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Matthew Herbert, músico: “El sueño de cualquier creador es dar con la idea que prenda la mecha de una revolución”

El artista británico presenta nuevo disco tras cancelar su actuación en el Sónar por la vinculación del festival a un fondo proisraelí

El artista musical Matthew Herbert, fotografiado en la terraza de La casa Encendida antes de su actuación en el festival Electrónica en Abril.

La última vez que Matthew Herbert (Kent, Inglaterra, 53 años) pisó Madrid, hace siete años, lo hizo paralizando el Paseo de la Castellana e instalando un escenario en la plaza de Colón al que subió rodeado de más de 50 músicos locales a los que embarcó en su Brexit Big Band. Una gira “de disculpa” por la salida de Inglaterra de la Unión Europea con la que recorrió el continente sumando a más de mil músicos. Esta vez, en cambio, acudió acompañado tan solo por la joven cantante y percusionista Momoko, junto a la que ofreció un concierto en la intimidad del patio de La Casa Encendida con recursos tan sencillos como el ritmo percutivo del bote de un balón de baloncesto. Con ella publicará su próximo disco el 27 de junio.

También tenía planeado presentarlo en el Sónar de Barcelona, hasta que se sumó al boicot de hasta 40 artistas que prefirieron no actuar tras difundirse la pertenencia del festival insignia de la electrónica al fondo de inversiones proisraelí KKR. Al preguntarle por correo electrónico por su ausencia, respondió que había sido una decisión difícil: “Los responsables del festival son buenos amigos y han apoyado y alentado constantemente mi trabajo más político durante casi 30 años”. Y remitió a su escueto comunicado, en el que insistió en que “nuestra prioridad es hacer todo lo posible para poner fin al genocidio en Gaza e impulsar la creación de un Estado palestino y el fin de la ocupación”. En su caso, tiene todo el sentido, Herbert es un músico cuyo grueso creativo apela a la concienciación política. Sin ir más lejos, cerró su concierto en Electrónica en Abril, en Madrid, desplegando una bandera palestina.

Horas antes de ese directo, se reía cuando le hacíamos notar su alternancia entre proyectos monumentales como aquella vez que tomó la plaza de Colón de la capital y sencillos discos de electrónica como el que presenta ahora junto a Momoko. “Supongo que es uno de mis patrones: me meto en un marrón enorme, de esos que te chupan la vida; y después, agotado, pienso, ‘bueno, ahora voy a hacer unas cancioncitas’. Llámalo detox. Yo soy muy cerebral, muy de tratar de hacer lo correcto, de buscar la política con mayúsculas con mi música, de denunciar, de querer provocar un cambio, de explorar formas radicales de hacerlo. Por eso, a veces, tengo que entregarme a algo que sea pura y simplemente placentero”. Este músico, que lo mismo ha montado un concierto sampleando sonidos de una caja de cereales que colaborado con Björk o Róisín Murphy, nos tiene acostumbrados a la sorpresa constante. Durante casi tres décadas ha sido uno de los más notables innovadores en la música de baile que nadie osaría pinchar en los clubs y del jazz experimental que, sin embargo, se deja bailar.

Solo en los últimos dos años, ha grabado un disco para orquesta a partir de un esqueleto de caballo, ha musicalizado en directo un partido de fútbol improvisando junto a 20 músicos, ambientado los desfiles de Issey Miyake en París o firmado un par de bandas sonoras. Una de ellas para La ola (2025), la nueva película de Sebastián Lelio, reflejo del movimiento feminista desatado en las universidades chilenas a raíz de un caso de violación. Herbert colabora regularmente con Lelio desde que se encontraran en Una mujer fantástica (2017), un filme que se hizo con el Óscar a mejor película de habla no inglesa y puso una pica para la visibilidad trans en Hollywood e impulsó el cambio de las leyes transexuales en Chile.

“Si el arte puede contribuir a cambiar las cosas, que cuenten conmigo. Es como esta serie de ahora, Adolescencia, que se está proyectando en colegios y ha propiciado un diálogo entre sus creadores y el Gobierno británico… Ese es el sueño de cualquier creador: dar con la idea que prenda la mecha de una revolución. Siempre recuerdo la mitología en torno a La consagración de la primavera, de Stravinski. La leyenda dice que su estreno en París, en 1913, provocó disturbios entre el público. Estamos hablando de una pieza instrumental. Ese es mi gran desafío como compositor: ¿Cuál sería esa pieza instrumental que podría provocar una revuelta hoy?”, se reta.

En Chile ha encontrado un caudal colaborativo. Actualmente está trabajando en una representación de la dramaturga chilena Manuela Infante junto a la antropóloga forense Roberta Lobos, experta en identificar restos de víctimas de desapariciones forzadas. “Mi labor ha sido traducir a sonidos los datos recogidos durante décadas por esta investigadora para denunciar el abandono histórico en Chile de los cuerpos arrojados a fosas comunes durante la dictadura de Pinochet”, explica.

Los sonidos de la muerte persiguen a Matthew Herbert. Al menos, creativamente hablando. Ha grabado el cacareo de miles de pollos camino al matadero, el ciclo de vida completo de un cerdo (de la granja a la mesa) o un disco entero a partir de 10 segundos de bombardeo en Libia. Hasta ha recompuesto por encargo de Deutsche Grammophon la Décima sinfonía, que dejó Mahler incompleta al fallecer. El 11-S le pilló a unas pocas manzanas de las Torres Gemelas. Tenía un concierto en el Knitting Factory neoyorquino al día siguiente. Pensó que todos iban a morir. Aun así, subió a la azotea de su hotel y lo registró todo. Lo utilizaría una sola vez, años después, para un concierto en Ginebra. “Hubo gente que se salió de la sala. Me sorprendió que, después de haber visto tantas imágenes de aquel trágico momento, escuchar la caída de las Torres resultara tan ofensivo para alguien. Entiendo que hay una diferencia pero, ¿cuál es esa diferencia? Es cierto que mi trabajo está lleno de fantasmas sonoros. Hace unos años, grabé en un crematorio. Tu cuerpo lo queman durante una hora y media, pero siempre quedan algunos huesos. Eso es lo que pasan por un molino de cenizas y son los restos que se meten en una urna para entregar a los seres queridos. Ese ‘clac, clac, clac’ es uno de los sonidos más escalofriantes que haya registrado nunca. Cuando quise usarlos para un disco, me di cuenta de que no había pedido permiso a la familia. Me pareció algo demasiado privado, una cortina que mejor no descorrer. Aún hoy me cuestiono constantemente dónde están los límites éticos en el uso de lo sonoro”.

En busca de una respuesta, Herbert aprovechó el confinamiento de la pandemia para escribir su doctorado precisamente sobre esos límites. Quien lo quiera leer, puede descargarlo gratuitamente online. “Mucha gente relaciona la música con el entretenimiento pero, ¿qué hay del deber moral del artista?”, suma a todas sus preguntas. También ha sacado Herbert tiempo para dirigir su primera película, un cortometraje documental titulado Listen like a banana (2023), que registra gráfica y sonoramente el viaje de un plátano desde su recolección en República Dominicana hasta la boca del músico. “Yo desayuno cada mañana un plátano de la misma marca. ¿Cuál es el esfuerzo que conlleva su cultivo, procesamiento y transporte para que yo pueda engullirlo tan a gusto en mi casa? Descubrí muchas cosas, como que la variedad que tomamos comúnmente, la Cavendish, está en riesgo de extinción por una nueva cepa de hongo que se ha extendido por culpa de los monocultivos; o que cuando llegan a Inglaterra son rociados con etileno para preservar su adecuada maduración. Lo que comemos explica el mundo en que vivimos. De hecho, la primera causa del cambio climático es la producción de comida, y el 30% nunca llega a consumirse. En EE UU se sacrifican 72 millones de pollos al día, y casi un tercio se acaban tirando sin que nadie se los coma. ¿Cómo hemos llegado a construir esta sociedad tan demencial? No puedo evitar hacerme este tipo de preguntas. ¿Por qué estoy hoy aquí, necesitaba viajar para dar este concierto en Madrid o es un capricho?”.

Lo dice desde cierto remordimiento: Herbert siempre viaja en tren por Europa, pero hoy ha hecho una excepción y ha venido en avión para estar al día siguiente de vuelta en su granja de Canterbury a tiempo para la celebración del 18º cumpleaños de su hijo mayor.

La mayoría de sus chaladuras experimentales pasan por el mismo sitio: denunciar el capitalismo voraz y favorecer la justica climática. Incluso lleva años barajando la posibilidad de poner en marcha su propio partido político. Al principio quería llamarlo Who are we waiting for? (¿A quién estamos esperando?); hoy dice que lo llamaría Repair (Reparación). “Sigo pensando que la idea adecuada puede cambiar el mundo y que el arte debería tener la fuerza para derrocar gobiernos. Mis proyectos musicales son una respuesta creativa a situaciones políticas, aunque a veces resulta frustrante ver el poco impacto real que tienen. Para entrar en política hay que desarrollar unas dotes de liderazgo que no sé si son lo mío… además de la inversión de dinero y tiempo que supone”, se lamenta.

Mención aparte merece su proyecto monumental más reciente, The horse (2023), un disco grabado junto a la London Contemporary Orchestra con el que buscó ahondar en los orígenes de la música, nada menos. Para ello, quiso comprar primero los restos de un dinosaurio, “pero se escapaba a mis humildes presupuestos [se ríe]. Así que adquirí el esqueleto del siguiente animal más grande que encontré: un caballo”. Este trabajo de arqueología sonora recoge hasta 7.000 sonidos provenientes de este animal (incluyendo flautas de hueso, liras o un arpa) y supone un recorrido crítico por la historia de la humanidad a partir de su relación con este aliado equino: desde su uso determinante como fuerza trabajadora que posibilitó la Revolución Industrial hasta su explotación lucrativa en las carreras de caballos. “Incluso intenté grabar a escondidas con mi móvil el eco de las Cuevas de Altamira [Cantabria], donde se encontraron representaciones de caballos pintadas hace 22.000 años. Pero apenas saqué nada. Acudí a un ingeniero acústico arqueológico que sí tenía mapeado el eco de estas cuevas y lo incluí en la grabación final. Buena parte de mi trabajo trata sobre la manera en que nuestro cuerpo ha ocupado el planeta, sobre el vasto paisaje de problemas generados por la especie humana. Y, una vez más, el uso que hemos hecho del caballo ha contribuido en gran medida al cambio climático”, reitera.

“Si el arte puede contribuir a cambiar las cosas, que cuenten conmigo”, dice Matthew Herbert, que utiliza sus experimentos sonoros para espolear conciencias. Aquí, en La Casa Encendida de Madrid.

Ahora anda buscando a alguien a quien pagar para que se comprometa a cuidar de por vida a un loro rescatado con el fin de preparar otro disco con orquesta. “La idea es que el loro escuche textos sobre el cambio climático y decida qué mensajes aprende y repite, y cuáles ignora. Los loros pueden aprender hasta 900 palabras, pero también pueden no decir nada. Grabaremos lo que el loro decida”, se ríe.

Con 45 discos a sus espaldas, Matthew Herbert vive una contradicción: piensa que hay demasiada música en el mundo y que se ha convertido en un producto desechable más. Sin embargo, compone un promedio de cinco o seis temas al día, lo que supone unos 2.000 al año. “Lo cierto es que no compongo tanta música como artista. Mucho son colaboraciones. Ahora mismo, por ejemplo, estoy trabajando en la banda sonora de Rosebush pruning, del director Karim Aïnouz; en la ambientación musical para Tito Andrónico con la Royal Shakespeare Company y en una pieza para una compañía teatral caritativa para los sintecho. Para esos tres proyectos habré compuesto unas 150 piezas en las últimas tres semanas. Me involucro en proyectos que de alguna manera pueden contribuir a pequeños cambios, a abrir discusiones o líneas de pensamiento. Probablemente exista una contradicción en que componga tanto en un mundo tan saturado de música, pero es una necesidad irrefrenable”.

Y espera abordar pronto una de sus ambiciones: escribir y dirigir un largometraje. “Aunque me está resultando muy difícil. Porque la música es una abstracción; mi proyecto del caballo es una abstracción pero, si fuera una película, querrían saber cómo se llama el caballo, dónde creció, a quién pertenecía… Mientras que en la música te ahorras todo eso, puedes ser más vago”. Ante tanto frenesí creativo, ¿no se ha planteado echar mano de la inteligencia artificial para que le eche un cable? “Apenas la he utilizado, pero he tonteado con ella, claro, como todo el mundo. Hace poco le pregunté: ‘¿Qué disco debería ser el siguiente de Matthew Herbert?’. Y me respondió: ‘El próximo disco de Matthew Herbert debería tratar sobre la inteligencia artificial’. ¡Qué vanidosa la IA!”.

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