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El artista David Catá se cose la memoria de sus abuelas a las manos

El creador reúne en una muestra en Madrid una selección de su obra basada en las vivencias de sus familiares que se llega a bordar en la piel

Una de las imágenes de la serie 'A flor de piel' del artista David Catá.
Ana Marcos

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Una mañana de un mayo extraño en Madrid, se cumple una semana del apagón que dejó sin luz a España y el cielo negro se empeña en recordar que a la oscuridad aún le queda un rato sobre esta ciudad, David Catá (Viveiro, 1988) fotografía parte de su exposición Perpetua en una nave industrial en Alcobendas. Me ha traído hasta aquí la curiosidad por conocer a un chico que se cose paisajes y el rostro de sus familiares en la mano. Al entrar en la galería EST ART Space, mis ojos buscan con disimulo esas piezas y en mi cabeza se amontonan las preguntas: “¿por qué lo haces?, ¿te duele?, ¿tienes heridas?, ¿me enseñas las manos?, ¿qué haces después con esos hilos?”.

David Catá, en su exposición en Madrid

Pero un segundo antes de que me salgan las cuestiones a borbotones por la boca, Catá me señala dos series de retratos y mi atención se redirige. Son pinturas de sus amigos y familiares en distintos estilos que hizo a partir de 2008. A continuación hay una colección de fotografías que tomó durante el confinamiento: desde su ventana lanzaba semillas de dientes de león y las capturaba sobre el cielo. “No se marchitan”, cuenta, “tengo táperes desde 2015, mis amigos me regalan cajas enteras”. La música que suena en las salas la ha compuesto él. Expone también vídeoarte, instalaciones y una pantalla lanza los videoclips que realizó para un disco que también se produjo.

“Todo mi trabajo habla sobre la memoria, el paso del tiempo, lo efímero de la vida”, explica Catá. “Cómo nos marcan las personas de nuestro entorno y la huella que nos dejan. Mi trabajo se inspira en vivencias personales”. El eje central son sus dos abuelas y su bisabuela Perpetua, de ella sale el nombre de la exposición.

Un momento performativa de la exposición 'Perpetua' de David Catá.

A los tres años, los padres de Catá, que tenían un comercio de enmarcar cuadros, le regalaron un pianito. Tiene vídeos de un cumpleaños en las que se le ve en una esquina, dándole a las teclas, mientras el resto de los niños juegan. A los cinco pidió ir al conservatorio, pero tuvo que esperar hasta los ocho. Aprendió a tocar el acordeón. Nunca fue el mejor en clase porque, dice, le “costaba mucho memorizar”. Se recuerda como un adolescente introvertido al que le encantaba pasar tiempo con sus abuelas y su bisabuela, escuchando sus historias, sobre todo las que Lolina, abuela paterna, acumuló durante su exilio en Francia durante la Guerra Civil. En su memoria también están muy presentes las manos de su madre. “Cosiendo, arreglando muebles… es como yo, no puede parar”, dice.

Cuando terminó el colegio, estudió Bellas Artes y empezó a crear algunos de los proyectos que expone ahora. Después se formó en la extinta escuela de fotografía EFTI de Madrid. Vive entre Viveiro y la capital. Por ahora no puede dedicarse solo al arte y da clases, trabaja en cine y televisión. Dejó temporalmente la música hasta que en 2012 le diagnosticaron una enfermedad degenerativa. “Me estoy quedando sordo”, la resume, “de este lado ya no oigo”. Sus esperanzas están puestas en una operación con riesgos y, una vez más, en la memoria y en su arte.

'Reminiscencias', del artista David Catá.

“Este vídeo lo hice después del diagnóstico”, explica, “llevaba bastante tiempo con la música un poco apartada. Y a raíz de que me detectaron esta enfermedad, retomé mis clases en el conservatorio y empecé a componer música. Sentí la necesidad de disfrutar de todos esos sonidos que voy perdiendo poco a poco”. En las imágenes aparece Catá en el mar Cantábrico tocando el acordeón. Poco a poco la marea sube hasta que le cubre por completo y el instrumento queda a la deriva. Los restos se exponen junto a la arena de aquella playa.

Al abrir las puertas de la última sala, el humo impregna todos los sentidos y determina la parte final de la visita. Ahí están sus manos cosidas, pero otra vez, la vista se enfoca en la recreación de la habitación de su bisabuela que Catá ha hecho a escala real y con algunos de los elementos que recuperó tras su muerte.

La imagen 'Horizonte, 7 tetas. Madrid' de David Catá.

Al lado está el proyecto Flor de piel. “Me coso rostros de mis seres queridos en la palma de mi mano como un tatuaje efímero. Cuando me quito esos hilos de la piel, hago pequeñas piezas que son los restos de la acción performática”, señala unas obras enclaustradas en cristal para sostener las siluetas restantes. Lleva desde 2010 recreando la memoria de su madre, sus abuelas y hace alusión a la figura de las Parcas con el hilo. “Es un trabajo superficial, sobre la epidermis. Hay una herida, en algunas piezas llego a sangrar un poco, pero también tomo todas las medidas de seguridad y lo desinfecto todo”. Una vez se quita los hilos, que no salen solos, como cuando se deshilvana el bajo de un pantalón, permanecen las marcas durante un tiempo. “No las considero heridas físicas, sino que las relaciono con el dolor emocional”, dice, “en esta foto, además, se ve que cuando días después me ducho, esas caras vuelven a salir”.

Su trabajo sobre las manos lo entiende como parte de la escritura de su autobiografía. “Me gusta decir de forma metafórica que el trabajo de bordado en mis manos finalizará cuando me quede sin hojas sobre las que escribir”, relata, las mismas que se pone sobre la cara en cada autorretrato porque para contar su vida ya están las líneas que recorren las palmas.

En menos de una hora me doy cuenta de que sus manos cosidas también con la Torre de Hércules, el parque del Retiro y playas gallegas no se entienden sin las fotografías, los vídeos, las pinturas ni los dientes de león. He caído en la trampa de la viralización. Sus paisajes acumulan millones de reproducciones en su cuenta de Instagram y yo me he quedado ahí, tratando de referenciar su trabajo como un fenómeno de las redes sociales.

No soy la única, me explica frente a estas imágenes. En 2014 este trabajo empezó a tener mucha repercusión. Le llamaron de medios de todo el mundo. “Dije que no a la mayoría”, confiesa.

—¿En serio? Si me acabas de contar que te autofinancias.

—El enfoque que se le estaba dando al proyecto no era el que yo quería transmitir. Querían que fuese a los programas de televisión a coserle las manos a los presentadores en directo. O a famosos. Mi trabajo trata sobre mis vínculos familiares. Esto es una acción muy íntima. Y el contexto en el que se hace es importante. No es una demostración de cómo me coso la mano para que la vea la audiencia. No me interesa ese tipo de exposición.

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Sobre la firma

Ana Marcos
Redactora de Cultura. Forma parte del equipo de investigación de abusos en el cine. Ha sido corresponsal en Colombia y ha seguido los pasos de Unidas Podemos en la sección de Nacional, además de participar en la fundación de Verne. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de periodismo de EL PAÍS.
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