Amaia deslumbra en Madrid y Mala Rodríguez demuestra que es la jefa
Las mujeres se apropian del micrófono en la primera jornada del festival Tomavistas


Nadie dice los “joé” como Amaia Romero. Tan dulces y epatantes. “Joé, qué bien lo estamos pasando”. Tampoco encontramos en el panorama nacional a alguien que siendo tan joven (26 años) exhiba un perfil de artista tan completo. La navarra deslumbró anoche en el festival Tomavistas de Madrid. Fueron 75 minutos aprovechadísimos, donde Amaia mostró su amplia variedad de cualidades: cantante, bailarina, diestra instrumentista de piano y atrevida con el arpa y la guitarra; pero, sobre todo, una artista que ejerce un torrencial dominio escénico sin forzar, con una naturalidad pasmosa.
Estuvo la navarra inmensa en la versión festivalera, más condensada, de los mágicos conciertos que ofreció en febrero en Barcelona y Madrid. La receta fue la misma: una propuesta plástica pizpireta y elegante, una colección de canciones notable y una actitud despreocupada salpicada por sus frases intransferibles. No es ya lo que dice, sino cómo lo dice, como si en lugar de enfrentarse a 5.000 personas (media entrada anoche en la Caja Mágica) esté hablando con una amiga a las tantas de la noche en el escalón de la puerta de atrás de un garito.

Comenzó el concierto con Tocotó (“corre, corre, caballito”) e interpretó sobre todo temas de su salto definitivo, Si abro los ojos no es real, su tercer disco. Cayeron Magia en Benidorm, M.A.P.S., Auxiliar… Por supuesto Tengo un pensamiento, la canción que interpretó en el famoso programa prenavideño de La revuelta. No faltó Santos que yo te pinté, la versión que ha urdido de Los Planetas. Mira que es clásico el tema de los granadinos, pues la reinterpretación de Amaia amenaza con superarlo. Lo cantó encaramada en la plataforma más alta, amarrada al pie de micro, con el acompañamiento de violín y guitarra. Se estremeció ella, se emocionó el público.
Transmite Amaia desde el escenario una sensación cada vez más fuerte de ambición artística que aquí nadie sabe hasta dónde puede llegar. Se ha inventado la joven intérprete un yo escénico que tiene mucho que ver con su yo de andar por casa. Tiene mérito esto, ya que la mayoría de los artistas conviven con dos personalidades, la que sale a comprar el pan y la que se sube a la tarima para ser adorado por miles de fans. Ella no: es la misma en todas partes. Si se le clava el arpa en la clavícula, lo dije; si algo desafina, también lo desvela. “Madre mía estos zapatos, voy a acabar ensangrentada”, se lamentó sobre su calzado de tacón. Sobre su vestido ajustado, indicó, mientras lo estiraba un poco: “Que me estaba quedando en bolas...”. Hasta reinventó el famoso “el que no esté colocado, que se coloque y al loro” de Tierno Galván por un “ahora a ponerse un poco borrachitos y a disfrutar”.

En la parte final atacó Me pongo colorada, de Papá Levante, a la que confiere un dramatismo que se ha sacado de las entrañas. El concierto acabó por todo lo alto con Bienvenidos al show. Se fueron ella y sus cinco músicos bailando una samba que pincharon como final de fiesta. Se les vio brincar y abrazarse en la intimidad, en la parte de atrás del escenario. Eran conscientes de que habían ofrecido un espectáculo espléndido.
Amaia fue la estrella de la primera jornada (de las tres de que consta) de la novena edición del festival Tomavistas, celebrada en la Caja Mágica de Madrid. Una apertura con evidente protagonismo femenino, con artistas como Xenia, Ganges, Jimena Amarillo, María José Llergo, Judeline, Amaia o Mala Rodríguez, entre otras. Chicas jóvenes (Mala también a sus 46 años) que vertebran el nuevo y estimulante pop español. El festival suma tres escenarios y los dos principales se alternan, con lo que no hay lugar a penosos solapamientos. Acudió sobre todo púbico joven.

Tras el concierto de la navarra sonó aquello de: “A mí no me saques tu genio, que te lo mato. / Si estás gordo, lo dejo flaco. / Si estás flaco, tómate algo. / Huye de lo malo, búscate un trabajo pa’ hacer algo sano. / Aunque no me fie eso, aquí dentro hay luz. / Tengo un trato, lo mío pa’ mi saco”. De esta manera empezó su carrera Mala Rodríguez con Tengo un trato, de su primer álbum, Lujo ibérico. Está celebrando la sevillana (nacida en Jerez de la Frontera, pero criada en Sevilla) los 25 años de aquella primera obra, la que supuso la irrupción de una chica de 20 años en una escena hiphopera española mayoritariamente masculina (CPV, Violadores del Verso, Mucho Muchacho) y con tendencia a fortificarse en su nicho. María consiguió trascender más allá de los límites raperos gracias a unas vibrantes letras donde contaba abiertamente su vida, que a pesar de su corta edad ya había padecido de fatigas y angustias, y por una voz y una actitud aflamencadas y callejeras de las de verdad.
Es de ley reconocer que antes de Lola Indigo, Bad Gyal, La Zowi o Rosalía ahí estaba María, rapeando cosas como: “¿Dudas de mí? Sí que sabes poco. / Si digo esto, es esto, no lo otro”, unos versos de Tambalea, que interpretó anoche mientras perreaba encima de la mesa del DJ e invitaba al público a bailar en el escenario.

En realidad, las canciones de María Rodríguez son una innegociable declaración de independencia. Una emancipación femenina en primer lugar, pero también la de una persona que ha visto las orejas al lobo en más de una ocasión y que ha decidido que lo único que le va a hacer encarar la vida con garantías es el cuidado de sí misma. Anoche sonaron a reivindicación de su propia persona estos versos de La cocinera: “Pulir y lijar, rap sin lucecitas. / ¡Ele! Me den lo que me quitan. / No dan huevos de oro todas las gallinitas. / Si la vida no me sonríe le hago cosquillitas”. Vestida con un modelo corto negro lleno de correas plateadas y flecos, estuvo poderosa la sevillana, con flow, a gusto sobre el escenario, rapeando con ese tono desafiante y macarra que ha marcado su carrera.
Al festival le quedan otras dos jornadas, la de hoy viernes y mañana sábado. Hay todavía entradas para disfrutar de bandas como Caribou, Love of Lesbian, Doves, Romy, Mogwai o Biznaga.
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