Violencias y desapariciones
El primer cuento de ‘Niños del pájaro azul’, de Karina Pacheco, no está a la altura de otras obras de la autora cuzqueña, pero el resto del volumen mejora bastante

Niños del pájaro azul, el nuevo volumen de cuentos de la escritora cuzqueña Karina Pacheco (1969), confirma a su autora como una de las voces de la narrativa peruana sobre las que vale la pena poner atención en el resto de América Latina. Aunque el primer cuento, que da título al volumen, no nos regala una entrada demasiado auspiciosa, los seis relatos que lo siguen tocan con sensibilidad y belleza la realidad de unos personajes atenazados por la violencia, amenazados por la inestabilidad que ella genera y azuzados por la nostalgia ante aquello que les ha sido arrebatado.
El primer cuento, “Niños del pájaro azul”, no está a la altura de otras obras de la autora, quien ha sido profusamente reconocida por la crítica (su novela El año del viento, de 2011, ganó el Premio Nacional de Literatura de Perú). A pesar del interés que puede despertar la intriga que nos presenta —hombres y mujeres corrompidos por la ambición de poder, estructuras podridas alrededor de las lógicas políticas— y de ciertos ecos mitológicos que son parte característica de la narrativa de Pacheco, la débil factura del relato, las explicaciones facilonas de los recovecos de la trama y una resolución muy poco elocuente no logran insuflarle la energía suficiente. Lo abyecto de una historia que incluye la desaparición de niños indígenas, sacrificios humanos en medio de bacanales o una trama de corrupción que incluye al mismo presidente de la república no logra salvar el hecho de que los personajes están mal construidos y sus acciones motivadas por razones tan maniqueas que no existe ningún pliegue ni ambigüedad que otorgue mucho interés al relato.
El resto del volumen, sin embargo, mejora bastante. No son cuentos de factura perfecta; sin embargo, la autora logra mostrar desde el arte las consecuencias de la guerra que significó, en el Perú de los ochenta, el enfrentamiento contra Sendero Luminoso en los distintos estratos de la sociedad —aunque con especial violencia en las zonas rurales—, o la manera en que la violencia (política, sexual o doméstica) envenena las dinámicas entre grupos e individuos que se ven enfrentados a ella.
Los relatos de Niños del pájaro azul tienen en común la ausencia de personajes que, por diversas razones, han desaparecido. Algunos de ellos de manera momentánea, como el joyero Juan José Barrios (en “Hermano zorro”), encarcelado injustamente luego de un atentado perpetrado por militantes senderistas en una ciudad de provincias, pero cuya vida se ve arruinada al salir, a los cuatro meses de su encierro, de la cárcel. En este relato, quizás uno de los mejores del volumen, vemos a la periodista Elena Olaya seguir distintos casos de la violencia política de los ochenta, con especial atención a aquella experiencia de la que ella fue testigo durante su niñez. La desaparición de otros, en cambio, es definitiva, como la de Adonis Luy (en “Camián Xuxian”), el caudillo de un pueblo selvático del que no se tiene rastro alguno; la de la bella Gwendolyn Aden (en “Las flores de Gwen”), “extranjera de ojos azules y larga trenza rubia”, cuyo espectro al fondo de una quebrada hace enloquecer a unos pequeños pastores de la sierra; o las de Felicia y Azul (en “Todo empieza”), dos adolescentes detenidas por la policía de las que nunca más se supo nada. Así, todos estos relatos giran en torno a aquellas ausencias que, producidas por la codicia, la lujuria o la violencia, introducen un desequilibrio que sus protagonistas buscan resarcir.
La desaparición de los personajes gatilla la acción de los relatos, pues moviliza a la búsqueda de los ausentes. Así, sea desde el periodismo, las estructuras policiales o los vacíos familiares, los protagonistas o narradores de Pacheco indagan en las razones de tales cambios, encontrándose a veces con el mal y el crimen, pero a veces también con el silencio. Si en algunos casos es la corrupción, con su opacidad y secretismo, lo que no facilita la búsqueda de la verdad, en otros casos es el paso del tiempo, o una complicidad débil de tantos que no tuvieron la fuerza para oponerse al mal en los momentos en que este parece contaminarlo todo. Este es uno de los puntos incómodos que levantan los relatos de Pacheco: cuando Elena Olaya indaga en el injusto encarcelamiento de Juan José Barrios; o cuando el narrador de “Todo empieza” busca señas que le permitan saber la suerte que corrió su amor juvenil luego de que la policía la secuestrara, nos encontramos con que la culpabilidad no radica solo en quienes perpetraron los crímenes. Algo de ella hay, también, en aquellos que los dejaron hacer: en la gente del centro comercial donde Barrios tenía su joyería y que apuntaron a su tienda cuando llegaron los organismos de seguridad, o en los vecinos de Felicia y Azul que hicieron caso omiso cuando se las llevaron. Estos personajes secundarios de Niños del pájaro azul también parecen ser, si no culpables, al menos sí cómplices pasivos de una violencia desatada.
En este volumen de cuentos, sin embargo, la violencia y el crimen no tienen siempre la última palabra. En algunos casos el transcurso del tiempo permite que parte de la verdad salga a la luz; en otros, hay atisbos de que la justicia puede, a la larga, alcanzarse. Hay espacio para el optimismo y, aunque a ratos esté teñido de cierto tono empalagoso, da a entender que lo peor ya pasó y que los personajes y la sociedad que protagonizan los relatos no está dispuesta a sacrificar su presente por los crímenes de su pasado. Niños del pájaro azul no es el mejor libro de Karina Pacheco. A pesar de eso, varios de sus cuentos contribuyen, con una mirada en la que la naturaleza y la mitología otorgan una perspectiva personal, a complejizar la mirada sobre una historia atravesada por la violencia que sigue siendo, aunque con otras manifestaciones, muy actual.
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