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“Mis vides son una cápsula del tiempo”

Pedro Agudo recupera viñedos entre acantilados y zarzas de Santander con la intención de dinamizar el paisaje frente a la opción de urbanizar

Pedro Agudo muestra las uvas en uno de sus viñedos en Cueto, barrio al norte de Santander.
Berna González Harbour

Les presento a un hombre con una misión: recuperar los viñedos que poblaban la costa de Santander desde el siglo XII y que, desde hace 150 años, apenas habían sobrevivido de forma silvestre entre acantilados, zarzas y los muros de piedra que separan los terrenos de la zona más agreste y ventosa al norte de la capital cántabra. Pedro Agudo Alonso, viticultor santanderino de 45 años, enseña entusiasmado las 18 viñas con 3.500 vides que ha ido levantando en 8.000 metros cuadrados de tierras que ha logrado desbrozar, alinear y proteger. Pronto, su vino de azada será algo más que un proyecto medioambiental y una prueba para catar entre amigos: será una realidad comercial.

Pregunta. Usted trabajaba en una empresa en Italia cuando decidió regresar a su tierra, el barrio santanderino de Cueto, y plantar vides. ¿Por qué?

Respuesta. Soy economista, allí empecé de becario hasta convertirme en gerente en una empresa de mediación prejudicial, pero yo veía cómo todos mis compañeros se iban de vacaciones a Grecia, Croacia o donde fuera mientras yo siempre regresaba a mi tierra, a Santander. Un día, en Trieste, conocí una experiencia que me fascinó: las osmizas, las pequeñas viñas y huertos donde los dueños abren las puertas de su casa, ponen mesas, muestran y venden su excedente de vinos o huevos. Me pareció espectacular. Pedí a mi madre que buscara esquejes de parras que siguen estando por estos prados de la costa. Empecé a dedicar los veranos a plantarlos, desbrozarlos y mantenerlos y en 2015 ya regresé y empecé mi proyecto.

P. ¿Funcionó esa variedad de uva local?

R. Solo después supe que no se autoriza esa variedad. Y planto las que me permiten, con mejor potencial para vinificar: godello, treixadura o albariño de Galicia; hondarribi zuri del País Vasco; chardonnay francés, gewürztraminer alemán. La blanca y la tinta. Estoy diseñando la marca y en un año ya espero comercializar.

P. Por el camino se hizo profesor. Enseña turismo.

R. Soy profesor porque me permite mantener mi vocación, que es recuperar la vid, darle un sentido al paisaje y dinamizarlo de una forma distinta a la urbanización. Aquí se iba a hacer un campo de golf. En su lugar, hoy hay viñedos. Y mis viñas son auténticas cápsulas del tiempo. Las he plantado en terrenos que he ido comprando o que me prestan los vecinos y que se estaban perdiendo. Las políticas de urbanismo equivocadas están destruyendo una diversidad que incluye lo rural en la ciudad, que es mucho más atractivo que el ambiente solo urbano. Pronto, para ver una vaca tendrás que ir demasiado lejos.

P. ¿Qué hizo para aprender? ¿Para cambiar de profesión?

R. Estudié un módulo de viticultor en La Rioja. Allí habrían estado encantados con una variedad local… Y he leído muchísimo. Así sé que el rey Alfonso VIII en el siglo XII dio los fueros a la ciudad de Santander y permitió a los vecinos salir a tres leguas de la villa a plantar manzanas y viña y estar así exentos de pagar impuestos. Así nacieron estos cultivos, entre muros de piedra seca sin argamasa, que se utilizaban para sostener las parras. El alambre llegó mucho después.

Pedro Agudo, viticultor.

P. Esos muros tan típicos del norte son el objeto de su doctorado.

R. Estoy haciéndolo, sí, ya llevo dos años. Tenemos más de 25 kilómetros de paredes de piedra, muchas de ellas caídas, que tienen muchísimo potencial.

P. ¿Y es posible el vino tan cerca del mar?

R. Ahí estaban durante siglos. Los mejores tomates, los mejores invernaderos, la mejor leche es la de vacas que pastan junto al mar. Cerca del yodo. Mis vides están a 30 metros del acantilado.

P. ¿Lo considera una forma de parar la turistificación?

R. Lo veo como un modo de concienciar. Hay que mantener lo rural. Mi misión es preservar el mayor tiempo posible mi pueblo. Las vendimias las hacemos con los vecinos, organizamos ollas ferroviarias y convivimos, ellos mismos me han contado historias que han oído de generaciones atrás. Y también hago rutas por las viñas. La gente quiere saber qué hubo aquí, catar el vino. Es nuestro y estoy encantado.

P. ¿El calentamiento favorece el vino en el norte?

R. En teoría sí: favorece la maduración y así tenemos más graduación en el vino.

P. Tiene un rosal en cada viña. ¿Es como el canario en la mina?

R. Sí, el rosal te avisa de lo que viene, si enferma sabes que tienes que tratar la viña. Entonces echo cobre, azufre y preparados de ortiga y cola de caballo que macero durante diez días. Intento evitar insecticidas, hay gente que los usa, pero: ¡es que ese vino me lo voy a tomar yo! Mientras pueda lo haré así.

P. ¿Qué es para usted el vino? ¿Cultura?

R. El vino, si le digo la verdad… A mí lo que me gusta es la viña. Ver el paisaje, la viña perfecta, los muros bien armados, todo limpio. Si fuese la variedad de aquí, estaría más entusiasmado con el vino en sí, pero hoy es de fuera.

P. ¿Qué hacemos bien y mal en turismo?

R. El turismo permite el desarrollo económico de una zona y Santander aún está bien, pero no me gustaría que terminase como Málaga. Además, no es el turismo lo que cambia la cultura de un lugar o destroza un paisaje. Es la industria inmobiliaria que lleva consigo.

P. ¿Y a sus alumnos cómo los ve?

R. Los alumnos son un reflejo de la sociedad, que hoy está marcada por el éxito y al éxito lo llaman dinero, dinero fácil. Creo que todos los jóvenes quieren tener un lamborghini. Y no les preocupa lo que va a contaminar.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.
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