La demencia quiere oscuridad
David F. Sandberg ha desarrollado un filme añadiendo al concepto de la oscuridad otra de las cosas que más miedo pueden dar: la locura

NUNCA APAGUES LA LUZ
Dirección: David F. Sandberg.
Intérpretes: Teresa Palmer, Maria Bello, Gabriel Bateman, Alexander DiPersia.
Género: terror. EE UU, 2016.
Duración: 82 minutos.
Ya lo preguntaba el listísimo productor cinematográfico interpretado por Kirk Douglas en Cautivos del mal: "¿A qué crees que le tiene más miedo la gente?". Y la respuesta era clara: "A la oscuridad". La oscuridad tiene vida propia, ahí habitan nuestras pesadillas y nuestros complejos, nuestros traumas y nuestras inseguridades, lo desconocido y lo conocido que queremos olvidar. Una parte de la historia del cine de terror se ha fundamentado en este concepto, y Nunca apagues la luz, debut en el largometraje de David F. Sandberg, vuelve a él pero no como camino formal hacia el miedo, sino como esencia narrativa.
Al igual que el argentino Andrés Muschietti, que llegó al éxito del largometraje previo paso por un corto que no hacía sino apuntar en apenas una imagen lo desarrollado en la película posterior (Mamá, corto de 2008, y Mamá, largo de 2013), Sandberg llega a Nunca apagues la luz a través de Lights out, una pieza aficionada, rodada en vídeo en 2013 y que se puede encontrar en YouTube, que ahora ha desarrollado añadiendo al concepto de la oscuridad otra de las cosas que más miedo pueden dar: la locura. La de una madre desequilibrada que contagia sus temores. Con ello ha construido una película olvidable pero efectiva, tramposa pero no cargante, felizmente escueta, de apenas hora y cuarto, que sabe a lo que va, y que a pesar de estar basada en una imagen supuestamente terrorífica, la de un fantasma en la sombra, destaca más por los apuntes de guion que por la visualización en sí, a la que le falta atrevimiento y/o talento para componer un plano verdaderamente incómodo basado en la nada oscura.
Los sustos anclados en los estallidos de percusión y cuerda musicales en el momento justo nunca llegan a perturbar, y a la película no le hubiese venido mal un creativo concepto del silencio en ciertos instantes, pero ver a un crío y a una mujer pasarlas canutas con las desavenencias entre la consciencia y el delirio, entre lo que hay y lo que se ve, entre la esquizofrenia y la dulzura, siempre provoca un mal trago.
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