El linaje de los ‘gatos’ de Madrid
Llamar ‘gatos’ a los madrileños de varias generaciones procede de una leyenda, pero qué no lo es en Madrid

Dicen que en el principio fue una muralla. Corría el año 1083, y Alfonso VI, rey de Castilla en plena cruzada contra el infiel, quiso tomar cierto enclave musulmán llamado por ellos Mayrit, a 70 km. de Toledo. Mayrit era por entonces una fortificación cuya larga muralla bordeaba la Sierra de Guadarrama y el valle del Manzanares. Una plaza inexpugnable, que Alfonso VI no podía obviar por razones estratégicas.
Cuenta la leyenda que, sin manera de someterla, fue un soldado muy joven quien dio un paso al frente para resolver el asalto: clavando su daga entre las piedras, apoyándose en ella para trepar, consiguió alcanzar las almenas. Desde allí aseguró una soga que arrojó a sus compañeros para que pudieran escalar. Así tomaron las tropas cristianas Mayrit.
Eso es lo que cuenta la leyenda para explicar por qué a quienes descienden al menos de varias generaciones de nacidos en Madrid se les llama gatos: por la hazaña de aquel muchacho trepador. Pero la misma expresión cuenta la leyenda exonera a quien la cuenta de tener que justificar nada: se entiende que es eso, más fábula que realidad.
“Yo no me fío mucho de ellas; son como las fake news”, dice Carlos Fernández, uno de los responsables de Gritos de Madrid, antiguo establecimiento de la Plaza Mayor dedicado a la investigación heráldica. Carlos nos lee la entrada correspondiente al apellido Gato del Diccionario hispanoamericano de heráldica, según el cual “por la hazaña” del joven soldado, que “había trepado como si fuera un gato” el muro de Mayrit, sus descendientes comenzaron a usarlo como apellido. Los Gato “desempeñaron cargos honoríficos” durante generaciones, como Don Fernando Álvarez de Gato, consejero de Enrique III el Doliente, ya en el siglo XIV (en su honor se llama así el Callejón del Gato, en Huertas).
“Es un apellido madrileño muy antiguo”, dice Carlos... “que no llevan muchos madrileños”. En efecto: según el INE, actualmente habría sólo 160 personas residentes en toda la provincia de Madrid apellidadas Gato, y no todos nacidos aquí. (Sólo en Badajoz, por ejemplo, habría 181.)
Respecto a la leyenda, las versiones varían de manera jugosa. Si acudimos a Madrid oculto, volumen de éxito a cargo de Peter y Marco Besas (madrileños adoptivos), el protagonista crece hasta resultar un adolescente valentón que “se había colado” en las tropas por propia voluntad, “ansioso por luchar contra los musulmanes”. Presentándose él mismo con el apodo gato “por su agilidad para escalar muros”, Alfonso VI –quién si no– atisbó así el plan que les llevaría a la victoria. Desde entonces, gato identificaría “a cualquier persona valiente de Madrid” (¿Será éste el origen del chulapo madrileño...?)
Pero la cuestión se pone realmente interesante si acudimos a la historia contrastada: en Orígenes de Madrid, de Nuria Ferrer, leemos que Mayrit, “la mejor obra defensiva de las que existían por entonces”, “no se entregó por asalto”. Al parecer, fue parte de un trueque entre Alfonso VI y el sultán Alcádir, que rindió también Toledo, Alcalá, Talavera y Oreja a cambio de Valencia. De ser así, la leyenda pierde solidez de manera vertiginosa.
Comprensiblemente: si ocurre con las noticias de ayer, cómo no con lo sucedido hace literalmente mil años. Aunque ya lo recogieran los cronistas de la época, son demasiados detalles... Carlos Fernández recuerda asimismo otra variable: la de quienes pretenden que quien perpetró la hazaña no era ningún chaval, sino un caballero de noble cuna llamado así, Gato. “Yo no sé”, dice el experto, “si un noble de entonces hubiera hecho eso él mismo o habría mandando a trepar a otro... Cuesta creérselo”. ¿Y cabría la posibilidad de que la distinguida familia Gato inventara a posteriori la historia, para dar lustre al apellido? “No me extrañaría lo más mínimo. De hecho es muy madrileño eso de montarse uno la película propia”. Sin ir más lejos: las últimas crónicas aseguran que lo de gato viene por la agitada vida nocturna de Madrid. Una ocurrencia que pudo surgir la semana pasada en Lavapiés, y que en poco tiempo podría darse por canónica.
Y quizás en eso precisamente consista ‘ser gato’, ahí su nobleza; en integrarse en esta ciudad a base de inventarse uno su propia historia (“como un gato sin dueño”). Ser madrileño por méritos propios, no de cuna: venir para quedarse. Lo cual no dejó nunca de ser un heroico desafío.
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