficción donde los tres imperios que han quedado en el mundo tras cuatro guerras mundiales (una por error) hacen una loca carrera espacial para llegar a un planeta habitable. Stranalandia (Los maravillosos animales de Extrañalandia, 1984) cuenta el naufragio de dos zoólogos que sobreviven comiendo la goma de los lápices y llegan a una isla poblada por animales nunca vistos. Comici spaventati guerrieri (Cómicos guerreros despavoridos, 1986) narra la investigación de un grupo de amigos de un barrio marginal ―uno de ellos un experto de kung-fu que huye del psiquiátrico― sobre la muerte de un vecino. O La Compagnia dei Celestini (La cofradía de los celestinos, 1992), sobre los niños de un orfanato en un país imaginario, trasunto de Italia, llamado Gladonia (del inglés glad, contento) que son llevados una vez al año a ver al Gran Merengue, parodia del Papa. Los ochenta y noventa fueron sus décadas de éxito popular arrollador. Su último libro es de 2020 y luego desapareció de la vida pública.

Las novelas y los cuentos de Benni tienen algo de lo más puramente genuino e infantil de la literatura, aquella en la que el escritor disfruta con lo maravilloso que es inventarse todo y ver que nada es imposible. Era un lector voraz, enamorado de los libros, y descubrió en Italia al escritor francés Daniel Pennac, que le consideraba su hermano. Benni tenía un sentido lúdico de la literatura como juego, jugando con palabras y neologismos. Iba de lo grotesco a lo surrealista con naturalidad, rondando lo sentimental y lo melancólico, siempre muy humano. Un maestro más de uno de los artes más italianos que existen, lo tragicómico.

Se tomaba el humor muy en serio, y confesaba: “El sentido del humor me ha salvado la vida en muchas ocasiones”. Una vez le preguntaron qué libros se llevaría al morir al paraíso o al infierno: “No creo en el infierno o el paraíso. Pero de las descripciones que hacen diría que no son lugares adecuados para la lectura. En uno los diablos te torturan y te cuentan el final de los libros policiacos. En el otro los ángeles te bombardean con consejos de lectura y te censuran los textos”.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.
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