Ir al contenido
_
_
_
_
Café Perec
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una tarea infinita

La observación de momentos epifánicos es la conocida especialidad de Peter Handke

El escritor Peter Handke.
Enrique Vila-Matas

Le vi cruzar con paso rápido la plaza de Furstemberg de París. Podía ser Peter Handke, por qué no. ¿O no pensaba en él a veces y siempre acababa preguntándome qué habría sido de su obra tras ganar el Nobel? Podía ser Handke, sí, el admirado renovador de la escritura épica que en sus comienzos llegó a ser incluso una estrella pop de mi generación.

Pero vi pronto que era solo un tipo flojo con una corbata con nudo flojo que se balanceaba de un lado al otro al compás de su paso rápido. No, no era Handke. Un Nobel no lleva flojo el nudo de la corbata. ¿O tal vez sí?

Le recordaba potente en los años sesenta, con sus osados textos transgresores. Y aún más en los noventa con obras como Ensayo sobre el jukebox, un paseo por Soria en el que, como comentara Eustaquio Barjau, encontró en la ciudad castellana “un paisaje vacío que invitaba a la experiencia mística y un espacio natural idóneo para desarrollar su creatividad”

Tras el embrujo de aquel libro y de otro ensayo narrativo genial sobre el cansancio, dejé de frecuentar por un tiempo su obra, hasta que un día regresé a su zona de influencia y a preguntarme qué habría sido de su vida después del premio sueco. Era curioso, la línea que más recordaba de Handke era una muy simple que había leído hacia el final de Desgracia impeorable: “Mi madre era sonámbula”

Y la verdad es que no puedo negar que andaba yo algo sonámbulo cuando, no hace mucho, casualmente, le descubrí sentado en un bar de Chaville —y esta vez era él sin duda—, justo cuando un imbécil le preguntaba:

— ¿Escribe usted todavía un poco?

¿Cómo que escribo “un poco”?, me pareció que se decía a sí mismo, y creí ver que veía en el intruso a un tipo parecido al que veía yo: uno de nuestros pensadores de cumbre rasa, autor de pseudolibros, representante ideal de una cultura lectora cada día más iletrada.

“Un poco, un poco”, parecía repetirse Handke intrigado. Y me acordé de cuando con el paso del tiempo los jukeboxes de Soria fueron comenzando a perder su fuerza magnética al tiempo que caía yo en un estado similar de hundimiento lento del que supe salvarme convirtiéndome en un observador. ¿Observador de qué? Muy sencillo: de momentos epifánicos, conocida especialidad de Handke. De momentos epifánicos, de transformación de otros seres, incluido yo mismo, sin ir más lejos. Toda una tarea infinita sobre la que medité largamente en noches de hospital frío de este último agosto: noches dedicadas tanto a la superación de un umbral nuevo de conciencia como a la apertura de un camino con nuevas perspectivas, de comprobación, por ejemplo, de lo relativo que es todo cuando uno salva la vida in extremis y se sitúa ante un nuevo indicio de conciencia.

Si atrás quedaban clausuradas pobres escenas de vida, delante entreveía una tarea interminable.

Lo relativo que es todo. Juraría que Handke se molestó en decirme que, en efecto, las glorias mundanas habían neutralizado su voz transgresora de antaño, pero que no lo vivía como un descalabro, sino al contrario, no paraba de partirse literalmente de risa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Enrique Vila-Matas
Enrique Vila-Matas (1948). Narrador que mezcla ficción y ensayo. En su obra destacan 'Historia abreviada de la literatura portátil', 'Bartleby y compañía', 'El mal de Montano', 'Kassel no invita a la lógica', y 'Montevideo'. Prix Médicis-Étranger, premio de la FIL Guadalajara, premio Formentor, premio Rómulo Gallegos. Traducido a 38 idiomas.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_