El patriota estoico
Pere Maria Orts se valía de viejas argucias para envejecer sin morirse
Pere Maria Orts se valía de viejas argucias para envejecer sin morirse, que consistían en evitar resfriarse, no tomar nada entre horas y no enfadarse nunca. Además de esta tríada milagrosa disponía de otros antídotos menores contra el veneno de la vida, como no salir de casa sin cubrirse con una boina, no tener teléfono, no hablar mal de nadie y rehusar toda clase de homenajes. Su discreción franciscana no le evitó los más indispensables, a los que acudió vergonzoso, como si le llevaran al patíbulo, y ni en esas celebraciones, donde se le colmaba de aplausos, parecía satisfecho, sino más bien incómodo.
No es de extrañar, pues, que haya dejado dispuesto que no se le dediquen pompas –aunque sean fúnebres–, que sus restos no reciban honores, que nadie más allá de la familia asista a su entierro y, sobre todo, que no le recuerden con grandes esquelas –que le parecían una muestra de ostentación propia de nuevos ricos.
Vivió como un monje solitario, recluido en el cenobio de su enorme casa, dedicado al estudio de diplomas y otros documentos de archivos, con los que rellenaba fichas de letra temblorosa con un bic de tinta roja. Y ya podían haber pasado años que, cuando venía el caso, citaba de memoria con toda fidelidad el pasaje oportuno de la cédula correspondiente, lo que causaba fascinación y asombro.
Es muy posible que destinara la práctica totalidad de su patrimonio a adquirir la excepcional colección de pintura que legó a la Generalitat hace una década, además de tapices, muebles, orfebrería y otras piezas artesanales, más los libros, que entregó a la Biblioteca Valenciana, donde estos días se exhibe una muestra de su legado. Tampoco quiso recibir nada a cambio cuando donó un extenso terreno en Benidorm donde se construyó un complejo de equipamientos, entre otros el instituto de secundaria que lleva su nombre, cuya biblioteca dotaba a menudo por iniciativa propia con sendos lotes de libros.
El patriota Pere Maria Orts ha fallecido superado por la realidad de un país que había dejado de ser el suyo –quizá fue eso lo que quiso revelarle a Ximo Puig sin testigos el pasado 9 de enero en Sant Miquel dels Reis–. Un país en el que tantas atrocidades se exaltan como señas adulteradas y fraudulentas de una identidad confusa, donde la vulgaridad populachera se impone a la historia, la educación, la razón y la cordura. De todo lo cual, modelos estos días no faltan.
No ya por todo esto, sino por el ejemplo de su honestidad y el regalo de su amistad y magisterio, sus compañeros de la Academia Valenciana de la Llengua le recordaremos con cariño, admiración y respeto. Sentarse a su lado durante trece años ha sido un privilegio.
Josep Palomero es escritor y vicepresidente de la Acadèmia Valenciana de la Llengua
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