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El sendero circular más largo del mundo da su primer paso en Portugal

EL PAÍS recorre los tramos iniciales de la ruta Palmilhar, que arranca en octubre su plan de recorrer todo el país a lo largo de 6.000 kilómetros y ofrecer actividades culturales a lo largo del camino

Un senderista camina por el pueblo medieval de Óbidos, parte del recorrido de Palmilhar Portugal, en una imagen cedida por el propio municipio.
Tommaso Koch

El camino nunca avanza solo. Le acompaña el océano, siempre ahí al lado, inseparable. Ni siquiera hace falta girar la cabeza: el sendero desfila entre brisa, olor a sal y el ruido de las olas quebradas. Un horizonte azul inmenso vigila cada paso, desde la izquierda. A la derecha, arbustos, casitas y tierra tiñen la ruta de verde, blanco y rojo. Hace falta desviarse un poco para encontrar otra presencia, menos evidente, aunque no menos colosal: sobre una piedra descansan improntas de dinosaurios, que también anduvieron por aquí hace millones de años. Y al final del recorrido, una hora y media después, aguardan dos citas más: con la concha perfecta de arena y mar que dibuja la bahía de San Martinho do Porto, en la costa central de Portugal; y con los restos de un puerto donde se construyeron barcos que Vasco da Gama puso rumbo a las Indias. O eso dice la leyenda. La verdad es que la vista quita el aliento.

Por estas tierras, en unas semanas, arranca otro viaje ambicioso. Está prevista para octubre la inauguración de los primeros tramos de Palmilhar Portugal, que pretende ser el sendero circular más largo del mundo: unos 6.000 kilómetros entre sierras y playas, bosques y viñedos, aldeas y lagunas. EL PAÍS recorrió durante tres días ―y con la colaboración de la organización― los pasos iniciales de un camino que promete, de aquí a cinco años, poner de acuerdo a los turistas y a quienes los odian: una vía sostenible y auténtica, para cualquier persona y mes del año. Del interior a la costa, y viceversa, en busca de exploración, descubrimiento, naturaleza, cultura e historia. Aunque la palabra quizás más repetida por Ricardo Bernardes, impulsor del proyecto, es “interacción”. Con el territorio y, sobre todo, sus gentes.

Viñedos en la zona de Alenquer, parte del recorrido de Palmilhar Portugal, en una imagen cedida por la propia organización.

“Además de ‘ooooh, qué paisaje’, me gustaría que los visitantes pensaran ‘ooooh, qué contacto’. Si esto logra darle algo de vida a las zonas menos transitadas me hará feliz”, define. No quiere prisas, ni una lista de destinos que llenar a la carrera. Al revés, imagina encuentros que surjan a la vuelta de cada esquina. Ante todo, con los lugareños, siempre dispuestos a regalar al menos un “bom día” al forastero; pero también con festivales, conciertos, exposiciones, visitas guiadas y demás actividades culturales que deberán brotar por el itinerario, según Bernardes. Puede que la esencia de Palmilhar Portugal se resuma en dos decisiones: excluirá Lisboa y Oporto, en la elección “más difícil” que ha tomado; a la vez, quiso incluir una aldea donde viven dos pastores con decenas de cabras. La esperanza es que crucen pasos con algún senderista. Durante un paseo por las Sierras de Aire y Candeeiros, otro rebaño amenizó el camino. Un par de carneros andaban con las patas atadas, para evitar embestidas. Aunque sí se produjo otro choque: la asombrosa sencillez del momento.

Bernardes está convencido de que el 14º país más visitado del mundo ―en datos de la Organización Mundial del Turismo― oculta muchas joyas así, lejos de sus ciudades y localidades más famosas. “Somos una nación pequeña, pero en apenas 150 kilómetros pueden encontrarse escenarios completamente diferentes y una enorme diversidad cultural”, subraya. Como espectaculares playas de arena desiertas en pleno agosto; unos 370 metros originales de vía romana, del siglo I, cerca de Alqueidão da Serra; o un atelier dedicado a la artesanía más inesperada: los postres. En un par de días la ruta escala colinas y roza bañistas, cruza ríos o ferias locales. Rebosa variedad, y alianzas insólitas. Como un pecado capital reconvertido en arte por los monjes de Alcobaça, celebrados maestros pasteleros; o un monasterio derruido con vista hacia hectáreas de viñedos: a saber qué diría Nossa Senhora. O novelas y hortalizas a la venta juntas, en una librería del pueblo medieval de Óbidos. “Deje solo improntas; recoja experiencias; llévese memorias”, reza un folleto turístico de este municipio.

Un tramo de Palmilhar Portugal cerca de la laguna de Óbidos, con la señalización específica del nuevo sendero.

Para llenar de recuerdos a los visitantes, Bernardes trabaja a pleno ritmo hacia el futuro. Aunque, ahora mismo, Palmilhar Portugal precisa también resistencia e imaginación. La primera se le presupone a cualquier montañero. Y a todo proyecto de esta magnitud. La mirada creativa, en cambio, sirve para llenar la distancia que aún separa el primer paso del horizonte: de momento, el plan cuenta con seis municipios adheridos (como Alcobaça, Alenquer u Óbidos) de los 100 que espera sumar; tendrá una aplicación para móviles con un mapa y notificaciones en tiempo real sobre los puntos y eventos de interés más cercanos, pero habrá que esperar principios de 2026; y las señales que han realizado con materiales sostenibles están instaladas solo en algunos tramos. En la laguna de Óbidos, un niño arranca una partida familiar de petanca tirando lejos el bolillo. El proyecto de Bernardes también está lanzado. Ahora se trata de seguir arrojando novedades con acierto. Aunque el impulsor parece tener claro el camino.

Cada poco tiempo se para a explicar: “El sendero pasará por aquí, y luego hacia allí”. Ha levantado toda la iniciativa con una inversión personal; quiere que solo pise terrenos públicos y los municipios únicamente aporten una cuota inicial, para poner a andar los senderos de cada área. A partir de ahí, su modelo de negocio prevé pequeñas comisiones para hoteles, restaurantes o cualquier otro establecimiento que quiera participar, y los eventos y actividades culturales como principal fuente de ingreso. Bernardes reconoce riesgos y dificultades, pero rehúye los atajos. Frente a las sugerencias de bautizar su proyecto en inglés, eligió un sinónimo de “caminar” en portugués. Y entre los pocos lugares célebres que Palmilhar baraja tocar está el santuario de Fátima, a escasos kilómetros de aquí. Tal vez, a cambio, la virgen eche su bendita mano. Corredores de maratón ya han contactado a Bernardes para ser los primeros en realizar toda la ruta, cuando esté. Él se alegra, pero reivindica un ritmo más pausado: “Poco a poco”.

Un tramo de Palmilhar Portugal, cerca de Óbidos, con la señalización del nuevo sendero, en una imagen cedida por la organización.

El mismo que quiere imprimir al sendero. Solo quien pase despacio notará marcas en algunos muros del monasterio de Santa María de Alcobaça, Patrimonio Mundial de la Unesco: a los obreros del siglo XII se les pagaba por pieza en lugar de horas, de ahí que ficharan sobre el material. El otro lado del edificio, reconvertido en hotel de cinco estrellas por el arquitecto premio Pritzker Souto Moura, refuerza el mensaje: incluso el lujo del servicio se dota de minimalismo y ralentí. Hace falta un rato también para avistar aves en la laguna de Óbidos o descubrir que un restaurante de la aldea, Literary Man, sirve platos inspirados en libros y cómics famosos. Un pique sobre quién produce la mejor ginja, el licor local; delicias de queso a la venta en una tienda sin pretensión, dentro de una gasolinera; una iglesia tapizada de azulejos: los mejores secretos solo salen a la luz con tiempo para revelarlos. Sentarse a esperar los manjares en cualquier taberna del país supone una buena cata. En todos los sentidos.

Palmilhar invita a caminar despacio. Aunque, inevitablemente, se cruza con la carrera que hay alrededor. Para pedir camaroes frente a la playa del Bom Successo el camarero solicita recurrir al inglés, donde se halla más cómodo. El mismo idioma que arrincona al portugués en alguna tienda de Óbidos. O que invita a comprar apartamentos de “lux” cerca de San Martinho do Porto. “Hace 20 años aquí no había prácticamente nada”, apunta Bernardes, mientras conduce entre casas exclusivas de propiedad mayoritariamente extranjera. Hace tiempo que su propio sueño de comprarse un terreno sobre el acantilado cercano quedó sepultado por las subidas de precios.

Dos senderistas recorren un tramo de Palmilhar Portugal en la zona del Parque Natural das Serras de Aire e Candeeiros, en una imagen cedida por el municipio de Porto de Mos.

Solo en estas áreas nada el pez ruivaco y gruñe el cerdo malhado, orgullo del pueblo de Alcobaça. Pero aquí también ha llegado la invasión del rentable y nada autóctono eucalipto. Hasta ha conquistado suelos antes dedicados a especialidades típicas como la pera, la manzana o el vino. Por cierto, en Portugal también crecen blanco y rosado, frente al tinto. Y durante agosto, igual que en España, ardieron bosques enteros. Recordatorios de cómo se calienta el planeta. Y de que otro turismo no es solo posible, sino necesario. No basta la fábrica de hielo que los romanos levantaron hace dos milenios en la Sierra de Montejunto para combatir el cambio climático. Celestina, cajera de un supermercado de la zona, tampoco tiene clara la solución ante el frenesí del mundo, aunque sí el diagnóstico. A la cola de sus refunfuñados clientes espeta: “Tenéis todos cara de lunes. ¿Habéis trabajado el finde o qué?”.

La agotadora batalla nuestra de cada día. De ahí que Palmilhar Portugal prefiera narrar otras contiendas. La de Aljubarrota, donde las tropas locales derrotaron a la corona de Castilla y León en 1385, que cada agosto se vuelve a poner en escena en la localidad homónima. O la eterna lucha de Pedro e Inés, otro emblema de Alcobaça, una mezcla de Juego de Tronos y Shakespeare, pero hecha de realidad. Tanto que por el pueblo se venden camisetas con sus nombres, junto a otros dos, tachados: Romeo y Julieta.

Túmulo de Inés de Castro, en el Monasterio de Santa Maria d'Alcobaça, en una imagen cedida por el mismo municipio.

En el siglo XII, el príncipe portugués empezó una relación con la dama de compañía gallega de su esposa. Cuando Constanza falleció, ambos amantes vieron el camino despejado para oficializar su idilio. El rey Alfonso, sin embargo, veía con mal ojo la nueva unión. De ahí que, en una ausencia de su hijo, mandara eliminarla. El enfurecido Pedro se guardó el deseo de venganza hasta su ascenso a la corona: entonces, ordenó asesinar a los ejecutores de su adorada, la exhumó, la sentó por fin en el trono y obligó a toda la corte a besar su descompuesta mano. Hoy ambos yacen en el monasterio de Santa María de Alcobaça, uno frente al otro, por decisión de Pedro I. Así, el fin del mundo los cogerá juntos. A este frenético paso, no parece quedar mucho. Salvo que empecemos a palmilhar por otros senderos.

Vista desde el tramo de Palmilhar Portugal cercano a San Martinho do Porto, en una imagen cedida por la organización.

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Sobre la firma

Tommaso Koch
Redactor de Cultura. Se dedica a temas de cine, cómics, derechos de autor, política cultural, literatura y videojuegos, además de casos judiciales que tengan que ver con el sector artístico. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Roma Tre y Máster de periodismo de El País. Nació en Roma, pero hace tiempo que se considera itañol.
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