Flores en el vacío

Las palabras son delicadeza y vacío. El artista japonés Suda Yoshihiro ha colocado pequeñas flores en el blanco, ahora más grande, de la galería de Elvira González (Hermanos Álvarez Quintero, 1), en lo que es su segunda exposición individual en Madrid (la primera fue en 2014). Esa levedad y ese detalle recuerdan a la sugerente descripción de la cultura y la estética japonesa que hace Junichiro Tanizaki en el celebrado libro El elogio de la sombra (Siruela). Las flores de Yoshihiro proyectan pequeñas y frágiles sombras sobre las paredes vacías de la galería. También recuerdan al vacío nipón, al silencio, a lo sutil, a lo austero y humilde, en fin, a lo que en Occidente se espera de lo tradicionalmente japonés.

Yoshihiro (Yamanashi, Japón, 1969) esculpe con todo mimo y detalle y gusta de colocar sus piezas hiperrealistas en lugares donde pasen desapercibidas o se confundan con el ambiente circundante. O como plantas silvestres que han crecido al descuido en museo y galerías, en espacios entre baldosas o quicios de puertas o ventanas. El artista se crió en el campo, pero solo desarrolló su interés por la naturaleza cuando se mudó a Tokio a estudiar arte, a principios de los noventa, como esos marineros que solo extrañan el mar cuando viajan tierra adentro.

En Tokio aprendió arte tradicional y su primera exposición la realizó dentro de un camión de alquiler aparcado en el barrio de Ginza. Su material es la madera de magnolio, que crece muy lento y que contiene viejos aires de la historia.

El artista quiere también recuperar la calma y la atención —eso tan propio de las artes zen— en un mundo en plena vorágine y torbellino tecnológico. Por eso hace este arte pequeño, sencillo y pleno de atención, que se puede ver en Madrid, con mucho cuidado, hasta el próximo 13 de enero.