Jason Hickel: “Mientras el capital controle la producción, tendremos resultados perversos”
El antropólogo económico propone reducir el consumo de artículos innecesarios para evitar un colapso social y ecológico


Cuenta que cuando era pequeño, la rejilla delantera del coche se le llenaba de bichos cuando viajaba por su Esuatini natal, antes Suazilandia. Y ahora, el catedrático y antropólogo económico Jason Hickel (42 años) apenas ve ni la mitad de insectos en el país africano. Es sintomático. “El calentamiento global es extremadamente peligroso. Es un fracaso de nuestras clases dirigentes”, declara en Madrid unas horas antes de participar en la conferencia Más allá del Crecimiento, en el Congreso de los Diputados. El autor de Menos es más. Cómo el decrecimiento salvará al mundo (Capitán Swing) establece que el capitalismo se basa en enriquecer brutalmente a los más ricos a costa de generar desigualdad y destrozar el planeta, y que el PIB no mide el bienestar real de la población. Él propone soluciones.
Pregunta. ¿Cómo dimensiona que cada vez haya menos insectos?
Respuesta. Es inaceptable. Y es solo la punta del iceberg. El colapso ecológico es una emergencia y necesitamos una respuesta. La política para la reducción de emisiones es muy inadecuada y el capitalismo es incapaz de resolver esta crisis porque su propósito no es satisfacer las necesidades humanas ni alcanzar objetivos ecológicos. Es únicamente maximizar y acumular ganancias. Mientras el capital controle la producción, tendremos resultados perversos.
P. ¿Qué implica este capitalismo?
R. Los mercados, los negocios y el comercio existieron miles de años antes del capitalismo. No hay nada malo en ello. Pero este capitalismo es un sistema basado en la antidemocracia. Las decisiones sobre qué producir y cómo utilizar nuestro trabajo y recursos las toma el capital: las grandes empresas financieras, las grandes corporaciones y el 1% más rico, que posee la mayor parte de los activos de inversión. Producen solo lo que les da beneficios a ellos, incluso si es perjudicial para la población o el planeta.
P. También el capitalismo ha podido inocular en las personas que vales por lo que tienes, no por lo que eres. Y eso arrastra al consumismo.
R. En gran medida es por la publicidad. Nos convencen de que no valemos nada a menos que tengamos algún artículo o marca en particular. Esto provoca ansiedad e infelicidad. Y al final ese consumo es para el beneficio de las grandes empresas. Tenemos muchos estudios de ciudades que han prohibido la publicidad, donde la gente termina siendo mucho más feliz y viviendo vidas más plenas, con menos ansiedad, menos autolesiones, menos enfermedades mentales, etc. Así que debemos entender que el comportamiento del consumidor es, en realidad, consecuencia de la producción. Es consecuencia del capital.
P. ¿Y qué aportaría el decrecimiento?
R. Se centra en reducir las formas de producción dañinas e innecesarias que no benefician a la mayoría de la gente y reorganizarlas en torno a las necesidades sociales y ecológicas. Y sobre todo se dirige a los países del norte global, donde producimos muchos todoterrenos, mansiones, aviones privados y moda rápida. Esto consume mucha energía, es muy destructivo y no satisface las necesidades humanas.
R. ¿Quién decidiría qué producir?
R. Debería ser democráticamente. Ya sabemos que la población quiere energía renovable, transporte público, vivienda asequible o alimentos nutritivos. Podemos imponer reglas a los bancos comerciales para orientar la inversión en esa dirección. Y deberíamos tener asambleas ciudadanas que representen a la población geográficamente y que puedan decidir de forma efectiva qué es perjudicial y qué necesario.
P. ¿Por qué no se hace?
R. Lo que veo es que la voluntad popular está ahí. Pero la acción política no. Y la razón es que la mayoría de nuestros políticos y gobiernos están alineados con los intereses del capital, no con los de la gente.
P. ¿Y qué responde a quiénes le dicen que qué pasaría con los puestos de trabajo de los artículos innecesarios o de los productos con obsolescencia programada?
R. Una solución muy fácil es promover un programa público de empleo garantizado para lo que ya sabemos que mejora a la sociedad. Y sería con salarios dignos, con una semana laboral más corta…. Por ejemplo, en las zonas rurales de España conviven una degradación masiva del suelo y un desempleo masivo. No hay razón para no dar trabajo en agricultura regenerativa. En nuestra economía actual, creen que la única manera de abordar el desempleo es mediante el crecimiento, pero estas políticas públicas ya se aplicaron en EE UU en la Gran Depresión y en el Reino Unido tras la Segunda Guerra Mundial.
P. ¿Y cómo se financiaría ahora?
R. Con un mecanismo de financiación pública. Por supuesto, existe una limitación: si se emite moneda para producir demasiado y compite con la producción privada, impulsará la inflación. Así que hay que combatir la inflación mediante el decrecimiento, reduciendo las industrias dañinas e innecesarias, gravando a los ricos o disminuyendo el consumo en las élites... y limitar así su control sobre nuestra capacidad productiva.
P. En España, la derecha acaba de tumbar la ley para reducir la jornada laboral.
R. Me parece terrible. Puede ser extremadamente beneficiosa para las personas y para el planeta. Está demostrado.
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