El caballo de Troya de las petroleras: solo controlan el 1% de las energías renovables
El autor considera que los datos refutan la idea de que estas empresas están siendo un aliado para combatir la crisis climática

¿Pueden las empresas petroleras ser un gran aliado para combatir la crisis climática? Esta pregunta, a priori sencilla de responder para muchos científicos, puede generar confusión entre el público general. No es casual. La industria petrolera ha estado montando un caballo de Troya para influenciar la percepción pública e infiltrarse en instituciones vendiendo una narrativa engañosa: que quiere ser “un actor clave en la transición energética”.
Si bien ya sabemos que al menos desde los años 70 la industria fósil viene orquestado una campaña de desinformación climática, hay un punto de inflexión clave que merece especial atención: en el período previo al Acuerdo de París, la industria fósil organizó la Iniciativa Climática del Petróleo y el Gas (OGCI por sus siglas en inglés) anunciando ser “parte de la solución” a la crisis climática.
Desde entonces, esta narrativa se ha disparado, e incluso Christiana Figueres, entonces responsable del clima de la ONU, se mostró entusiasmada con la idea de que "la industria del petróleo y el gas pueda realmente formar parte de la solución“. En el momento político climático más delicado de la historia, la narrativa de la industria fósil logró asegurarle un acceso selectivo a las instituciones que gobiernan nuestras economías, nuestras vidas y el clima del que dependemos.
La narrativa continúa hasta nuestros días, con las compañías petroleras y gasísticas afirmando engañosamente que se han convertido en empresas "multienergéticas“, que despliegan rápidamente energías renovables para apoyar el progreso mundial hacia los objetivos del Acuerdo de París. La aceptación sin objeciones de estas afirmaciones es una condición necesaria para que la industria mantenga su licencia política y su catastrófica influencia sobre la política climática.
Sin embargo, estas narrativas no son más que un ejercicio vacío de relaciones públicas. En un nuevo estudio, hemos descubierto que las 250 empresas petroleras más grandes del mundo solo controlan el 1,42 % de la capacidad mundial de energía renovable. Y que, de toda la energía que extraen, solo el 0,10 % procede de fuentes renovables.
Es fundamental señalar que incluso un despliegue de energías renovables a gran escala (por no hablar del potencial malestar social y ecológico que tal despliegue implicaría) no reduciría las emisiones de CO₂ si las empresas petroleras y gasísticas no sustituyen y abandonan la extracción de combustibles fósiles.
La única contribución verdaderamente significativa que la industria podría hacer para resolver la crisis climática sería dejar los combustibles fósiles bajo tierra. Nada más lejos de la realidad, las empresas petroleras y gasísticas han seguido invirtiendo miles de millones en la exploración y el desarrollo de nuevos yacimientos de petróleo y gas desde el Acuerdo de París.
Estas cifras ratifican que la industria de los combustibles fósiles es la menos indicada para contribuir a la solución de la crisis climática. Su modelo de negocio y los beneficios de sus accionistas dependen de la maximización de la extracción de petróleo y gas. Y más allá del interés financiero, la industria fósil necesita el petróleo y el gas para cumplir su función económica de extraer y concentrar la energía, y, por tanto, el poder, en manos de una minoría mundial.
Las desigualdades globales están muy ligadas al petróleo y al gas. El alto consumo energético de una minoría en el Norte Global sólo ha sido posible gracias a la explotación, durante décadas, de los recursos del Sur Global. A diferencia de la energía solar y eólica, el petróleo y el gas permiten trasladar enormes cantidades de energía hacia los países más ricos gracias a su gran densidad energética y facilidad de transporte y almacenamiento.
La propia lógica de la industria fósil es incompatible con la transición energética. Por eso, estas empresas tratarán de frenar o retrasar cualquier medida climática que ponga en riesgo su negocio. Y, sin embargo, al afirmar que son contribuyentes significativos a la lucha contra la crisis climática, las empresas petroleras y gasísticas han construido una fachada de actores responsables y preocupados por la descarbonización de la economía, justificando así su participación e influencia en nuestras instituciones cívicas, desde las universidades y los centros culturales hasta las negociaciones climáticas de la ONU.
Esta narrativa es la reacción natural de una industria consciente de su responsabilidad histórica, y que está haciendo frente a una creciente antipatía de la opinión pública. Y aunque esta estratagema puede resultar predecible por su parte, es frustrante ver cómo su lavado de imagen ecológico logra convencer a instituciones de prestigio: las universidades siguen colaborando con empresas fósiles, los museos siguen aceptando sus patrocinios y sus grupos de presión inundan las conferencias de la ONU sobre el clima.
Es hora de que la sociedad reconozca la realidad obvia y ahora demostrada de que la industria del petróleo y el gas no va a descarbonizarse por responsabilidad climática. En 2025, cuando solo quedan dos años para alcanzar el presupuesto de carbono para 1,5 ºC, las pruebas y la razón exigen un boicot social e institucional total a la industria del petróleo y el gas. Por el bien de un clima estable y una vida digna para todos, debemos exigir que las instituciones públicas rompan todo vínculo con la industria de los combustibles fósiles, aislando la política climática y energética de los peores irresponsables climáticos que jamás hayan existido.
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