Esta no es otra novela más sobre la dictadura argentina
Leopoldo Brizuela recoge el premio Alfaguara por ‘Una misma noche’ Afirma que "hay hechos que solo puedes recordar si te acompaña la sociedad entera"

El escritor Leopoldo Brizuela (La Plata, 1963) cuenta que los argentinos que vivieron bajo la dictadura militar (1976-1983) conservan pequeños hábitos que les cuesta abandonar. No suelen pasear frente a edificios públicos. No salen a la calle sin sus documentos. Y si un ser querido cae en manos de la policía, pasan algo de miedo. “Incluso los de derechas”, apostilla.
Vestido con vaqueros y zapatillas, Brizuela no aparenta sus casi 50 años. El autor de la novela ganadora del XV Premio Alfaguara, Una misma noche, pregunta si los lectores españoles son “tan duros como en Argentina”. Explica que la primera crítica que recibió sobre su obra fue: “Ah, otro libro más sobre la dictadura”. Y rebate: “Pues qué voy a hacer. Debo de escribir sobre lo que he vivido”.
La historia, en efecto, se sitúa en los terribles años de la dictadura militar (o cívicomilitar como es reconocida desde hace pocos años). Pero es verdad que no se trata de “una novela más sobre la dictadura”. El relato se sumerge en los recuerdos y la memoria —no necesariamente lo mismo— de Leonardo Bazán, un escritor argentino —que comparte las mismas iniciales que Brizuela, detalle no casual— que ve en su juventud el secuestro de una vecina y calla durante años esa experiencia. Hasta que otro crimen, un asalto, ocurre en la misma casa. Y entonces comienza a recordar.
Igual que Bazán, Brizuela fue testigo en su adolescencia de un secuestro en una casa vecina. Recuerda que tocaba el piano y que, aun cuando los militares interrogaban a sus padres, no dejó de tocar. Y al igual que Bazán, ni él ni sus progenitores hablaron de ello. Hasta que un día, se produjo un asalto en la misma casa. “Se parecía tanto” que, explica, la necesidad de escribirlo vino de repente. Así nació Una misma noche.
Su obra es más que un retrato sobre esos años negros y ocultados durante mucho tiempo en la historia de Argentina, que se saldaron con la desaparición de cerca de 30.000 personas. Porque más que relatar el horror, Brizuela se concentra en lo que callaron los testigos, por miedo o por instinto de supervivencia. “Mi recuerdo no encajaba en ninguna de las categorías habituales de los relatos de la dictadura. Yo no tenía en mente escribir una historia épica. Solo quería, tenía que contarlo. La mayoría de las historias que se escuchan en Argentina son heroicas. Cómo gente común salvó a otros. Quizá es lo único que ahora podemos escuchar. En la memoria histórica, solo se repiten las historias que no avergüenzan, pero poco a poco irán apareciendo las otras. El protagonista se va volviendo menos bueno. Y tampoco lo condeno”.
El recuerdo que obsesiona a Bazán sirve para la catarsis de Brizuela. “Era tal la negación de los primeros años después de la dictadura que tardé mucho en recomponer el lugar y los hechos. Sabía lo que había ocurrido en cada sitio, pero la conclusión de que en todas las casas había pasado algo vino mucho después”. Y defiende que para que una sociedad supere el trauma colectivo de una dictadura es necesario recordar. Pero juntos. “Hay hechos que solo eres capaz de recordar si te acompaña la sociedad entera. No solo para evitar que se olvide, sino para soportar el recuerdo”.
El asalto ocurrido en 2010, que sirve como detonante para la novela (en su trama y creación), provocó que el escritor reparase en un detalle “sobrecogedor”: el crimen dura un instante, sus secuelas toda la vida. “Muchas familias han pasado 34 años pensando en sus seres queridos y para el agresor y la víctima el crimen solo fue un segundo. Un momento te puede marcar para toda la vida”.
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