‘Silent Night’: el final del mundo cae en Navidad
Se agradece el carácter imprevisible de la película y sus giros tonales, pero descarrila en el contenido de sus propuestas

Las películas que deciden ir por libre en cuanto al género y al tono utilizados, sin seguir el sendero de la unidad y cambiando continuamente de vías, de matices y hasta de referentes, siempre a voluntad propia, suelen ser interesantes. Por valientes y por singulares. La británica Silent Night, que comienza como un melodrama generacional con el estilo de Los amigos de Peter, suma apuntes de comedia romántica navideña a lo Love Actually, y desemboca en un drama sobre el fin del mundo y la extinción de la humanidad que lleva nuestra mente cinéfila hasta Melancolía, aunque con toques de comedia negra, bien podría ir inoculando esa fascinación gracias a su carácter de impredecible. Sin embargo, más que en sus giros tonales, donde descarrila, y lo hace a toda marcha, con lo cual el choque es más brusco, es en el contenido de cada una de sus propuestas.
A simple vista podría afirmarse que nunca encuentra el tono. Pero no es así: simplemente no quiere encontrar una textura genérica unitaria. El problema radica en que el melodrama generacional es superficial; la comedia romántica, ñoña; el drama apocalíptico, insustancial; y la comedia negra, rotundamente idiota.
Camille Griffin, escritora y guionista debutante, ha compuesto una película sorprendente en su envoltorio, pero en muy pocos momentos atractiva en su interior. El fin del mundo cae en la madrugada del día de Navidad y a nadie le va a pillar por sorpresa. Hace tiempo que toda la humanidad conoce la tragedia por venir —como en la mayúscula Last Night (Don McKellar, 1998); esta sí que era buena— y, a diferencia de la también en cartelera No mires arriba, en la que nadie hace caso a los científicos, aquí incluso ha dado tiempo a que las farmacéuticas hayan puesto a la venta una píldora, recomendada por los gobiernos, para hacer frente a la muerte de forma indolora y no con la insoportable agonía que se prevé, a causa de una inespecífica tormenta de viento y toxicidad que atravesará cualquier intento de refugio.
Ante lo inevitable, una pandilla de padres y madres en torno a la cuarentena de edad decide celebrar el fin de los días con los amigos, los niños, el champán y el divertimento. La idea no es mala si luego no se dedicaran a hacer chorradas: a jugar a las películas o al scrabble; a echarse en cara los amoríos que tuvieron (o no tuvieron) en su época adolescente; a risibles muestrarios de infidelidad, y a ponerse a parir los unos a los otros.
La imagen del Apocalipsis, la de la tormenta de arena y muerte que se acerca a la casa de campo en la que van a extinguirse, tiene cierta potencia visual, sobre todo porque vivimos tiempos de zozobra y, aun sin llegar a los extremos de la película, el miedo de algunos personajes y las decisiones a tomar con respecto a la píldora nos llevan irremisiblemente hacia el maldito coronavirus. Pero es apenas el único punto de interés de Silent Night. Por lo demás, tres de las actrices —Keira Knightley, Annabelle Wallis y Lucy Punch— parecen estar participando en un concurso de sobreactuación para ver cuál de ellas consigue hacer más mohines por segundo en cada frase, y el que sale mejor parado de todos es el crío Roman Griffin Davis, hijo de la directora y protagonista de Jojo Rabbit, que paradójicamente sale a flote con el personaje más maduro de todos.
SILENT NIGHT
Dirección: Camille Griffin.
Intérpretes: Keira Knightley, Matthew Goode, Roman Griffin Davis, Annabelle Wallis.
Género: comedia. Reino Unido, 2021.
Duración: 90 minutos.
Estreno: 22 de diciembre.
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