A domicilio
El año 2016 será recordado el de la invasión en Madrid de las aplicaciones de reparto de comida

Es fascinante la capacidad del capitalismo para pasar de cero cien en un abrir y cerrar de ojos. En el mundo de la hostelería esto se suele traducir en que de la noche a la mañana un tipo concreto de negocio se reproduce como setas tras la lluvia. Por ejemplo, posiblemente resulte difícil de imaginar que hubo un momento en que en las ciudades españolas no había pubs irlandeses porque fue abrir la espita y en cuestión de meses cualquier población al sur de los pirineos tenía más pubs que Limerick. El proceloso mundo de las aplicaciones ha hecho que, al menos en Madrid, 2016 sea el año en el que nos invadieron las apps de reparto de comida a domicilio.
La idea es de una simplicidad casi mágica. Si hasta hace nada era el establecimiento el que se encargaba de recoger los pedidos, casi siempre por teléfono y enviarlos, ahora son empresas externas, varias en la capital, las que realizan estas funciones. Para diferenciarse hay webs que presumen de repartidores no contaminantes —en bicicleta—, que aseguran ser las más rápidas o las que ofrecen una mayor variedad gastronómica. Actualmente centenares de restaurantes solo han de preocuparse por la elaboración y el empaquetado.
Y en este último punto no hemos avanzado mucho desde los tiempos en los que las opciones se reducían a pizza o chino y en el segundo caso tenías muchas posibilidades de que todo llegara flotando en salsa agridulce dentro de una bolsa. Muchos de los establecimientos que se han adherido a este sistema no se han planteado que para que la comida llegue en buen estado hacen falta recipientes adecuados. Por inexperiencia, o por exceso de trabajo, ese plato de tan buen aspecto en la tablet llega tan golpeado como un sparring filipino, au nque a precio de campeón de los pesos pesados.
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