Torra, un mal paso para el catalanismo
Parte de la población catalana vive angustiada con la conciencia subjetiva de ser una minoría nacional en su propio país


La imprevista carambola que colocó a Joaquim Torra como presidente de la Generalitat es una de las peores cosas que le podían suceder al catalanismo. Con Torra, el catalanismo se alinea con las versiones del nacionalismo que están en auge en tantas sociedades desde el fin de la guerra fría. Las encabezadas por Trump, Putin, Farage, Le Pen, Orban, Kacinski o Salvini. Con Torra, el catalanismo abandona el alineamiento con el progresismo que le había caracterizado desde 1970 hasta ahora. Deja de ser un proyecto de regeneración que aspira a converger con el progresismo español, que es su aliado objetivo.
La investidura de Torra escenifica un inesperado cambio de hegemonía en el catalanismo. Como todo proyecto nacional, el catalanismo ha tenido siempre su derecha y su izquierda. Durante la Segunda República y los últimos años del franquismo, la hegemonía fue ejercida por su ala izquierda, primero por ERC y luego por el PSUC y su amplio espacio de influencia política. A partir de 1980, con la victoria de Jordi Pujol, esa hegemonía pasó al centro-derecha, en pugna con el socialismo catalán. Pero ambas alas compartían muchos aspectos del proyecto. Y en particular uno, el que proclamaba abiertamente la pretensión de reconstruir la comunidad nacional catalana aplastada por la dictadura mediante un proyecto inclusivo que incorporaba a los numerosos contingentes de población procedente de otras partes de España.
El eslogan un sol poble resumía esa pretensión y esa transversalidad y mucho se ha escrito en los últimos meses acerca de si este objetivo se ha frustrado o no. El auge de Ciudadanos ha convertido en realidad lo que se quería evitar: la consolidación de un partido que combate al catalanismo llamando a la población a agruparse por su origen nacional y proclamando que nación solo puede haber una y es la española.
Este es un asunto que se discute desde hace mucho tiempo. A todos los niveles: en la calle y en los círculos intelectuales. Por poner un ejemplo, la Escola d’Art Dramàtic Adrià Gual que dirigían Ricard Salvat y Maria Aurèlia Capmany montó en la década de 1960 una pequeña pieza teatral titulada Allà on neixis tant se val. La acción transcurría en Latinoamérica entre emigrados españoles con sus problemas de adaptación, y su tesis se resumía en la frase “lo importante no es dónde naces sino dónde paces”. Es decir, la misma idea que se expresó luego con el eslogan “catalán es todo aquel que vive y trabaja en Cataluña”. Pero si todo eso se discutía era porque no estaba tan claro. Ahí estaba el recuerdo del lerrouxismo, el que ahora reverdece con Ciudadanos. Y ahí estaban los que venían a decir que los catalanes eran solo los nativos.
Hay desde el siglo XIX segmentos de población catalana que viven angustiados por la conciencia subjetiva de ser una minoría nacional en su propio país, un pueblo en extinción por el peso demográfico de una inmigración masiva. Es una idea que ahora mismo puede encontrarse en Europa en muchas sociedades que reciben inmigración. En 1920 y 1930, estas ideas y otras que les acompañan inevitablemente, como el supremacismo y el racismo, eran agitadas también en Cataluña y cristalizaron aquí como en toda Europa, España incluida, en los partidos fascistas de la época.
En Cataluña, los que desfilaban con sus camisas marrones eran los afiliados de Estat Català, en los mismos años en que otros desfilaban en Madrid con sus camisas azules, en Múnich con sus camisas pardas y en Milán con sus camisas negras. Fue un momento europeo que quedó atrás. Pero tiene rebrotes. Cuando en 2006 en las Cortes se discutía el Estatut, en céntricas plazas de Madrid ponían sus tenderetes los camisas azules falangistas que lo denunciaban como expresión de la anti-España. Ahora hemos descubierto que en Cataluña uno de los admiradores del Estat Català de las camisas marrones, Quim Torra, anidaba en la lista electoral de Carles Puigdemont. Y resulta que es el que acaba de ser investido presidente de la Generalitat. Pésima noticia para el futuro del catalanismo.
En 2012 se quebró la hegemonía del catalanismo transversal ejercida desde el fin del franquismo por la izquierda de raíz marxista y el pujolismo. El independentismo que le sustituye es un populismo sin perfil ideológico claro en el que, como acabamos de descubrir, campan mezclados el neoliberalismo más actual y algunas viejas ideas divisivas que el progresismo antifranquista había logrado arrinconar. Tiempos de confusión.
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