Nobel imperdonable
No es la primera vez que la Academia Sueca pasa por una crisis, pero en las anteriores no existía Internet


El Premio Nobel de Literatura era algo único porque hasta ahora se regía por dos principios cada vez más escasos: el rigor y el secreto. El rigor se traducía en una búsqueda de la excelencia, que algunos confundían con el récord del mundo del verso y la prosa. En su distancia olímpica, la Academia Sueca se limitaba a aclarar que no elegía al mejor escritor del planeta, sino a “uno muy bueno”. El secreto, por su parte, llevaba a no hacer concesiones: a no filtrar el nombre del ganador a la prensa y a llamar a deshora a los afortunados aun a riesgo de que no acudieran a recoger el premio (Alice Munro) o ni siquiera se dignaran a coger el teléfono (Bob Dylan).
Diezmada por el escándalo de los abusos sexuales cometidos por el marido de una académica —acusado además de adelantar el nombre de algunos galardonados—, la Academia Sueca ha anunciado que este año no habrá Nobel de Literatura. Tampoco lo hubo en 1918, pero a causa de la guerra mundial, lo mismo que entre 1940 y 1943. Solo en 1935 quedó desierto por falta de consenso en torno al candidato: el español Miguel de Unamuno.
Las crisis en la docta casa no son nada nuevo. Cuando en 1896 recibió la oferta de la Fundación de Alfred Nobel de premiar a literatos —cosa que hizo a partir de 1901—, la Academia Sueca era una institución en plena decadencia que dudó si asumir el encargo. Más tarde, en los años treinta, estuvo a punto de fracturarse ante la tentación de llenar el palmarés de autores de best sellers. Aunque en 1938 lo ganó Pearl S. Buck, el parón bélico sirvió para templar los ánimos.
Ahora Internet lo ha cambiado todo y, al abrigo de las turbulencias actuales, arrecian las críticas a la capacidad de 18 personas de erigirse en jueces de la bondad artística en tiempos en los que las redes sociales rebosan de expertos lectores.
La reconstrucción del prestigio perdido tendrá que estar a la altura de un presente que no tiene paciencia. Existe además el riesgo de que la Fundación Nobel prescinda del galardón literario para no contagiar el desprestigio al resto de disciplinas: tampoco existe un Nobel de matemáticas o de artes plásticas.
Al secretario del jurado más polémico de los últimos tiempos, Horace Engdahl, le gustaba repetir que él y sus colegas tenían respecto al premio la misma actitud que se tiene respecto a los besos: no pedir permiso antes ni perdón después. Lo dijo, por ejemplo, a raíz de las protestas del Gobierno chino cuando el galardón fue otorgado en el año 2000 al disidente Gao Xingjian. Hoy, en tiempos de tolerancia cero hacia el acoso sexual, la metáfora se ha vuelto en su contra. Ahora, la Academia tendrá que pedir las dos cosas.
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