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Carbón y revolución: la cultura es el “pozo que nunca cierra” de la minería asturiana

A pesar del fin de la extracción, la impronta de aquel mundo de conciencia de clase y solidaridad sigue muy presente en las cuencas mineras

Nuria Rouñada, minera y guía del pozo Sotón, fotografiada en El Entrego, Asturias, el 27 de febrero de 2018. Imagen del fotógrafo Álvaro Fuente para su libro 'Asturias minada'.
Sergio C. Fanjul

Dos castilletes se elevan en el estrecho valle de Turón, concejo de Mieres, Asturias, entre el río y la carretera, encajonados en los montes espesos de castaños. Es el Pozo Santa Bárbara, que está de aniversario: hace 30 años, en 1995, se paró aquí la extracción de carbón. Hace tiempo que no hay ruidos industriales: solo el viento que sopla a través de las ramas, el agua que corre en el río, algún coche que pasa, no muchos.

La explotación había comenzado en 1913, siempre vinculada a los industriales vascos que destinaban el carbón a la siderurgia. Aquí se sacó mineral y aquí murieron 115 mineros. Tras el cierre, en 2008, fue declarado Bien de Interés Cultural (B.I.C.). “Ahora y en el futuro tenemos que reconocernos en los trabajadores que nos antecedieron: somos deudores de los mineros”, dice la guía María Fernanda Fernández. Desde 2021 es un centro de intervenciones artísticas, el PZSB, comisariado por L.E.V. (Laboratorio de Electrónica Visual): acaba de clausurarse la intervención Speculum, del colectivo Smack, una recreación en videoarte de El jardín de las delicias de El Bosco.

La peripecia del Pozo Santa Bárbara es ilustrativa del devenir de las cuencas mineras asturianas: de espinazo de la economía, polo industrial de España, cuna del movimiento obrero, motivo de identidad y orgullo, a la necesidad de reciclarse ante un futuro incierto usando las herramientas disponibles: la valiosa herencia patrimonial, histórica y cultural. Y el turismo, vigorizado por la cuestionable idea de que existen refugios climáticos y que Asturias es uno de ellos. La minería se ha ido, pero, de algún modo, aún sigue ahí. Hay orgullo por la herencia recibida, pero también sensación de incertidumbre, de derrota final, de fracaso por una desindustrialización mal gestionada que no encontró una luz al final del túnel.

El pozo Santa Bárbara, hoy centro de intervenciones artísticas PZSB, según sale retratado en el libro 'Asturias minada', de Álvaro Fuente.

“Somos la primera generación en 150 años que no tiene una vida vinculada directamente a la minería y, al mismo tiempo, somos la última que la pudimos ver con nuestros propios ojos”, dice la escritora y periodista Aitana Castaño, que creció rodeada de minas y mineros, también de huelgas y barricadas. En sus libros trata de mantener la llama para las nuevas generaciones: la trilogía formada por Carboneras, Los niños de humo y Rastros de ceniza (Pez de Plata), donde, con ilustraciones de Alfonso Zapico, recuerda diferentes aspectos de la industria minera, como la perspectivas de los niños o de las mujeres. Se leen en los institutos de las cuencas, por eso los guajes la reconocen por la calle.

El carbón, desde mediados del siglo XIX, trajo el ferrocarril, la siderurgia, los puertos y astilleros y una nutrida industria subsidiaria. Pero el mineral que esperaba en las profundidades también se convirtió en un pilar de la identidad de las cuencas y, por ende, de la región: la roca madre de su geografía sentimental. “Todo sale de la mina”, se decía. Ahora ya no sale nada, pero mucho queda. “El carácter o la condición minera de estos espacios y de sus habitantes perdura y ello a pesar de que los cierres de pozos se han venido sucediendo ininterrumpidamente desde la década de los noventa”, escribe la historiadora Irene Díaz en el reciente libro Las cuencas mineras de Asturias: la crisis y sus narrativas (Trea).

Hay una persistencia física, en forma de castilletes, edificios o escombreras, pero también huellas inmateriales que remiten a la experiencia vivida. Una “lejana cercanía”, en palabras de Díaz, que “permite aproximarse a las consecuencias y los legados en las personas, las comunidades y los espacios de ese proceso de ruinificación industrial”. Una ultra vida, como la llama la historiadora, también codirectora, junto a Rubén Vega, del documental Memorias culturales de un pasado industrial. El cierre definitivo, con alguna excepción, ocurrió en 2018. La muerte en abril de cinco mineros en el pozo Zarréu, con permiso de investigación, recordó que algunos seguían ahí, horadando la tierra. Otra vez el grisú.

Imagen de la intervención 'Speculum' del colectivo Smack en el interior del Pozo Santa Bárbara (PZSB).

En cuanto a la persistencia física, parte del valioso patrimonio industrial se utiliza ahora con fines turísticos y culturales, no solo el Pozo Santa Bárbara, sino también el Ecomuseo Minero de Samuño, en Langreo, o el Pozo Sotón, en El Entrego, al que se puede bajar, ataviado con mono, casco y lámpara, en una exigente visita de cinco horas, a más de 500 metros de profundidad. El Museo de la Siderurgia (MUSI) es acogido hoy por una antigua industria del ramo en La Felguera y el Museo de la Minería y de la Industria de Asturias (MUMI) se ubica en una escombrera de la mina San Vicente, en El Entrego. O el alucinante poblado minero de Bustiello, ejemplo de paternalismo industrial anclado en el tiempo. Así, la actividad económica se fue convirtiendo en materia de museo. O en otra cosa: se investiga cómo destinar los pozos a invernaderos subterráneos o centros de servidores informáticos. Hay muchísimo espacio en ese subsuelo horadado.

Sensación de vacío

El declive minero se recoge en Asturias minada, el proyecto fotográfico de Álvaro Fuente, que comenzó a interesarse en 2012, con motivo de un reportaje sobre el centenario de la Brigada de Salvamento Minero. El fotógrafo recuerda la “sensación de vacío” y la dureza la primera vez que bajó al célebre pozo María Luisa, también la sensación de solidaridad que escapa del subterráneo e impregna la cultura de la Cuencas. “En la mina dependes del compañero y los problemas se tienen que dejar fuera. Desde el principio me fascinó esa conexión… hasta el punto de enjabonarse unos a otros la espalda, un gesto que me parecía muy expresivo del compañerismo”, cuenta. Tal vez esa conexión fue la que hizo que una sociedad que atrajo en muy poco tiempo a miles de personas de muchos lugares de España y Portugal se cohesionara tan rápido; porque las cuencas son pura Asturias, pero no tantos tienen cuatro abuelos asturianos.

mineria

En las fotos de Fuente se ve la profundidad de las galerías, pero también las luchas en la superficie. Aquel año, 2012, fue muy conflictivo: una marcha a pie hasta Madrid, cortes de carretera, disturbios, tirachinas, cargas y carreras: los mineros siempre fueron un hueso duro de roer para las fuerzas policiales (estamos hablando de gente que trabajaba bajo tierra con herramienta pesada y explosivos), y también lo fueron entonces, cuando se anunció el próximo cierre de la minería, un proceso que también relata Marcos M. Merino en la película Remine, el último movimiento obrero.

Huelga y revolución

Pero la Revolución del 34 es el culmen de la épica minera asturiana, por encima de otros hitos como la huelga de 1917 o las de los años 60. A ese hito histórico se dedica la exitosa serie de novelas gráficas La balada del norte (Astiberri), de Alfonso Zapico. La Guerra Civil en Asturias se trata en la Trilogía Republicana, una serie de películas y guiones expandidos (en formato libro, publicados por Pez de Plata) a cargo de Ramón Lluis Bande. Muy en concreto Cantares para una Revolución, un documental musical en el que se recupera la memoria del 34 través de sus canciones, con el músico Nacho Vegas. Una reminiscencia de luchas y revoluciones es también el concepto de caja de resistencia: así, Caja de Resistencia, nombra el Ayuntamiento de Mieres a su ciclo dedicado a expresiones culturales censuradas en ayuntamientos de la derecha: han pasado creadores como Pedro pastor, Rocío Saiz, Paco Becerra, Alberto Conejero o Bob Pop. “Sacamos ese término del ámbito obrero para crear un espacio seguro para la libertad de expresión y los creadores”, dice Rocío Antela, la concejala de Cultura (y exminera), recién dimitida, que puso en marcha el proyecto.

Conflicto en el pozo Sotón en 2012, tras anunciarse la fecha del fin de la minería, según se recoge en el proyecto fotográfico 'Asturias minada', de Álvaro Fuente.

Hay trazos mineros en música contemporánea tan dispar como el desaparecido grupo industrial Fasenuova o la artista María Valle Roso o en algunas canciones del clásico combo de rock y punk Dixebra (como el himno Mañana fría). La literatura se adentró en las profundidades por lo menos desde el clásico La aldea perdida, de Armando Palacio Valdés, que, publicado en 1903, relata con duelo la transformación del mundo rural en industrial, de la Asturias verde a la Asturias negra y roja, con la llegada de la mina. Pero esa tradición continua, como se vio en El palacio azul de los ingenieros belgas (Acantilado), de Fulgencio Argüelles, un libro precioso, tierno, casi de culto, ambientado en los años 20.

Hay otras ópticas: en Cómo va a ser la montaña un Dios (Pepitas de Calabaza), Eduardo Romero traza con inteligencia conexiones nada habituales con Latinoamérica y el fenómeno de las migraciones, antes y ahora, en ambos sentidos. Romero señala la posibilidad de hacer memoria “sin hacer apología del industrialismo, el desarrollismo y el extractivismo. No hay contradicción en desentrañar las dinámicas destructivas del capitalismo fosilista al tiempo que se rescata la memoria de quienes se jugaban la vida bajando al pozo y arrancaban derechos laborales y sociales a los patrones y al Estado. Si conseguimos despatriarcalizar esa memoria, la tarea estará completa”.

Y no solo hubo minas en Asturias: en Hijos de carbón (Alfaguara) la leonesa Noemí Sabugal da una gran panorámica, mezclando sus recuerdos de infancia en familia minera con un viaje por distintos lugares de extracción de España: también Galicia, León, Palencia, Córdoba, Teruel.

Los últimos picadores del pozo María Luisa, según se retratan en el libro 'Asturias minada', de Álvaro Fuente.

“Alrededor de la mina se creó una conciencia colectiva y una manera de ver el mundo; también, a otro nivel, una cierta confianza en el futuro y un respeto tremendo a la cultura. No es extraño que las zonas mineras sean proclives al arte: llevamos varias décadas cabreados, desencantados, obligados a emigrar…”, dice el poeta langreano Fruela Fernández, cuyos poemarios, como Una paz europea (Pre-Textos) o La familia socialista (La Bella Varsovia) están atravesados por la experiencia de crecer en las cuencas. “En cierto modo, las cuencas son una intuición del futuro para muchos territorios de Europa”, añade. Un futuro incierto: para las cuencas... y para el mundo entero.

“Es probable que la identidad minera se vaya diluyendo”, concluye Aitana Castaño, “pero es nuestra obligación que perdure. A las minas vinieron miles de personas a romperse los cuernos para trabajar y hacer que sus familias vivieran mejor… aunque solo sea por honor a esas personas no nos queda otra que defender la identidad mineta. Y, como dice el filólogo Benigno Delmiro, la literatura, la cultura, es el pozo que no cierra”.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.
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