La Barcelona de la guerra, según Pérez de Rozas
El Archivo Fotográfico de la ciudad expone imágenes inéditas del patriarca de la saga periodística


Ojo clínico —y político— tuvo el Ayuntamiento de Barcelona en 1931 cuando decidió crear Crónica Gráfica para dar fe fotográfica de la ciudad, de la vida social y de los cambios que llegarían de la mano de la recién proclamada Segunda República. Ojo, tradición —desde 1919 ya tenía un incipiente archivo fotográfico— y una subvención de cinco mil pesetas de la Generalitat de Cataluña que hizo posible organizarlo. Uno de los fotógrafos que generó miles de imágenes que se incluyeron en la Crónica Gráfica fue Carlos Pérez de Rozas, el patriarca de la saga periodística, que ya había trabajado para el Ayuntamiento en 1922, para reflejar la transformación de la ciudad que se preparaba para la celebración de la Exposición Universal de 1929. Cuando esta llegó, Pérez de Rozas fue autorizado, junto con Andreu Puig Farran, a montar un estudio fotográfico en el recinto firal. “Cobraban tres pesetas por copia y llegaron a tirar 90.000 de la creme de la creme barcelonesa”, explica el libro que se ha editado con motivo de la exposición Pérez de Rozas. Crónica gráfica de Barcelona (1931-1954), organizada en el Archivo Fotogtráfico de Barcelona y comisariada por Andrés Antebi, Pablo González y Teresa Ferré.
República, guerra civil y primeros años de la posguerra son los tres espacios de la exposición. Pero los fondos de la muestra —integrada por 123 fotografías y otras 600 que se pueden visualizar en tres plataformas digitales— inéditos son los del período de la guerra, de las colectivizaciones —por ejemplo de unas industrias lácticas en julio de 1937, otra imagen de una asamblea del PSUC en abril de 1938 o la de un homenaje a Buenaventura Durruti en julio de 1937— y de los bombardeos durante la guerra. Fotografías que se han descubierto en la investigación hecha sobre las 800.000 imágenes que constituyen el fondo Pérez de Rozas y que fue cedido por la familia al Ayuntamiento.

“Si no es por ellos, esto jamás se hubiera podido hacer”, repetían emocionados Emilio y Carlos Pérez de Rozas —nietos del patriarca— en la apertura de la exposición, que se podrá ver hasta el 21 de mayo. “Muchas las hemos podido datar e identificar porque se publicaron en diarios de la época, como Umbral y Solidaridad Obrera, y las hemos podido cotejar en el Archivo Histórico de la ciudad”, explicaba Ferré.
Fotografías que reflejan con meridiana claridad la Barcelona de la República versus la de los primeros años del franquismo. Si a un lado puede verse una festiva manifestación antifascista de mujeres de las juventudes femeninas en abril de 1934; al otro lado del pasillo, se contrapone la imagen de rostros serios, de mujeres también, en estricta formación en el acto de juramento de las Flechas Femeninas que Pérez de Rozas tomó en octubre de 1939.
Imágenes con multitud de caras, rostros que miran a la cámara en actos de ciudad —de todo tipo, desde manifestaciones, fiestas, carnavales, una increíble entrevista a un domador en la jaula del circo con el león al lado — que ahora se podrían identificar. Al menos, eso es lo que pretende Jordi Serchs, director del Archivo Fotográfico, que ha impulsado la muestra en versión web para que el que quiera pueda aportar información sobre las imágenes.
Pérez de Rozas (abuelo) hizo fotos durante la dictadura de Primo de Rivera, después, en la República —en el campo del fotoperiodismo como Agustí Centelles— también para la CNT durante la guerra civil y después ya en el franquismo y hasta 1954, cuando falleció cubriendo la llegada del navío Seminaris a Barcelona con repatriados de la Unión Soviética.
No trabajaba solo, lo hacía en equipo, con dos de sus hermanos —Kike y Manolo— porque las miles de fotografías de la ciudad que tomaba —las mejores eran para el servicio municipal de Crónica Gráfica — también se publicaban en prensa. Después se sumarían dos de los hijos del patriarca a la saga de fotógrafos. Todos trabajaban en casa, en un piso de la Ronda Universita: “Aquello era una locura, trabajaban los 365 días del año. El teléfono no dejaba de sonar nunca”, recordaba Carlos Pérez de Rozas, nieto del iniciador de la saga.
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