‘La Gomera’: alucinante policiaco rumano filmado en Canarias

Dotado de un extraño sentido del humor que nunca reluce de primeras, sino que subyace desde lo más recóndito de las situaciones, Corneliu Porumboiu, autor de las formidables 12:08, al este de Bucarest (2006) y El tesoro (2015) ha compuesto un thriller policiaco en un escenario físico insólito, alucinante, casi extraterrestre —y más para un rumano—, la isla de La Gomera; lo ha rodeado de un aún más excepcional sentido procedimental, protagonizado por el silbo gomero, ese lenguaje silbado de los canarios para comunicarse entre los barrancos; y le ha otorgado un aura sonora muy especial con una colección de canciones y piezas que en principio parecen escogidas al vuelo — de The Passenger, de Iggy Pop, a Chaikovski, Bellini y Offenbach, pasando por Kurt Weill—, pero que tienen todo el sentido alrededor de cada uno de los personajes, resonando con espectacular sentido del ritmo con las imágenes, no tanto como acompañamiento sino como contraste. La guinda, de nuevo con protagonismo español, la pone el hecho de que el capo de la droga al que está investigando la policía rumana esté interpretado por el director español Agustí Villaronga, rememorando su vieja presencia como actor en el cine quinqui de José Antonio de la Loma y Perros callejeros II.

La Gomera, presentada en la sección oficial a concurso del Festival de Cannes de 2019, parte de lo clásico para ir rompiendo uno a uno todos los arquetipos. Desde la superficie, puede parecer una película de corrupción policial: comisarios mal pagados y peor tratados, en la onda de Sidney Lumet, que se revuelven contra su gris destino. El papel del gran personaje femenino parece partir del modelo de la mujer fatal del cine negro, pero en su desenlace también se escabulle del estereotipo. Y cualquiera de los roles bien podría formar parte de un western clásico, habitado por cuatreros y un sheriff dibujado como antihéroe, filmado además en un entorno físico inhóspito. De hecho, el metalenguaje de wéstern aparece en el clímax de violencia, acaecido en un estudio abandonado de películas del Oeste, e incluso en el muy especial duelo en el que interviene la jefa de la policía.

Vlad Ivanov, actorazo, todo carisma sin mover un músculo, comanda una película inaudita y fascinante, de compleja estructura en tiempos y espacios, que Porumboiu nos regala a los amantes del cine a contracorriente, inesperado y hasta procaz.