‘Los cinco diablos’: xenofobia y realismo mágico en Los Alpes

El segundo largometraje como directora de la guionista francesa Léa Mysius, Los cinco diablos, es un drama antirracista situado en un tranquilo pueblo de Los Alpes donde una madre (Adèle Exarchopoulos) y su hija mulata (Sally Dramé) viven al margen del mundo en un entorno hostil, especialmente con la niña. Exarchopoulos trabaja como entrenadora en el centro deportivo que da título a la película y donde cuelga una enorme fotografía del día de su boda con un imponente bombero africano. Esa imagen en apariencia idílica, subrayada por un plano fijo que se cierra sobre el rostro de ella, es la punta del iceberg en una película tan perturbadora como fallida.

Mysius, cuyo crédito figura en el último año en los guiones de las sensuales París, distrito 13, de Jacques Audiard, y Stars At Noon, de Claire Denis, se enfrenta también a grandes pasiones en Los cinco diablos, pero lo hace a través de una arriesgada apuesta en la que el thriller dramático y el tono naturalista dan un giro a lo fantástico a través del personaje de la niña.

Sabemos por el arranque del filme que en el pasado hubo un incendio, unas llamas cuyo origen va desvelándose gracias al extraño don olfativo de la niña. Como una pequeña bruja, es capaz de reproducir cualquier olor, los atesora todos, también el de su madre, en botes de cristal. Si en Ava (2017), su anterior filme, Mysius seguía los pasos de una adolescente condenada a la ceguera, aquí se deja llevar por otro sentido para hablar desde lo atávico y lo mágico de la xenofobia latente en una sociedad que presume de perfecta.

El pasado y lo oculto irán aflorando gracias a los poderes y la mirada de la hija, víctima de bullying y pegada de forma obsesiva a su madre. Los rituales maternofiliales, la presencia del abuelo o las tensiones con el padre solo acentúan el aislamiento en el que viven. La bellísima fotografía y la fuerza de Exarchopoulos empujan el filme. La actriz se entrega a un personaje que es el centro de todo, de su hija y de un enigma cuyo desgarro no acaba de casar con la vertiente más esotérica del filme. Ese realismo mágico le resta fuerza a lo importante: la inquietud de la hija por la madre nace del miedo a perderla, de la sensación de que nunca ha estado ahí, del dolor y de la soledad que esconde. Ahí reside lo mejor de un filme en el que Mysius ha querido meter tantos recovecos, sentidos y emociones que acaban siendo demasiados.