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UNIÓN ESPAÑOLA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La herida profunda de la furia chilena

Unión Española perdió por segunda vez la categoría en el fútbol chileno, con una campaña horrible asociada a uno de sus mayores símbolos vivos y sin que un presidente ausente y radicado hace años en Madrid pudiera evitarla

Unión Española

Pocas veces se sintió un silencio tan profundo, tan doloroso e inevitable en el añoso estadio Santa Laura. Se jugaba el minuto 92 y el gol de Juan Leiva -volante de O’Higgins de Rancagua- sentenciaba, una fecha antes del final del torneo, el descenso de la Unión Española. Los hinchas del cuadro hispano, que habían gritado, alentado, insultado y encendido fuegos artificiales durante el partido jugado sin público visitante, enmudecieron. Constaban el final de un año horrible con la pérdida de la categoría, por segunda vez en el profesionalismo, con el temor de no poder retornar tan rápidamente como en 1997.

La irremediable crónica de la debacle se produjo por varios factores. Unión Española conformó un plan para competir en dos frentes, ya que había clasificado para la Copa Sudamericana. Bajo las órdenes técnicas de José Luis Sierra, quizás el símbolo vivo más identificado con los rojos, los resultados fueron desastrosos en ambos frentes. Después de declarar que “la culpa es sólo mía” se fue tras ganar apenas seis puntos en nueve fechas.

Lo reemplazó Miguel Ramírez, quien venía de capotar con Deportes Iquique, cuadro que llevó a la Libertadores. Al igual que su antecesor, falló en la lucha continental y más aún en el plano local. Sin hacer un duelo, se sentó en la banca y jamás pudo remontar.

La apatía y los errores en el plano técnico se agigantaron con dos factores impensados. El primero es el Estadio Santa Laura, cuna del fútbol chileno y que no ha resistido bien el embate del tiempo. Con una cancha en muy malas condiciones, se intentó mejorar las luminarias, pero una seguidilla de malas decisiones dejó al reducto sin luz, sin torres y con la vergüenza de una gestión incapaz, que tuvo dos presidencias en un solo año.

Y es que la propiedad de Unión Española desde el 2008 está en manos de Jorge Segovia, presidente de la Institución Educacional SEK (San Estanislao de Kostka). Tras intentar hacerse cargo de la Federación de Fútbol de Chile, entró en conflicto con el público, sus pares y la prensa al convertirse en el principal opositor a la gestión de Marcelo Bielsa en la selección, quien lo responsabilizó directamente de su renuncia tras el Mundial del 2010. “Fue un asesinato de imagen”, explicó Sabino Aguad, el gerente del club para justificar su ausencia de los últimos años.

Segovia gobernó a distancia la institución durante más de una década, donde la salvó del descenso el 2008 y la consagró campeón de la Liga y la Supercopa el 2013. Su personalidad fuerte lo convirtió en un personaje que la serie El Presidente, de Amazon, retrató como uno de los dirigentes involucrados en los escándalos de FIFA y Conmebol. Segovia fue a juicio y ganó una millonaria demanda por difamación.

En su centenaria historia, Unión Española optó por un águila imperial como escudo, antes de que Franco llegara al poder. El club entró en receso durante la Guerra Civil por la división en la colonia, y la sola presencia de otra institución, llamada Iberia y que usaba los colores del Barcelona, significó que el cuadro de Santa Laura cargara mucho tiempo con el peso del franquismo.

Fue capaz de ser campeón en 1943, cuando las cicatrices del conflicto aún dolían, y desde entonces se convirtió en uno de los equipos dominantes del país. Jugó una final de la Libertadores, cosechó seis títulos más y sus seguidores no se limitaron jamás a los inmigrantes o a sus descendientes.

Un proyecto para construir un nuevo estadio bajo el dominio de Segovia quedó estancado pues contemplaba dos torres de departamentos y un centro comercial en los terrenos, lo que abrió un largo litigio con las autoridades municipales. Y aún no se sabe cuál es el sendero de retorno pues, hasta ahora, el lejano propietario no se ha manifestado.

No es, ni con mucho, una desaparición, pero sí una caída hacia una categoría tremendamente competitiva -allí militan equipos de ciudades con gran convocatoria y estadios estatales- donde sólo uno asciende de manera directa. Pero fue un golpe duro al corazón de un proyecto que tuvo siempre un perfil lírico, casi poético para un cuadro que agrupaba el espíritu de los conquistadores, de los refugiados del Winnipeg y de los oficios asociados a la España profunda: los panaderos, los zapateros y los ferreteros, que tuvieron más pasión que las telefónicas, los constructores de autopistas o los banqueros que comenzaron a aparecer con el nuevo siglo, y que poco comprendieron el valor de un club que se mantenía detrás de un castillo de fantasía que servía de entrada al mágico mundo del Santa Laura.

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